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Gracias al reencuentro, las cosas habían vuelto a cambiar.

Ese día Roier se quedó con los niños un par de horas, para luego devolverse al pueblo y dejarlos allá. Volvió al castillo antes del atardecer, con dos bolsas llenas de distintos objetos y alimentos tales como arroz, harina, pan y sobre todo, carne.

Quackity había estado a punto de llorar cuando vio los alimentos, feliz de poder volver a probarlos después de tanto tiempo con una dieta tan restrictiva. Definitivamente no podía seguir viviendo a base de pescados y las mismas verduras de su huerta.

Como se hizo de noche, Roier pasó la noche en el castillo a petición de Quackity por su seguridad, y ambos pasaron las horas hablando de distintos temas, contando anécdotas o simplemente disfrutando de la compañía del otro. Quackity le contó sobre Arin, cómo lo había descubierto y cómo había sido el proceso de vivir con él y separarlo de Luzu.

Se sinceró por completo porque sabía que Roier no lo juzgaría, y así fue. Se permitió hablar sin tapujos ni miedos, le contó lo asustado, lo molesto, lo incómodo y lo mal que se había sentido con toda la situación, como también le contó que las cosas parecían ir en mejora entre ambos.

Roier por su parte, le contó sobre el último encuentro que había tenido con Elquackity y la mentira de este sobre su muerte. Le contó que vio justo el momento donde la policía lo atrapaba fuera del hospital, Elquackity gritaba sin parar mientras se aferraba a una sudadera azul manchada de sangre, negándose a entregarla como le estaban pidiendo. Cuando comenzaron a cuestionarle el aferro hacia la prenda, Elquackity gritó que aquella sudadera era lo único que le quedaba de su gemelo porque este había muerto.

Fue después de la muerte de Elquackity cuando la gente se reunió en la plaza central del pueblo para armar una fogata gigantesca y lanzar a las llamas la sudadera, dándole un simbólico final.

Roier le contó que aún así, decidió seguir creyendo que estaba vivo, porque su mente se negaba rotundamente a la idea de aceptar que lo había perdido para siempre y que no había sido capaz de ayudarlo.

Quackity le agradeció por haber mantenido la esperanza, y ambos se fundieron en un fuerte abrazo.

Desde entonces las visitas al castillo se habían vuelto constantes, variando entre Roier más los pequeños y Roier solo.

Como era de esperarse, Quackity preguntó por Missa, aprendiendo que este se encontraba momentáneamente en la ciudad por cosas del trabajo, y que volvería dentro de poco.

Ansiaba verlo, le echaba de menos de la misma manera en que había echado de menos a Roier. Necesitaba verlo también, escucharlo y abrazarlo, contarle sus aventuras en el castillo y escuchar las suyas sobre sus viajes y su vida.

Pero debía ser paciente y esperar.

Había esperado años, podía esperar un par de semanas más sin problemas.

Deseaba tanto que Arin lo conociera también, aunque temía de la reacción que ambos podían tener al otro.

Hablando del androide, este disfrutaba de las visitas de sus pequeños amigos y jugar con ellos, pero debía admitir que le generaba cierto disgusto ver a Quackity y Roier juntos todo el tiempo. Él lo entendía, sabía muy bien que era porque llevaban años sin verse y querían hablar hasta el cansancio, recuperar el tiempo perdido y ponerse al día en lo que iban haciendo, pero no evitaba sentirse excluído la mayor parte del tiempo, ya sea porque no conocía nada sobre el tema del que hablaban o porque no había estado presente en las anécdotas que contaban.

Intentaba integrarse en la conversación cada cierto tiempo, pero siempre terminaba rindiéndose y guardando silencio, quedando solo como un espectador, pudiendo jurar que ninguno de los dos humanos notaba su esfuerzo por ser incluído.

La estrella del creador [Arinckity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora