Final.

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Sentada en el fondo de un lago.
Ha perdido la sombra,
no los deseos de ser, de perder.
Está sola con sus imágenes.
Vestida de rojo, no mira.

¿Quién ha llegado a este lugar
al que siempre nadie llega?
El señor de las muertas de rojo.
El enmascarado por su cara sin rostro.
El que llegó en su busca la lleva sin él.

Vestida de negro, ella mira.
La que no supo morirse de amor
y por eso nada aprendió.
Ella está triste porque no está.

—Sobre un poema de Rubén Darío, Alejandra Pizarnik.



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La casa conservaba su aura de antaño, guardando los secretos de todo un árbol familiar que había corrido por esas tablas, dormido en esas camas y comido en esas mesas. Francamente, un panorama que siempre le deprimió. Odiaba los cementerios de recuerdos y vidas pasadas. La diferencia de la última vez que puso un pie allí era la ausencia de los objetos que le daban la personalidad de quienes habían cuidado de la casa. Las fotografías, los cuadros, los suvenires y cualquier decoración habían sido removidos, como pequeñas costras que cubrieron heridas en las paredes y cuya función había quedado obsoleta.

Según el mensaje de Seonghyun, ella debió llegar en el tren que partió media hora antes del suyo.

—Dios, de verdad está frío afuera —se quejó San, frotándose las manos por encima de los guantes—. ¿Está bien si me dejo el abrigo? Vi un perchero en la entrada, pero si me lo quito voy a parecer un pollo mojado.

Por supuesto que había necesitado de un tercero para poder realizar el viaje. Con la incontable cantidad de ocasiones en las que se había propuesto ir y terminaba arrepintiendose a último minuto, tener a un amigo tan insistente y alentador como San era un regalo. En todo el camino, no le dio tiempo ni de pensar en los detalles del encuentro o de viaje. Tampoco le dejo ponerse muy sentimental. San merecía un premio por tener una resistencia tan fuerte ante la personalidad quebradiza y sensible de su amigo.

—No hay problema —una voz femenina los tomó por sorpresa. Venía de la cocina—. Supuse que vendrían con frío, así que preparé café y galletas.

La hospitalidad era una cualidad que no se adaptaba por completo a Seonghyun. O esa era la impresión que le había causado a Hongjoong con el paso de los años. No la culpaba.

—¿Qué tal el viaje? —los tres tomaron asiento en la mesa de la cocina. El café amargo estaba en su punto, en definitiva una especialidad de Seonghyun.

—Meh, pudo ser peor. Lo único de lo que tengo que quejarme es de la temperatura —respondió su amigo, sonriendo para que sus hoyuelos se hicieran presentes. San y Seonghyun solo se habían visto un par de veces, aquí y allá. Pero tenían una dinámica interesante, una especie de química que le causaba gracia. A Joong no le sorprendería si algún día los atrapaba hablando en susurros y riendo en voz baja, sentados en el mismo rincón del sofá—. Es ridículo como el clima cambia tan rápido con solo unas cuantas horas de viaje.

—Y eso que se supone que estamos en la etapa final del invierno —dijo Seonghyun encogiéndose de hombros—. El calentamiento global está haciendo estragos, para nuestra desgracia —su belleza no había disminuido ni una pizca. Por más que en su retrato se conservaría la severidad y la gracia, su fisonomía no lograrían opacar su ternura natural. Joong no tuvo la oportunidad de presenciar esa faceta, pero sabía que existía. Que existió, en algún punto de su juventud—. ¿Y tú? ¿No extrañas el frío?

winter falls || seongjoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora