Día I

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La oscuridad y la luz hoy en día, se sabe que son enemigos naturales, pero hace mucho tiempo, no era así.

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Había un sin fin de alumnos con maletas en mano que platicaban, jugaban y corrían de un lugar a otro en busca de informes o de sus amigos que no habían visto durante las vacaciones de verano o que saludaban a los nuevos inscritos a ese prestigioso internado llamado Osuz.

Kuroko Tetsuya era uno de esos nuevos integrantes.

Él caminaba tranquilamente por aquellos alrededores esquivando a todas esas personas que le dificultaba avanzar hasta su nueva habitación.

Al llegar a su habitación, la cual no compartía con nadie, lo que agradecía, mientras fuera de día ya que de noche era donde las cosas se dificultaban. Dejo sus dos maletas en medio de la pequeña habitación, reviso el armario y como le había dicho aquella esquelética secretaria de los informes, allí se encontraba su uniforme; que consistía en un pantalón recto negro, la camisa blanca, el chaleco gris con botones negros y la chaqueta color hueso con decorados negros, tenían el logo de la escuela que era una media luna negra con llamas alrededor blancas y en medio el nombre del internado; lo saco de donde estaba y comenzó a ponérselo, ya que en poco tiempo se haría la reunión de bienvenida.

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Ya los alumnos de primer se encontraban en aquel gran auditorio, escuchando el famoso discurso que decía el director todos los años.

—...y para finalizar el alumno con la mejor nota en el examen de admisión les dará unas palabras. Akashi Seijuurou —golpeo levemente el podio antes de retirarse.

Los alumnos comenzaron a murmurar, más las chicas que no dejaban de hablar sobre lo guapo e inteligente que era o al menos eso era lo que escuchaba Kuroko, que por curiosidad levanto su vista de su libro —que había llevado para distraerse—, y se sorprendió al ver aquel talentoso chico. Sus cabellos rojos eran como los pétalos de una rosa, ojos rojos, piel blanca y de estatura promedio, pero a pesar de eso, su aura era tan impotente y llamativa.

No regreso su vista al libro después de ver aquel joven.

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Era hora de la cena y Kuroko se encontraba sentado solo en una mesa que estaba en lo más recóndito de la cafetería, donde nadie se acercaba y eso era lo que le gustaba o al menos era lo quería creer.

No era como sí a él no le gustara convivir con las personas, en realidad, hace tiempo le encantaba estar rodeado de todos, jugar, reír, platicar y enamorase, ¿no es eso lo que tenía que vivir siendo joven?, pues sí, lo había disfrutado y mucho, pero desde hace unos meses estar con la gente le causaba mucho cansancio, era cómo sí una densa niebla se arremolinara a su alrededor; una vez llego afectarle tanto que paro al hospital, claro está que el doctor le dijo que estaba bien, que no era nada físico, dándole a entender que estaba enfermo mentalmente, provocando así que su padre lo llevara a un psicólogo, quien le diagnóstico "antropofobia"; y así fue como a sus cortos quince años de edad tuvo que estar siempre al pendiente de la gente que le rodeara, tomar sedantes y visitar al psicólogo una vez a la semana —como mínimo—, y esa es una de las principales razones por la cual había terminado en el internado Osuz.

Era un internado privado conocido a nivel mundial, nadie podía entrar a menos que sus calificaciones fueran excepcionales o tuvieras el dinero suficiente para poder pagar la costosa colegiatura, teniendo en cuenta estas dos cuestiones era por eso que no entraban muchos alumnos, cada año entraban, como máximo, unos trecientos alumnos —de todas partes del mundo—, de los cuales se iba reduciendo con el pasar del curso, pero eso sí, él que lograba llegar a graduarse tenía asegurado un futuro de lujos. La familia de Kuroko no tenía mucho dinero así que se había tenido que esforzar demasiado para tener el promedio mínimo de inscripción y pasar el examen de admisión, logrando así una beca del cien por ciento. Se había sorprendido mucho cuando vio que había quedado entre los diez primeros, siendo exactos, en sexto lugar; tampoco era como si tuviera muchas cosas que hacer. Teniendo antropofobia rara vez salía, así que se quedaba en casa a leer y como todos los libros que tenía ya había leído se había decidido a leerse los de la escuela.

Pincho un pedazo de melón y lo introdujo a su boca sin apartar la vista de su libro, que estaba por terminarlo, pero no lo podía evitar, la trama lo mantenía con mucho suspenso. Sintió como un frio aire lo envolvía provocándole escalofríos.

—...yo le dije que no iría a su fiesta, pero ella me siguió insistiendo, ya sabes con lo poco popular que es era obvio que me tenía que invitar para que más chicos llegaran a su estúpida fiesta, al final me dio pena y acepte —hablo una chica de cabellos negros, ojos enormes azules maquillados con tonos cálidos y labios pintados de rojo, que se sentó enfrente de él.

—Pero, ¿en serio vas a ir? —le pregunto su amiga de cabellos cortos teñidos de color morado, piel morena y enormes ojos cafés, maquillada con tonos azules y labios rosas, que se sentó a su lado.

No pudo evitar alzar la mirada al cielo antes de seguir con su lectura.

—Obvio no —pincho con su tenido un pedazo de su ensalada —. Por dios, como ir a un teta fiesta, cuando puedo ir a la fiesta de Annekey —le sonrió mostrándole todos los dientes.

—Qué bueno por...

—Disculpen —les interrumpió Kuroko, que estaba por tener uno de sus ataques.

Los dos chicas al girar la vista para ver quien les hablaba no pudieron evitar soltar un grito, provocando que todos los de la cafetería se diera cuenta.

— ¿¡Quién diablos eres maldito mocoso!?

— ¡Largo de aquí!

Le reprendieron las chicas. Sus manos comenzaron a temblarle. No quería causar problemas y menos en su primer día de clases así que haciendo una leve reverencia antes de recoger sus cosas y salir de esa embarazosa situación.

Akashi, que se encontraba en sentado en una mesa de en medio, vio aquella escena, intrigado por el chico que había pasado a su costado, mirando el suelo.

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Al entrar a su pequeña habitación lo primero que hizo fue prender la luz, ya que, además de tener antropofobia, también padecía de nictofobia, lo que lo avergonzaba hasta los huesos, porque a su edad seguía usando una lámpara de noche, para así poder conciliar el sueño o de lo contrario tendría pesadillas extrañas. Suspiro cansado, ¿por qué tenía que cambiar su estilo de vida? Acomodo sus maletas en el closet y, rebuscando en su mochila, saco la pequeña lámpara que le había regalado su madre, la cual amaba ya que era como las lámparas de aceite que se usaban hace años, lo cual le facilitaba poder moverla a cualquier parte si quería. La coloco aun lado de su escritorio y lo conecto, luego se dirigió al armario y saco su cómoda pijama (un pantalón deportivo y una camisa de lana), se dirigió al baño y se dispuso a bañarse antes de acostarse a dormir.

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Kayrim

OsuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora