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Capítulo 19: Manantial de oro

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Capítulo 19: Manantial de oro.

Nos separamos en los pequeños botes, cada uno cortando las aguas tranquilas con determinación. La orilla de la isla se acercaba, un borde difuso entre el mar y la tierra que prometía tanto misterio como peligro.

—¡Dudo que hallemos algo aquí, mi señor!. —La voz de Reep, cargada de escepticismo, flotaba desde el bote vecino. Sus palabras eran un eco de la desolación que parecía envolver la isla—¡No hay señal de vida!

—Una vez en tierra, tú y tus hombres busquen comida y agua —respondió Caspian, con firmeza, intentando infundir algo de esperanza en nuestras sombrías expectativas—, nosotros cuatro buscaremos pistas

—Te refieres a los cinco, ¿no? —La voz de Eustace irrumpió desde detrás de mí, su tono ligeramente burlón—, no me vayan a enviar otra vez con la rata

—¡Te escuché, niño! —La réplica de Reep fue instantánea.

—Orejotas

—¡También escuché eso!

Las risas y las bromas se disiparon cuando nuestros botes rozaron la arena. Con un suspiro colectivo, descendimos a la orilla.

—¡Cuidado, no somos los primeros en esta isla! —advirtió Caspian, notando marcas en la arena, que no eran nuestras.

—¿Los nobles? —Edmund interrogó a Caspian, su voz era baja y tensa.

Ellos seguían detrás de mí, con Lucy cerrando la marcha. Avancé sin prestar atención al suelo, un error que pronto lamentaría. De repente, el mundo bajo mis pies cedió. Un grito desgarrador brotó de mi garganta mientras caía en un abismo inesperado. Por un momento, el tiempo se suspendió, y luego mi cuerpo tocó algo que no era el final, sino una pendiente que me arrastraba hacia abajo como si fuera un tobogán natural.

—¡Alison! —Los gritos de mis compañeros se desvanecían por encima de mí.

El descenso abrupto terminó tan repentinamente como había comenzado. Me encontré tendida en el suelo, con el polvo y la oscuridad envolviéndome. Con manos temblorosas, busqué mi arco, encontrándolo a mi lado.

—¡¿Alison?!... ¡estoy bajando! —La voz de Edmund resonó en la penumbra.

—¡Estoy viva! —exclamé.

Con cada intento de levantarme, una punzada de dolor se disparaba desde mi brazo izquierdo, obligándome a contener un grito que amenazaba con romper el silencio de la cueva. La vista de la sangre en mi antebrazo, cerca de la muñeca, me hizo fruncir el ceño. Era un corte superficial, similar al ardor de un papel cortando la piel, pero no por eso menos alarmante. Con un gesto casi instintivo, bajé las mangas de mi camisa para ocultar la herida; no quería preocupar a los demás más de lo necesario.

Al observar mi entorno, la extrañeza de la cueva me envolvía. Túneles y arcos se retorcían en formas caprichosas, y la tierra o piedra de un color anaranjado daba la impresión de estar en un mundo distinto. Edmund llegó a mi lado, descendiendo con gracia por una cuerda.

—Definitivamente ese método era mejor —comenté, intentando aligerar la tensión con una sonrisa.

Su mirada estaba teñida de preocupación, y antes de que pudiera reaccionar, me envolvió en un abrazo.

—¡No me vuelvas a asustar así! —exclamó.

—Oye, yo no decidí caerme, ¿de acuerdo? —repliqué, aunque la calidez de su preocupación me reconfortaba.

—Ya, pero ten más cuidado —dijo, y asentí, separándome para continuar explorando.

Juntos, nos adentramos hacia el corazón de la cueva, donde el reflejo del agua de una laguna nos llamó la atención. Bajo la superficie, una silueta difusa capturó nuestra curiosidad. ¿Era una estatua o una persona real?. La ropa dorada o armadura que parecía vestir la figura era un enigma que nos atraía y repelía a la vez.

—¿Qué es eso? —Caspian se unió a nosotros, con Lucy a su lado.

—No lo sé, pero desde aquí parece una estatua —respondí, aunque en mi interior no estaba tan segura. —, o una persona. —agregué, mientras Edmund, impulsado por la curiosidad, arrancaba una raíz seca de la pared. —Ed, yo no tocaría el agua si fuera tú —advertí, pero él ya estaba sumergiendo el palo en el agua.

La transformación fue instantánea; el palo se convirtió en oro con tal rapidez que Edmund lo soltó, temiendo que su mano corriera la misma suerte. Caspian, cautivado por el fenómeno, se acercó al agua y se puso en cuclillas.

—Debió caer al agua —dijo el, y su tono llevaba el peso de una verdad no dicha.

Lucy, con su corazón siempre dispuesto a la compasión, se acercó a la orilla.

—Pobre hombre —susurró, y su lamento parecía extenderse hasta las profundidades acuosas.

Edmund, con su aguda percepción, señaló un objeto parcialmente enterrado en la arena cerca del agua.

—Más bien, pobre Lord —corrigió, y todos seguimos su mirada hasta el escudo que yacía abandonado.

—El escudo de Lord Restimar —confirmó Caspian, su voz teñida de respeto por el noble caído.

—Y su espada —añadí, señalando la hoja que brillaba bajo la superficie del agua, como si aún guardara la valentía de su dueño.

—La necesitamos —declaró Lucy con determinación.

Tomé la espada del cinturón de Edmund y me acerqué al agua, sintiendo la mirada inquisitiva del chico sobre mí.

—¡¿Qué haces?! —preguntó, incapaz de ocultar su preocupación.

—Recuperarla —respondí con una calma que no sentía, mi corazón latiendo con fuerza ante la tarea que me esperaba.

—Mucho cuidado —advirtió Lucy, y su voz era un hilo de ansiedad que se entrelazaba con mi propia determinación.

Con la espada en mano, extendí la hoja hacia la del agua, enganchándola por la empuñadura con una precisión que desafiaba mi nerviosismo. Lentamente, me levanté del suelo, sintiendo el peso de la espada rescatada como si fuera el peso de la historia misma. Caspian tomó la espada y le devolví el arma a Edmund, cuyos ojos aún reflejaban la sorpresa de mi acción.

—Supongo que no supo lo que le esperaba —comentó Lucy, con voz baja.

—Tal vez —dijo Edmund, dejando su espada sobre las rocas y acercándose al agua con una curiosidad que parecía superar su cautela—, o tal vez se dio cuenta de algo

—¿De qué estás hablando? —preguntó Caspian.

Edmund, sin responder, tomó una caracola de la pared de la cueva y la sumergió en el agua. La transformación fue inmediata; la caracola se convirtió en oro, tan brillante y perfecto que parecía imposible. Con un movimiento rápido, la dejó caer al suelo. Cuando todo pareció calmarse, Edmund tomó el objeto dorado entre sus manos, contemplándolo con una mezcla de asombro y reverencia, como si en ese momento, todo lo demás en el mundo hubiera dejado de existir.

Narnia: La Travesía del Viajero del Alba |Edmund|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora