Prólogo

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Estaba tan emocionado, por fin, después de tantos años lo volvería a ver. La curiosidad lo invadía, ¿cómo sería ahora? Después de todo, la última vez que lo vio era un niñito de 7 años que le llegaba poco más arriba la cintura.

Ahora que habían anunciado su coronación, no veía la hora de acercarse y felicitarlo, quizás volver a ser amigos como antes... pero...

¿por qué sus ojos grises lo miraban con tal desprecio?

¿Por qué sentía con dolor el peso de sus palabras?

valoras tu vida, desaparece de mi presencia y nunca mas oses tocarme—dijo, retrocediendo bruscamente y apartándose de él.

—Jaekyung, s-su majestad, ¿no me recuerda?

○○○





































Por los corredores del palacio, el llanto de un bebé se deslizaba como un susurro inquietante, llenando cada rincón con una sombra de desesperación. El pequeño príncipe heredero, el único hijo varón del emperador, había llegado al mundo hace apenas un mes.

El nacimiento de este niño tan esperado, una ocasión que se creyó sería motivo de celebración y gloria, se transformó en un día oscuro y plagado de sufrimiento.

Las voces susurraban que el pequeño de cabello negro y ojos grises era una maldición para el imperio, que la sangre de sus ancestros licántropos corría por sus venas, y que no era un niño, sino un demonio, una bestia que había traído la muerte a su propia madre.

Pues nació de la misma muerte.

La emperatriz, el omega de su majestad el emperador Joo Jae-Young, cuando estaba al término de su gestación, cayó por las escaleras y murió por un golpe mortal en la cabeza.

El palacio entero se estremeció al creer que la criatura en su vientre había dejado este mundo. Sin embargo, los médicos reales lograron que el niño naciera del cuerpo sin vida de su madre.

A pesar de su nacimiento prematuro, el bebé era fuerte y saludable, algo increíble dada la aterradora circunstancia de su llegada al mundo.

El emperador proclamó a su único hijo varón como gran príncipe real y heredero al trono de la nación. Pero, como toda acción en la vida, esto tuvo sus consecuencias...

Tras la trágica muerte de la emperatriz, el cachorro necesitaba las feromonas de su madre, y ni siquiera las feromonas de su padre lograban calmarlo. Cada día desde su nacimiento se había convertido en una tortura para los sirvientes y los médicos reales, quienes no encontraban solución al problema.

Temerosa de que el bebé pudiera sufrir algún daño irreparable, su hermana mayor, la princesa Ji-Woo, tomó la desesperada decisión de llamar a una curandera del pueblo, con la esperanza de que, de alguna manera, pudiera calmar al pequeño príncipe.

—Su alteza, la curandera está aquí —anunció la sirvienta, inclinándose ante la princesa.

La hermosa joven, de cabello largo y oscuro como la noche, sostenía en sus brazos a su hermano menor, el hijo de su padre con un omega del palacio.

El bebé continuaba lloriqueando sin consuelo en el regazo de su hermana, mientras esta intentaba calmarlo de todas las maneras posibles.

—¡Gracias a los dioses!, mándala a pasar inmediatamente —ordenó, desesperada.

La sirvienta asintió y dio la orden a los guardias de las puertas, permitiendo que ingresara una mujer mayor acompañada de un niño.

El pequeño junto a ella, dejó asomar su cabellera castaña tras su abuela y se escondió tímidamente al encontrarse con la princesa.

—Su alteza, ella es la mujer que usted mandó llamar —presentó la sirvienta.

—Es un honor servirle, su alteza.

—Me alegra mucho que haya podido llegar. Estamos desesperados; está llorando desde esta mañana y ni siquiera ha probado su leche.

La señora, que mantenía la vista baja, levantó sus sabios ojos para observar al pequeño bebé. El niño tenía los ojos hinchados de tanto llorar y apretaba sus puñitos agitándolos con fuerza.

—¿Me permite? —la señora se acercó a la princesa para observar mejor.

—¿Sabe usted lo que hace? —preguntó una sirvienta con aire de desconfianza.

La curandera de ojos cafés asintió dulcemente.

—Mi pequeño nieto perdió a su madre cuando aún era un bebé —señaló al tímido niño que miraba con ojos expectantes al recién nacido — y tuve que pasar por una situación similar.

—¿Y qué hizo? ¿Cómo logró calmarlo? —desesperada, la princesa buscaba respuestas en la señora mayor, con la esperanza de que su hermanito pudiese sosegarse y tener una vida normal.

—Hay plantas calmantes, hojas benditas de los dioses. Solo tenemos que colocar un par de ellas bajo la planta de los pies y el príncipe se calmará.

La voz de la sabía mujer brindó un poco de seguridad a la princesa, que tras un suspiro colocó al niño sobre la cama.

El bebé, con su piel blanca y ligeros tonos rosados, miraba a su hermana  como suplicando que no le dejase allí, su carita angelical ahora llena de lágrimas.

—Está bien, Jaekyung, todo estará bien bebé —decía ella, esforzándose por que su voz no se quebrara. En sus ojos ocres se deslumbraban la tristeza y el cansancio.

La señora sacó de su bolsa algunas plantas y frotó las hojas, liberando un profundo olor que inundó la habitación. Retiró las medias de los pequeños pies del príncipe y colocó un par de hojas antes de volver a ponerlas.

El bebé seguía intranquilo, y su llanto no cesaba; sin embargo, de repente guardó silencio, dejando que solo pequeños sollozos se oyeran.

Todos quedaron asombrados por el poder curativo de aquellas plantas, pero no tardaron en percatarse de lo que realmente había puesto fin a su llanto.

Una de sus manitas apretaba con fuerza el pequeño dedo del niño junto a la curandera, y sus ojitos grises, cristalinos por las lágrimas, se posaron bien abiertos en el rostro del pequeño. Por unos instantes, el bebé parecía hipnotizado, sorprendiendo a todos cuando un breve balbuceo se hizo notar.

—¡Por los dioses! —la princesa se llevó las manos a la boca, dejando que las lágrimas corrieran.
—Es... es la primera vez que lo oímos balbucear.

El niño de cuatro años, feliz de haber logrado que el príncipe no llorara, sonrió tiernamente y se sentó en la cama para seguir prestando su dedo como si de un juguete se tratara.

—Hola, su alteza, me llamo Kim Dan...

—Hola, su alteza, me llamo Kim Dan

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¿Destino o Desgracia?

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