El primer día de clases después de las vacaciones de invierno, el instituto se llenó de un murmullo inusual. Una nueva estudiante había llegado desde Francia, y su nombre se difundió rápidamente entre los alumnos: Rania.Rania había regresado a Roses después de pasar dos años en Francia, aunque ella originalmente era de españa, pero por el trabajo de su madre, tuvo que ir ahí.
Rania volvió por qué tuvouna experiencia que ella misma describía como infernal a tal punto de querer terminar con su vida, que su madre no tuvo más opción que volver a su país natal.
Había sido asignada a la clase D, donde se encontraban Mohamed e Izan, mientras que Brissa estaba en la clase A.
Rania entró al aula con una expresión seria y distante. Llevaba el cabello oscuro suelto por los hombros, iba ligeramente maquillada y llevaba con sigo su mochila desgastada, lo que contrastaba con su ropa cuidada. Nadie en la clase parecía captar su interés, y ella tampoco mostró el menor deseo de socializar.
—Hola, chicos, tenemos una nueva compañera. Ella es Rania y viene de Francia —anunció la jefa de estudios, tratando de sonar entusiasta—. Rania, ¿quieres presentarte?
Rania negó con la cabeza, manteniendo su mirada fija en el suelo. La Jefa de estudios, sin insistir, dejó a Rania en su clase y se fue. Mohamed e Izan se miraron brevemente, pero no intentaron hablarle.
Durante los recreos, Rania se sentaba sola en una esquina del patio, observando a los demás estudiantes reír y hablar. Su ansiedad social la mantenía alejada, y los recuerdos de sus traumas en Francia la perseguían constantemente.
—No puedo confiar en nadie —se repetía a sí misma mientras mordisqueaba un bocadillo—. Francia fue un infierno, y no quiero pasar por lo mismo aquí.
Mientras tanto, en la clase de francés, el profesor quiso ser amistoso con Rania y le preguntó sobre la realidad de Francia.
—Rania, cuéntanos, ¿cómo es la vida en Francia? —preguntó el profesor con una sonrisa.
Rania se enderezó en su asiento y, con una voz firme, comenzó a hablar:
—Francia es horrible. La gente es fría y desagradable. No me gustó nada de lo que viví allí. —Su tono era tajante, y la clase quedó en silencio, sorprendida por su franqueza.
—¿Qué es lo que más odiaste de Francia? —preguntó un compañero, intrigado.
—Todo. La comida, las personas, incluso el idioma. Me alegra haber dejado ese lugar —respondió Rania, sin contener su disgusto.
Brissa, que estaba en esa clase, observaba a Rania con interés. Cuando la clase terminó, Brissa decidió acercarse a ella.
—Oye, Rania, me llamo Brissa. Me pareció muy valiente lo que dijiste en clase. —dijo Brissa con una sonrisa amigable.
Rania la miró, ligeramente sorprendida por la amabilidad de Brissa.
—Gracias. No me gusta hablar de Francia, pero supongo que era necesario —respondió Rania, un poco más suave.
—Entiendo. Si necesitas algo, no dudes en decírmelo. ¿Te gustaría mi número? —ofreció Brissa.
Rania dudó por un momento, pero luego asintió y tomó el número de Brissa. Sin embargo, en su mente, se repetía una y otra vez que no debía confiar demasiado en la gente nueva.
—No te hagas ilusiones, Rania. No todo el mundo es amigable. —se dijo a sí misma mientras guardaba el contacto en su móvil.
Los días pasaron, y aunque Rania no escribió a Brissa, observaba a toda su clase con detalles pero no se atrevía a acercarse a nadie. Su ansiedad social seguía siendo una barrera impenetrable.
Unos días después, durante el recreo, Brissa vio a Rania sentada sola una vez más. Decidió acercarse a ella nuevamente.
—Rania, ¿te importa si me siento contigo? —preguntó Brissa, apareciendo de repente.
—No, claro. —respondió Rania, un poco sorprendida.
Brissa se sentó y comenzó a hablarle sobre cosas triviales, intentando romper la barrera que Rania había erigido a su alrededor. Habló sobre sus experiencias en Argentina y cómo también había sentido la dificultad de adaptarse a un nuevo lugar.
—¿Sabes? No eres la única que ha tenido que enfrentarse a cambios difíciles. —dijo Brissa con empatía—. Yo también estuve en Argentina por un tiempo, y fue... complicado.
Rania la miró, por primera vez sintiendo una conexión.
—¿De verdad? ¿Y qué pasó? —preguntó, su tono mostrando una leve curiosidad.
—Con el tiempo, encontré personas que me apoyaron. Y aprendí que no todos son malos, aunque a veces lo parezca. —dijo Brissa, sonriendo.
—Supongo que tienes razón. —admitió Rania, relajándose un poco.
—¿Sabes? Creo que podríamos ser buenas amigas. —dijo Brissa con una sonrisa—. Solo tienes que darte una oportunidad.
—Lo intentaré. —respondió Rania, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una chispa de esperanza.
Mientras las semanas pasaban, Brissa seguía acercándose a Rania, presentándola lentamente a su círculo de amigos. Mohamed e Izan no hablaron directamente con ella, pero Rania notaba las miradas curiosas, especialmente de Mohamed.
Aunque su pasado en Francia seguía pesando sobre ella, Rania empezaba a ver un futuro más brillante en Roses.,
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UNTITLED (Una historia real)
RomancePrólogo En el bullicioso instituto, Izan y Brissa provenían de mundos opuestos. Brissa, popular y rodeada de amigos, contrastaba con Izan, un chico tímido que prefería la soledad, marcado por un doloroso pasado. Un día, mientras Izan jugaba al básqu...