0. Cambio de estado

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Qué fácil.

Muy fácil estaba siendo para todos allí juzgar su vida y las posibilidades de su destino. Hablaban sin saber, discutían sin la información completa. Desearía tener la capacidad de mostrarles, a través de sus recuerdos, sus vivencias con ese hombre maldito. Decirles que nada era lo que parecía, darles a entender, por lo menos, que actuó en defensa propia.

Las palabras del juez parecían reabrir sus cicatrices, dejarlas en carne viva. Comenzó a gritar del dolor que la invadía, no le importaba la mirada del jurado, las cámaras ni el abogado demandante junto a su suegra. Su cuerpo dolía, dolía y dolía. ¿Así se siente luchar por vivir? Y aullaba, demostrando que ya no era ella quién tenía el control. Era su omega, su desesperada loba interna.

—¡Señora Gönül, tranquilícese!

Nada parecía ser suficiente. Ni las esposas que rodeaban sus muñecas, dejando marcas rojizas por el roce, ni las manos firmes en sus hombros, tratando de inmovilizarla. Ni siquiera el tono autoritario y el martillo golpeando el estrado lograban imponerse sobre sus gritos abatidos e incalmables.

Gönül era una tormenta, un volcán en plena erupción en esa sala de tribunal que parecía oprimirla. Sus hombros estaban tensos y su garganta partida dolorosamente por los gritos, mientras luchaba contra la idea de ser encarcelada sabiendo que su hija podría ser enviada a prisión junto con ella. Esa posibilidad no era una opción, no podía permitirlo. De repente, sus ojos brillaron con una chispa de esperanza.

—¡Con su abuela! Lleven a mi hija con su abuela. Ella la cuidará, ella... La Sra. Zeynep me odia a mí, pero no a su nieta... ¿No es así? —preguntó, mirando a su suegra.

Lo paradójico de la presencia de la Sra. Zeynep Aslan era que no se encontraba allí por completo. Desde el fallecimiento de su hijo, su mirada se encontraba en un vacío desconocido. Eran pocos los estímulos que la hacían reaccionar y su nuera Gönül no era uno de ellos.

El juez negó con firmeza:

—Señora Gönül, la decisión ha sido tomada— respondió, comenzando a acomodar las hojas en su carpeta.

¡Entonces, retráctese!

La mano del juez envolvió el martillo nuevamente, la miró enfurecido, a punto de enviar a los guardias para que la encarcelaran de inmediato si esa mujer se atrevía a faltarle el respeto una vez más.

—Señora Gönül —susurró la abogada en tono de reprimenda, apretando con más fuerza su hombro para mantenerla en su asiento.

La cabeza de Gönül se movía frenéticamente de un lado a otro, en negación absoluta.

—No lo permitiré, no lo permitiré, no lo permitiré —cerró los ojos con potencia, decidida a no dejar que las lágrimas, que ya se asomaban por sus pupilas, se derramaran.

Mala madre, mala madre, mala madre.

Qué fácil era pedirle que se calmara, pedirle que no respondiera, que no gritara, que no se enfrentara a la autoridad. ¿Qué sabían ellos de su dolor? ¿Qué sabía su abogada? Esa mujer siempre la escuchaba en silencio, sin emitir gesto alguno. Asesora legal monosilábica. Impuesta por el Estado porque nadie quería tomar su caso. Gönül no olvidaba el día en que la abogada exigió que le contara la verdad de cómo había matado a su marido. No olvidaba la cara de desconfianza con que escuchaba su verdad. Así como no existía el feedback en su diccionario, tampoco existía el ponerse en su lugar.

A su alrededor, el mundo se volvía oscuro, las voces se apagaban, y solo quedaba ella, en una oscuridad abrumadora, llenando el salón de aroma a caramelo quemado.

—Señor juez...

Este desvió la mirada de Gönül a la abogada, desde su posición elevada, esperando pacientemente a que continuara.

—Yo me haré cargo de Zeynep.

En ese instante, Gönül sintió cómo el aire llenaba nuevamente sus pulmones, su cuerpo recobraba algo de calidez y sus ojos verdes enfocaban a su abogada, quien le daba un apretón tranquilizador en el hombro.

—Yo adoptaré a su cachorra, señora Gönül.

Y Gönül sintió que le habían devuelto el mundo entero. 💌

Addictive habit-[Gönul ve Cahide]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora