Raíces y Revelaciones

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En un día soleado, los gritos desgarradores de una mujer resonaban a través del tranquilo campo, rompiendo el silencio que lo envolvía. Un pequeño llanto se unió al coro, marcando el nacimiento de una nueva vida.

"Es un varón, y ha nacido con los ojos de su madre", anunció la joven que asistía al parto.

La mujer exhausta extendió los brazos, ansiosa por ver a su recién nacido. Con delicadeza, le entregaron al bebé, cuyos ojos, como reflejos del cielo, miraban al mundo por primera vez.

Lágrimas de alegría y emoción brotaron de los ojos de la mujer mientras sostenía a su hijo recién nacido en brazos. Pero entre los susurros de la brisa y el murmullo del campo, había algo más, algo que parecía tejerse en el aire como un velo de misterio.

"Semper", susurró la mujer, mientras el nombre envolvía al niño con una promesa de eternidad y destino.

Sin embargo, en los confines de su alma, un presentimiento oscuro se agitaba, como una sombra acechante en la luz del día. ¿Qué secretos aguardaban en el futuro de Semper? ¿Qué misterios envolvían su nacimiento en aquel día luminoso pero ominoso?

El sol se había movido lentamente por el cielo, marcando los años que pasaron desde aquel día de su nacimiento. Semper, ahora un joven de mirada decidida, caminaba por los mismos campos que habían sido testigos de su llegada al mundo. Los campos, una vez verdes y exuberantes, ahora parecían marchitos por el paso del tiempo y la mano negligente del hombre.

Ha pasado cerca de 5 años desde aquel momento. Semper, con una mirada curiosa, observaba a su madre preparando todo para salir de aventura nuevamente. Ella lo dejaba al cuidado de su mayordomo, un señor de edad avanzada que, para Semper, era más que un simple sirviente. Era su abuelo, un hombre que había vivido mil aventuras y cuyas historias llenaban las noches de Semper de asombro y emoción.

El abuelo, con sus arrugas marcadas por el tiempo y su mirada llena de sabiduría, se acercó a Semper y le ofreció una sonrisa llena de cariño y complicidad. Aunque ya no era tan ágil como en sus días de juventud, su espíritu aventurero seguía ardiendo con la misma intensidad de siempre.

La madre se despidió con un beso en la frente de Semper y partió en busca de nuevas aventuras, dejando a su hijo bajo el cuidado amoroso de su abuelo. Con ternura, el abuelo tomó un libro algo desgastado por el tiempo, el registro de la última aventura de la madre. Con manos arrugadas pero llenas de experiencia, comenzó a hablarle a Semper sobre la armonía con la naturaleza como fuente de poder mágico.

"¿Te gusta la naturaleza, Semper?" preguntó el abuelo, mientras acariciaba las páginas amarillentas del libro.

Semper, escuchando atentamente, posó su mano en una maceta cercana y respiró profundamente el aroma fresco de la tierra. "Las flores son lindas", murmuró, y como si respondiera a su conexión con la naturaleza, una flor brotó de la maceta, desplegando sus pétalos con gracia ante la mirada asombrada de Semper y su abuelo.

El abuelo se mostraba asombrado, sus ojos brillaban con felicidad y orgullo al descubrir el talento latente en la inocencia de su nieto. Recobró la compostura cuando Semper, con una expresión entristecida, preguntó por su madre, quien acababa de salir de aventura.

"¿Quieres que salgamos al campo?" ofreció el abuelo, cambiando la mirada de Semper. Juntos se dirigieron al riachuelo cercano, donde el abuelo enseñó a Semper un truco de magia con el agua. El asombro del niño fue evidente, y pronto estaban jugando juntos en el agua.

Con el tiempo, el abuelo siguió enseñándole a Semper esgrima, artes marciales y magia, con todo el amor y la dedicación que su cuerpo anciano le permitía. Cuando la madre de Semper llegó con más libros de magia, ambos guardaron en secreto sus entrenamientos en la sala, para no preocuparla.

La madre siempre le recordaba a Semper que ella siempre lo cuidaría y veía en sus ojos color carmesí un futuro brillante y único, lo cual llenaba de felicidad al joven.

Ya con la madre en casa, su abuelo reposaba en la habitación de arriba y la madre cocinaba algo mientras Semper, con curiosidad, sacó un libro del bolso de su madre del cual cayó una carta con un sello que tenía una forma de cabeza de serpiente. El ruido que hizo el libro al caer llamó la atención de la madre, quien apareció rápidamente y recogió todo, diciéndole a Semper: "No debes buscar en las cosas privadas de mamá, son cosas que no entiendes y te puedes lastimar." La madre tomó al pequeño, verificó que no estuviera herido y dijo: "Ven, ya terminé las galletas, llama a tu abuelo." La sonrisa del pequeño se dibujó de oreja a oreja y corrió escaleras arriba para llamar a su abuelo.

Ya estando todos juntos, la madre y el hijo empezaron a cantar una pequeña canción de cumpleaños, felicitando al abuelo quien no tenía palabras, puesto que no se esperaba tal sorpresa. La madre había hecho galletas de nuez, las cuales eran las favoritas del abuelo. Estando todos tres en la mesa, el abuelo dijo agradecido: "Muchas gracias, Airi, Semper, por esta maravillosa sorpresa." La madre respondió: "Feliz cumpleaños, Magnus, estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí." Una agradable cena con historias de las aventuras del pasado de Magnus impresionan al pequeño Semper, quien está maravillado por todo lo que le cuenta.

Magnus, entre risas y gestos animados, comenzó a relatar una de sus aventuras más emocionantes: "Hace muchos años, me infiltré en un campamento de bandidos que secuestraban mujeres. Mi misión era liberar a una niña que era hija de un conde, pero lamentablemente, ya había sido asesinada en un intento de escape." Los ojos de Semper se abrieron con asombro mientras escuchaba atentamente la historia de su abuelo.

"Los bandidos pagaron caro por sus acciones", continuó Magnus, su voz resonando con determinación. "Los derroté a todos, pero mientras liberaba a los demás cautivos, vi a una pequeña niña, de unos cuatro años de edad, que parecía haber sido olvidada por todos. Intrigado, pregunté sobre ella, pero nadie sabía nada. Desde entonces, la adopté y cuidé como si fuera mi propia hija, llevándola a aventuras y siendo como un padre para ella."

Semper interrumpió la historia con una pregunta ansiosa: "¿Y dónde está esa niña ahora?" El abuelo sonrió con ternura y bajó la mirada, diciendo con voz suave: "Esa niña la llamé Airi, y nunca la dejé sola." El niño miró a su madre asombrado, y la sonrisa, junto con las lágrimas en los ojos de ella, describían una felicidad como ninguna.



Bonsai: Una aventura heredadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora