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Capítulo 27: Aceptación

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Capítulo 27: Aceptación.

La sala estaba bañada en una luz tenue, las sombras danzaban en las paredes mientras Caspian, Lucy y Eustace comenzaba a dispersarse, dejando un silencio que se extendía como un manto sobre nosotros. Edmund me tomó de las manos, su tacto era firme pero gentil, como si temiera romper la conexión que nos unía. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ellos vi un mar de gratitud y algo más, algo que hacía que mi corazón latiera con fuerza contra mi pecho.

—Ali —dijo con una voz que resonó en el espacio entre nosotros.

—Ed —respondí, mi propia voz temblorosa con una emoción que no me atrevía a nombrar.

Sus palabras siguientes fueron un susurro, pero cada una de ellas se grabó en mi memoria como si estuvieran escritas en piedra.

—Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, te lo aseguro, gracias por ser mi amiga a pesar de ser como soy —Su confesión me envolvió, y sentí cómo el mundo a nuestro alrededor se desvanecía, dejándonos solos en nuestro pequeño universo.

La sala de la mesa de piedra se terminó de vaciar, como si el destino nos hubiera concedido este momento de intimidad.

—Tú me gustas, mucho —dijo Edmund, y esas palabras hicieron que mi corazón se detuviera y luego comenzara a latir con una intensidad que nunca había sentido antes.

—Edmund —logré decir, mi voz apenas un hilo de sonido.

—¿Sí? —preguntó, con su mirada fija en la mía.

—Tú también me gustas, mucho —confesé, y en ese instante, supe que había cruzado un umbral del que no había vuelta atrás.

Nuestras sonrisas se encontraron, con reflejos de la alegría y el nerviosismo que compartíamos. Se acercó a mí, sus manos se deslizaron hasta mis mejillas, y sentí la calidez de su aliento justo antes de que nuestros labios se unieran en un beso que era tanto una promesa como un descubrimiento. Un cosquilleo se disparó desde los dedos de mis pies, recorriendo mi cuerpo hasta llegar a mis labios, que respondían al ritmo de los suyos. Mi estómago se revolvió en mil mariposas, y mis mejillas ardían con un calor que no provenía del ambiente.

Cuando nos separamos, había una pregunta en la mirada de Edmund que se dirigía a mi cuello. Bajé la vista y allí estaba, el colgante en forma de luna, morado y resplandeciente, un pequeño universo cautivo en su interior. Con un gesto suave, Edmund retiró el colgante de mi cuello y lo colocó sobre las espadas en la mesa. De él emanó una luz morada, intensa y mágica, que llenó la sala y atrajo la atención de los demás. Lo habíamos logrado, juntos, y en ese momento, supe que lo que compartíamos era tan infinito y misterioso como el universo encerrado en aquél colgante.

Tras un viaje que esta vez no se sintió eterno, finalmente estabamos llegando a la "Nación de Aslan". Aquí, el aire se torna más liviano y las aguas dulces besan suavemente las orillas. El sol, un faro de luz incandescente, baña todo con su resplandor dorado, y sobre la superficie del lago, un mar de flores blancas se mece al ritmo de las olas.

Nos embarcamos en un pequeño bote de madera, cuyos remos cortan el agua con delicadeza, dejando tras de sí un camino entre las olas de pétalos. El aroma de las flores inunda mis sentidos, y por un momento, me siento parte de ese paisaje onírico.

Edmund, con una mirada inquisitiva, se dirige a Eustace.

—¿Y qué sentiste?, cuando Aslan te transformó en humano —pregunta con un tono que denota una mezcla de curiosidad y empatía.

Eustace, con una expresión reflexiva, responde. —Por más que lo intenté, no pude hacerlo solo. Luego, el se acercó a mí, dolió un poco, pero... fue un dolor bueno, como cuando liberas tu piel de una espina aferrada... Ser dragón no fue tan malo, supongo que fui mejor como dragón que como niño. Perdón por haber sido tan odioso

—Tranquilo, Eustace, fuiste un fantástico dragón — le asegura Edmund con una sonrisa comprensiva, poniendo una mano sobre su hombro en un gesto fraterno.

—Amigos míos, hemos llegado —anuncia Reepicheep, su voz llena de autoridad y emoción. Sus ojos, como dos faros de esperanza, están fijos en el horizonte.

El bote reduce su velocidad al tocar la arena, que brilla bajo el sol como si estuviera espolvoreada con diamantes. Más allá, una ola de agua celeste se eleva, desafiando la gravedad. Es una cortina líquida que parece tener vida propia, vibrante y misteriosa.

Descendemos del bote y nuestros pies se hunden ligeramente en la arena cálida. El viento juega con nuestros cabellos y ropas, y nos dirigimos hacia la ola estática. Al acercarnos, puedo sentir cómo la humedad del aire acaricia mi piel, y una sensación de asombro me invade. Es como si estuviéramos a punto de atravesar el velo hacia un mundo desconocido.

Aslan emergió a nuestro lado. Su presencia era tan majestuosa como antes, y su voz resonó con una calidez que parecía abrazar el alma.

—Bienvenidos, hijos —dijo con una sonrisa que reflejaba un orgullo paternal. —, lo han hecho bien, estoy muy contento, han llegado muy lejos y ahora su viaje llega a su fin

Lucy, con los ojos llenos de admiración y curiosidad, se adelantó.

—¿Esta es tu nación? —preguntó.

—No, mi nación yace más allá —respondió Aslan, su mirada perdida en la enorme ola de agua.

Caspian, con el peso de la responsabilidad marcado en su rostro, intervino con una pregunta que parece llevar tiempo anidando en su corazón.

—¿Mi padre está en tu nación? —preguntó con un hilo de esperanza tejiendo su voz.

Aslan lo miró con ojos comprensivos. —Tendrás que averiguarlo por ti mismo, hijo mío, pero te advierto que si continúas, no habrá marcha atrás

Con determinación, Caspian se acercó a la pared de agua, extendiendo su mano para tocar la superficie líquida que se mantenía firme como cristal. La ola, al contacto, vibró con una energía que parecía invitarlo a cruzar. Sin embargo, tras un momento de reflexión, Caspian se giró hacia nosotros, con su decisión reflejada en sus ojos.

—¿No entrarás? —preguntó Edmund.

Caspian, con la solemnidad de un rey que ha comprendido la profundidad de su cargo, respondió. —Dudo que mi padre estuviera muy feliz si renuncio a lo que él murió protegiendo. Llevo años deseando lo que me fue arrebatado y no lo que recibí... recibí un reino, un pueblo. —Se acercó a Aslan, su figura erguida en un gesto de resolución y promesa. —Te prometo ser un mejor rey

Aslan, con una mirada que trascendía el tiempo y el espacio, le contestó. —Ya lo eres

Narnia: La Travesía del Viajero del Alba |Edmund|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora