1. Neovenator

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Disclaimer: Este es un AU (Universo Alterno) donde no hay Vengadores. Los personajes no me pertenecen, solo los que no reconozcan son míos. 

Nada en la vida es para ser temido, es sólo para ser comprendido. Marie Curie.

Aquel encuentro con Steve había sido el primero de muchos. Al principio, solían ser accidentales, después de todo vivíamos en un pueblecillo bastante pequeño donde casi todos se conocían y los niños frecuentaban los mismos lugares para ir a jugar; aunque prefería evitarlo cuando se encontraba con Bucky. Los años iban pasando y aquella niña que cuestionaba todo quedaba atrás para convertirse en una adolescente arisca e introvertida que prefería pasar el tiempo entre huesos que entre personas.

—¡Te tengo un regalo!—dijo Steve—¡Antes de irnos de nuevo a la ciudad!

Suspiré, odiaba esa parte de mi que había comenzado a verlo diferente. Steve era mi mejor amigo, no podía permitirme verlo de otra manera o tendría muchos problemas.

—No tienes que hacerme sentir mejor, Steve—le dije con un suspiro—Ambos sabíamos que mi relación con Matt estaba destinada a terminar, me sorprende que haya durado hasta la Universidad.

Matt había sido el primer chico que se había fijado en mi cuando la adolescencia, y los traumas que trae consigo, me hicieron bajar de peso al punto de preoucupar a la gente que me quería. Fue por eso que me quedé con él, quizá, o porque nunca me había tratado mal. Simplemente, las cosas se volvieron aburridas entre nosotros.

—Es algo que tiene tiempo que quería darte—respondió—Me lo dio el profesor Coulson, pero si no lo quieres me lo voy a quedar.

Sus palabras hicieron que me levantara de un salto, quitándome la arena de mis pantalones para verlo fijamente con las manos extendidas.

—¡Vamos! ¡Dámelo!—reclamé—¿Por qué no me lo diste antes?

—La ciencia requiere de tiempo y paciencia, señorita Romanoff—respondió.

Rodé los ojos, quería mucho a Steve pero podía ser un verdadero grano en el culo.

—¡Esto no es ciencia! ¡Es un jodido regalo!

—Así no va a recibir nada, señorita Romanoff—dijo con el mismo tonito de suficiencia.

No lo pensé dos veces antes de lanzarme hacia él. Durante mi infancia y la adolescencia lo único que se había mantenido constante entre mis aficiones era la paleontología, porque había probado de todo: danza, dibujo, artes marciales, atletismo. Uno de los tantos beneficios de vivir con déficit de atención e hiperactividad, haciéndome buena en muchas cosas, pero excelente en nada. Aunque era suficientemente buena en artes marciales mixtas para poder tirar a Steve, con 1.83 de altura.

—¡DAME! ¡MI! ¡REGALO!—exclamé, puntualizando cada palabra.

—¿Cómo se piden las cosas? ¿Qué tu mamá no te enseñó?—dijo, mientras reía a carcajadas.

Steve no me soltaba, haciendo que no pudiera escapar de mi atracción hacía él. Había discutido con Yelena acerca del tema hasta el cansacio, pero no conseguía llegar a nada pues ambas sabáimos que mi rubio favorito no sentía lo mismo por mi.

—Sabes bien que me enseñó mi mamá, después de todo eres su hijo favorito—me burlé.

—¡Y tú la de mi mamá! Así que no sé de que te quejas.

En un lugar como aquel en el que no había secretos, la gente se enteró demasiado pronto que los dos niños extraños eran amigos, haciendo que nuestras familias se acercaran. Steve y yo luchamos por otro rato en la arena, haciendo que esta se impregnara en nuestros cabellos, pero terminó ganando, alzándome en volandas y llevándome a la orilla del agua.

Huesos de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora