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Capítulo 13: Bestia invisible

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Capítulo 13: Bestia invisible.

Las horas se deslizaron como granos de arena entre los dedos, y la brisa fría del mar comenzó a envolvernos con su manto invisible. El sol, un disco de fuego en el horizonte, iniciaba su descenso, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosas. La noche, con su cortejo de estrellas centelleantes, se insinuaba en el firmamento, prometiendo un manto oscuro más temprano que tarde.

Lucy se acercó a mí con mi arco y flechas en mano, reliquias de una batalla que no presencié, perdida en la oscuridad del desmayo. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y alivio al verme ya en pie, lista para enfrentar lo que viniera.

—¡Tierra a la vista! —La voz resonó, cortando el aire como una flecha. Era una señal, un presagio de que nos acercábamos a un nuevo destino.

—Se ve deshabitada —comentó Caspian, escudriñando el horizonte con su mirada penetrante. —, pero si los nobles siguieron la bruma, tuvieron que parar aquí

—Tal vez sea una trampa —advirtió el capitán, con voz grave y cautelosa.

—O tal vez encontremos respuestas... ¿Caspian? —La incertidumbre se colaba en cada palabra que decía Edmund, como el viento entre las velas.

—Pasaremos la noche en la orilla —decidió Caspian, dirigiéndose al capitán, con autoridad. —, quiero recorrerla en la mañana

—Sí, majestad —respondió el capitán, su voz teñida de un respeto que no necesitaba palabras.

Una tensión sutil flotaba en el aire, como la bruma que habíamos seguido. Edmund y Caspian, aunque amigos y compañeros leales, a veces chocaban en su liderazgo, como dos olas en el mar. Ambos tenían la fuerza y la convicción de un líder, y eso los llevaba a enfrentarse en un silencioso duelo de voluntades. Observé a Edmund con una mirada que intentaba ser un puente de entendimiento. No había nadie menos importante aquí, ni siquiera bajo la sombra de un rey. Edmund asintió, con expresión seria, y se dirigió hacia Caspian para unirse a su lado.

Juntos, montamos un campamento en la orilla de la playa, sobre la arena que aún guardaba el calor del día. Compartimos una comida sencilla, y el calor de la fogata se convirtió en nuestro refugio contra la noche que se cerraba sobre nosotros. Rodeados por el susurro constante del mar, nos entregamos al sueño, cada uno perdido en sus pensamientos y esperanzas, bajo el vasto cielo estrellado.

Sumida en el abismo del sueño, un abrazo inesperado y firme me arrancó de la seguridad de mis sueños. Mis labios se entreabrieron para soltar un grito, pero una mano fría y etérea selló mi boca, sofocando el sonido en mi garganta. Mis dedos buscaron instintivamente el arco, pero fue en vano.

La figura que me sostenía me arrastró con una velocidad sobrenatural, alejándome del campamento. Los árboles y arbustos se convertían en fantasmas borrosos que azotaban mi rostro con sus ramas, como si me castigaran por alguna falta desconocida. El claro se abrió ante mí, un tapiz oscuro de césped salpicado de arbustos recortados en formas que desafiaban la naturaleza. Pataleé en el aire, sintiendo por un momento que volaba, pero no había alas que me sostuvieran, solo el frío abrazo de mi captor invisible.

Fui abandonada en el centro del claro, mi cuerpo impactando contra el suelo con una fuerza que me robó el aliento. Me apresuré a levantarme, girando en todas direcciones en busca de mi agresor, pero solo encontré el vacío y el silencio.

Intenté correr, pero una fuerza me sujetó del tobillo, tirándome de nuevo al suelo. Me arrastró hacia atrás, como si fuera una muñeca en manos de un niño caprichoso.

—No hay escapatoria —rugió una voz profunda y resonante, llenando el espacio frente a mí.

—Bien dicho —se unió una segunda voz, esta más aguda y burlona.

—Qué miedo —susurró una tercera, como el viento entre las hojas.

—¡¿Qué son ustedes?! —grité, mi voz temblorosa de ira y miedo.

—Somos aterradoras bestias invisibles —declaró la primera voz con un tono que pretendía ser aterrador.

—Si pudieras vernos, te sentirías asustada —aseguró la segunda.

—¡Sí! —exclamó la tercera, como si estuviera encantada con la idea.

—Y olvidé mencionar que somos criaturas enormes —añadió la primera voz, con un eco que parecía expandirse y contraerse.

—¡¿Qué rayos quieren de mí?! —exigí, intentando incorporarme sin éxito.

—Tú harás lo que te ordene —sentenció la voz profunda.

—¿Y si no quiero? —desafié, sintiendo cómo la ira encendía una chispa de valor en mi interior.

—Morirás —la palabra cayó como una losa, pesada y definitiva.

—¿Morirá? —la tercera voz parecía genuinamente curiosa.

Me puse de pie lentamente, mi corazón latiendo con fuerza contra mi pecho. Las criaturas invisibles comenzaron a gritar "muerte" a mi alrededor, un coro macabro que amenazaba con desgarrar la noche.

—Ya díganme qué es lo que quieren de mí —demandé, mi voz firme a pesar del miedo que me recorría.

—Debes entrar a la casa del opresor —ordenaron, empujándome por la espalda hacia un camino que se abría ante mí.

Miré hacia adelante, pero no había señales de ninguna construcción.

—¿Cuál casa? —pregunté, confundida.

—Esta —respondieron, y en ese momento, como si fueran arrancadas de la misma bruma, las paredes de una mansión antigua y sombría se materializaron ante mis ojos.

La majestuosidad de las puertas dobles se erigía ante mí, sus marcos tallados con intrincadas figuras que parecían danzar en un eterno ritual. Al abrirse, una luz dorada, cálida y acogedora, se derramó sobre mi piel, bañándome en su resplandor. Era como si el mismo sol hubiera decidido revelar sus secretos más íntimos.

Dentro, la visión de una escalera colosal se desplegaba ante mis ojos. Era ancha y noble, cada peldaño labrado en mármol puro, invitándome a ascender hacia un destino desconocido.

—Arriba encontrarás el libro de los encantamientos —una voz etérea susurró. —, recita el hechizo que hará lo invisible visible

La curiosidad ardía dentro de mí, pero no pude evitar cuestionar.

—Y... ¿por qué no lo hacen ustedes?

La respuesta llegó cargada de una tristeza ancestral.

—No sabemos leer ni escribir

Un silencio pesado se cernió sobre nosotros. La revelación me golpeó con la fuerza de una tormenta.

—¿Por qué no lo dijeron antes? —Mi voz era un susurro, una mezcla de reproche y compasión. —, los hubiera ayudado sin secuestros o amenazas de por medio

Y sin más palabras, crucé el umbral de las puertas. Se cerraron tras de mí con la suavidad de una pluma cayendo al suelo, sin emitir el más mínimo sonido.

Narnia: La Travesía del Viajero del Alba |Edmund|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora