Capítulo nueve.

387 70 12
                                    

Durante la noche, Hannibal, desde su habitación, podía escuchar el teléfono de Dante sonar insistentemente, lo que lo llevó a investigar la razón

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Durante la noche, Hannibal, desde su habitación, podía escuchar el teléfono de Dante sonar insistentemente, lo que lo llevó a investigar la razón.
Hannibal entró a la habitación de invitados donde Dante dormía, después de haberse derrumbado en sus brazos y entre sollozos y tartamudeos, le había contado parcialmente la discusión con su familia. "Me heredaron algo, lo único que mi mamá me dejó y ahora me lo quieren quitar". Esas palabras resonaban en la mente de Hannibal.

Dante estaba acurrucado entre las cobijas suaves y cálidas, sin moverse un centímetro. Su cabello rubio caía sobre la almohada con gracia, rebelde pero delicado, y su rostro mantenía una paz casi angelical.

Hannibal lo observó durante unos minutos, memorizando cada detalle, desde sus largas pestañas hasta sus labios delgados y entreabiertos. El teléfono sonó de nuevo, tirado en el suelo junto a la ropa de Dante. Había al menos treinta llamadas de un número registrado como "Jordan" y otras diez de "Papá", junto con decenas de mensajes.

Los mensajes iban desde Jordan pidiendo hablar y disculpándose, "Hay que hablar, por favor" o "Perdón, las cosas no debían salir así", hasta su padre amenazándolo, "Si no das el dinero voy a hacer que te desaparezcan otra vez, y ahora para siempre".

Hannibal sintió una repulsión profunda y un odio visceral. Sentimientos tan intensos que lo llevaron a considerar muchas cosas, entre ellas, comerse al grosero.

 Sentimientos tan intensos que lo llevaron a considerar muchas cosas, entre ellas, comerse al grosero

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


—¿Te sientes mejor? —preguntó Hannibal, observando a Dante de pie frente a él.

—Lo siento —murmuró Dante, su mirada perdida en algún punto del suelo—, no debí llamarte.

Dante se tambaleaba, sus pies descalzos tocaban el frío suelo de madera, y sus piernas, apenas cubiertas por su ropa interior, se sentían heladas. Su torso estaba protegido solo por su chaqueta verde.

—No tienes que disculparte —Hannibal movió un poco la comida en el sartén y miró a Dante—, somos amigos, Dante. No debes pedir perdón.

Dante levantó la vista y observó al hombre, sintiendo su corazón dar un vuelco.

CERVATILLO ━❝ Hannibal LecterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora