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Para tratarse de un androide, Arin era muy fácil de engañar.

La luna brillaba en el cielo desde hace algunas horas ya, pero aún así el humano seguía igual de despierto que cuando el sol iluminaba la tierra, siendo incapaz de cerrar los ojos y rendirse ante los brazos de Morfeo. No era intencional, se había acostado con los ojos cerrados, dispuesto a dormir, pero por más que intentara relajarse y respirar con calma, contar ovejas o buscar otra posición cómoda, no había conseguido dormirse.

Siendo sincero, ni siquiera tenía sueño.

Pero era más fácil encerrarse en su habitación en soledad, dejándose hundir en sus miedos, que tener que fingir que nada pasaba en presencia del androide.

Arin, quién ya había ido dos veces a verlo mientras dormía, al mismo que engañó fingiendo dormir.

El mismo que no sospechó nada.

Sentado en el borde de su ventana y jugando suavemente con la enredadera de la pared, Quackity se cuestionaba qué era lo que estaba pasando realmente en su vida, en ese castillo y con Arin, y por qué este actuaba como si quisiera enloquecerlo aún más.

Quackity sabía muy bien que aquella criatura que se hizo pasar por su gemelo para atormentarlo había sido real, tan real como él mismo, al igual que el ángel y el error en la máquina el día que trajo a la vida a Arin. Había escrito en su diario personal las vivencias con el mayor detalle posible para no olvidarlas y llevar un conteo de sucesos paranormales.

De alguna y otra forma tenía que llegar al fondo del asunto, tenía que descubrir qué era lo que causaba tantas cosas malas a su alrededor y solucionarlo, reparar a Arin de lo que sea que lo estuviera corrompiendo y pensar muy bien en alguna manera de poder retomar, de cierta forma, su vida anterior.

No quería morir en el castillo, de eso estaba seguro, quería al menos una vez más ver y abrazar a sus amigos, poder hablar con ellos y reír como en los viejos tiempos.

Quería visitar su antigua casa en búsqueda de lo poco que se salvó, llevarle flores a la tumba de Luzu, visitar a la madre de este y rogarle de rodillas por un poco de piedad y el perdón que tanto anhelaba.

Quería vivir como cualquier persona de su edad.

Pero para poder llegar a eso, aún tenía muchos cabos que atar y situaciones que evitar.

Como por ejemplo, que los dueños de las risas que solía escuchar se acercaran más de lo debido.

Porque sí, ese día al regresar de la pesca, las risas que cada tanto se escuchaban volvieron a hacerse presente en los oídos del humano. Al parecer él fue el único que se percató de ellas, puesto que Arin seguía desconectado de su alrededor y del presente, lo cual evitó que este se interesase más en ellas e intentara recorrer el bosque en su búsqueda.

De solo pensar que las risas pertenecían a niños reales sentía un escalofrío.

¿Cómo era posible que niños lograran entrar al bosque? ¿Es que ya se había dejado de advertir sobre el peligro de este y de las criaturas que lo habitan?

Los monstruos seguían ahí, más lejos que otras veces, pero aún presentes y dispuestos a acabar con quién se atreviera a cruzarse en su camino. Eran criaturas sin piedad ni remordimiento, que debían ser tratadas con el cuidado que se merecían y no tomarlas por insignificantes.

Quackity había tenido algunos encuentros con ellos, lamentablemente, pero logró salir victorioso gracias a su agilidad y habilidad para escapar y trepar. No había logrado matar a ninguno, pero tampoco sentía la necesidad de querer hacerlo, el solo intentarlo sería una misión suicida sin duda alguna, no había forma de que fuera posible que un solo humano acabara con uno de ellos.

La estrella del creador [Arinckity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora