Narra Aria...
El día de la primera cirugía había llegado, Nikto me llevó en un auto, un gran auto, me sentía aún más pequeña en el asiento, todo queda muy distante de mi, el tablero, la puerta, el suelo, debe ser una camioneta muy grande, y huele mucho a cuero.
Nikto me había dicho su primer nombre, su verdadero nombre, pero me había acostumbrado a llamarlo de la otra forma, así que lo seguía haciendo.
Me temblaron las manos durante el camino, jugueteaba con mis manos y sentía el frío del aire acondicionado penetrando en mis huesos.
- Tranquilízate, estarás bien. - aseguraba Nikto mientras conducía.
- Sí, sí... - asentía enérgicamente.
- No tendrás que manejarte en base al lenguaje Braille nunca más.
- Nunca supe Braille. - confesé. - muchas personas ciegas no saben Braille, y lo entiendo, intenté aprenderlo pero fue complicado para mí.
- Es como el código morse.
- Sí, es parecido.
- Puedo simplemente dar vuelta y regresar a casa si no estás convencida.
- ¿Qué?, no, no, no, sigue conduciendo...
No quería que sus sugerencias me abrumaran, quería continuar con esto, ya todo estaba hecho, no había vuelta atrás.
Nikto me convenció de comprar la casa, ahora es suya, un abogado fue a la casa y se encargó de todo con el orfanato, solo tuve que poner mis huellas dactilares en el documento y listo.
Al entrar a la clínica tuvimos problemas...
- Disculpe señor no puede entrar. - indicaba una voz masculina.
- ¿Cuál es el problema?, tengo una cirugía programada para las 8:00am con el Dr Banks, necesito entrar. - intervenía tratando de darle la cara a la fuente de esa voz.
- Si señorita, pero el señor no puede entrar, deberá quedarse aquí afuera.
- ¿Cuál es tu maldito problema? - refutaba Nikto, está furioso, su acento se marca aún más.
- No puede entrar con el rostro cubierto. - indicaba de nuevo aquella voz.
- Es una prótesis facial imbécil de mierda. - maldecia Nikto.
Luego de unos segundos de silencio incómodo, me sentía en la obligación de intervenir.
- Déjelo entrar, por favor, soy ciega, él es de mi confianza. - sujetaba con timidez lo que creía que era el codo del hombre que no nos dejaba entrar.
- De acuerdo, discúlpeme señor, nunca había visto una prótesis facial así. - tartamudeaba él.
- Ya déjanos entrar o haré que tengas que usar una como esta.
- Nikto, es suficiente. - al fin había logrado que se callara.
Entramos, cuando sentía que no había nadie en los pasillos por el silencio me dirigí a Nikto.
- No puedes amenazar a nadie de esa forma, sólo está trabajando, ¿qué te pasa? - lo confronté.
- Cálmate, no podrán operarte si se te sube la tensión. - me decía como si no importara lo que acababa de hacer.
- No me digas que me calme.
- Ya, ya, tranquila, estás muy alterada, ven aquí carajo.
Entonces sentí cuando me haló del brazo y me juntó a su pecho en un movimiento, tenía razón, podía sentir mis propios latidos rápidos junto a los suyos calmados y fuertes, tenía miedo, mucho miedo.