Sentimientos revueltos

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¿Por qué será que, cuando uno está de malas, la gente amanece más bruta?

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¿Por qué será que, cuando uno está de malas, la gente amanece más bruta?

- Josh, no me voy a amputar la pierna – contesta Marcela – el lunes fui donde la doctora – suspira – ella dice que me vendría bien hacerme una manga gástrica, para bajar de peso.

- ¿de verdad? – dice Antony conmovido.

- Genial, te veras, increíble Marce – Opina Daniela.

- Si, no me imagino lo mucho que cambiaras – agrega Rosana.

- Esperen – reprende Antony – ¿estás segura de que quiere esto?

No estaba segura para nada, era un sinfín de emociones entre querer y no querer, pero, estaba segura de una cosa, era necesario hacerlo.

- Si, sacare una cita la próxima semana y le diré mi decisión a la doctora – responde Marcela.

Josh, estaba todavía anonadado, jamás pensó que a Marcela se le cruzaría tal idea por la cabeza. Y aunque, ella había dicho que sí, él no la veía para nada convencida.

Marce mira a Josh. Esperaba un comentario de su parte. Él agacho la cabeza, trataba de buscar las palabras correctas.

- Deberías...

Demonios. Pensó, ¿por qué no podía decir "está bien"? le estaba dando tantas vueltas, a una simple repuesta.

Él levanto su mirada, se encontró con unos ojos deslumbrantes que lo tranquilizaban y su frente arrugada, se relajó.

Deberías pensarlo con más calma. Quiso de decirle.

- Deberías hacerlo, si quieres – fue lo que salió. 

La hora había pasado muy rápido, todos debían irse, Marce los estaba despidiendo en la entra de su casa.

- Mañana volvemos – informa Lucas.

- No es necesario – dice Marcela.

- Usted no se manda – responde él.

Ella tuerce lo ojos. Lo consideraba una tontería, podía caminar, se sentía increíblemente bien con los cuidados, solo necesitaba seguir los consejos del doctor, entonces, ¿Por qué tanto alboroto?

- ¿estarás bien? – pregunta Josh.

Quería asegurarse de que su amiga estuviera en perfecto estado antes de irse.

Marcela asiente. Él sonríe y la repara para ver si dice la verdad. Mira su pierna, luego sus brazos; rápidamente llega a su cuello y por último a su rostro, donde se queda.

Podría decir, pensar o hacer lo que quisiera, pero, él corazón no miente, era obvio que cuando la veía se le aceleraba el pulso... se le iluminada el alma.

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