11

295 16 1
                                    

Capítulo 11: Inevitablemente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Capítulo 11: Inevitablemente.

Abro los ojos lentamente, y la oscuridad me envuelve como un manto. No hay dolor, ni el más mínimo atisbo de malestar en mi cabeza, lo cual me desconcierta. Mis dedos exploran mi cabeza, buscando alguna señal de herida, pero no encuentro nada; no hay rastro de sangre. Con movimientos torpes, me incorporo y descubro que estoy acostada en una hamaca que se balancea suavemente. La habitación está sumida en una calma profunda, solo interrumpida por la respiración tranquila de Lucy, que duerme sin preocupaciones en su lecho.

La sed me atenaza la garganta, una sequedad abrasadora que me impulsa a levantarme en busca de alivio. Mis pasos son inseguros, tambaleantes, mientras intento recordar qué fue lo que sucedió antes de que la oscuridad me reclamara.

Al salir al exterior, la noche me recibe con su frescura y su manto estrellado. La incertidumbre me pesa; no tengo recuerdos de lo que ocurrió después de desvanecerme. Sin embargo, alguien me rescató, eso es evidente. Mis ojos se fijan en un vaso solitario que descansa sobre un barril a lo lejos. Me aproximo cautelosa, olfateando su contenido para asegurarme de que es agua. Al confirmarlo, bebo con una urgencia que parece vital, como si cada gota fuera esencial para mi supervivencia.

El recuerdo del golpe que recibí es vívido, pero ahora no hay dolor, no hay señales de aquél trauma. Me pregunto, confundida, ¿qué fue lo que realmente pasó?

—Alison —La voz de Edmund, apenas un susurro, me arranca de mis cavilaciones. —, ¿cómo te encuentras?

—Bien, creo, pero no entiendo qué ocurrió

—Lucy te dio de su poción curativa —Su explicación ilumina mi confusión.

—Ahora todo tiene sentido —La gratitud florece en mi pecho.

Juntos, caminamos por la cubierta del barco, hasta llegar a uno de sus costados. Allí, nos detenemos a contemplar el cielo, un lienzo negro salpicado de estrellas. Una brisa fría me envuelve, provocando un estremecimiento que recorre mi cuerpo. Me abrazo a mí misma, intentando contener el temblor, mientras mi cabello se agita y mis orejas se entumecen por el frío.

—¿Tienes frío?, yo podría... —Edmund extiende su brazo hacia mí, pero se detiene, dubitativo. —Lo siento

Con un paso decidido, me acerco a él, y aunque no dice nada, su mirada habla por sí sola. Doy otro paso, y nuestros brazos se rozan, nuestros cuerpos se alinean uno junto al otro. Miro hacia el horizonte, y como si fuera arrastrada por una nueva brisa, siento su brazo rodear mis hombros, atrayéndome hacia él con una lentitud que parece eterna. Apoyo mi cabeza en su hombro con timidez, y una sonrisa se dibuja en mis labios. Puedo escuchar el latido de su corazón, y estoy segura de que él también escucha el mío. Me invade el temor de respirar, y al mismo tiempo, siento que si quisiera, no podría hacerlo. El tiempo parece haberse detenido a mi alrededor, y el silencio se extiende como un velo.

Había temido que Edmund se alejara de mí después de mi confesión anterior, que la idea de que su prima, aunque no de sangre, lo considerara su tipo, lo hiciera huir. Pero aquí estamos, juntos, compartiendo un momento de cercanía y calidez. Permanecemos así, en silencio, durante varios minutos, hasta que un bostezo suyo rompe la quietud.

—Creo que es hora de ir a dormir —digo, sintiendo el peso del día en mis párpados.

—Sí, debes descansar. —responde Edmund con una mirada cálida y preocupada. Caminamos juntos en silencio hasta las habitaciones, y justo antes de separarnos, él se detiene y me mira fijamente. —Buenas noches, Ali

—Buenas noches, Ed —le digo, y nuestras sonrisas se encuentran antes de que cada uno entre a su cuarto.

Al entrar, veo a Lucy aún sumida en el mundo de los sueños, pero al cerrar la puerta, ella se gira hacia mí, sus ojos brillando con una mezcla de sueño y astucia.

—Estabas con Caspian, ¿verdad? —susurra con una sonrisa juguetona.

—¿Qué?, ¿por qué estaría con Caspian?

—Creo que a él le gustas —dice con una certeza que me descoloca.

—Pero... —mi voz se pierde en la habitación, llena de dudas y emociones encontradas.

—Sé que él estaba con mi hermana, pero ella no está aquí —continúa Lucy.

—No me gusta Caspian, Lucy —afirmo.

—Pero puede gustarte, el es una persona muy importante aquí en Narnia y está buscando a una reina para gobernar —insiste ella, y puedo ver en sus ojos el brillo de las estrellas de Narnia reflejadas.

—Prefiero a... otra clase de chicos —respondo con un suspiro, pensando en lo complicado que sería entrelazar mi vida con la de un rey que no es de mi mundo.

—Te entiendo —dice ella, mirando el suelo, casi con tristeza.

—Ahora vuelve a dormir —susurro y le sonrío.

—Sí, buenas noches —dice ella, y se acuesta.

—Buenas noches —contesto.

Al acostarme, cierro los ojos y la oscuridad me recibe como una vieja amiga. Mis pensamientos comienzan a girar, primero lentamente, como hojas arrastradas por un remolino suave, y luego con más fuerza, como un torbellino que captura cada fragmento de mi día.

Me pregunto sobre Edmund, sobre su gentileza y la forma en que su presencia parece calmar el caos de mi mente.

Luego está Caspian, con su porte real y la responsabilidad de un reino descansando sobre sus hombros. Lucy cree que podría haber algo entre nosotros, pero yo no lo siento así.

Con estos pensamientos danzando en mi cabeza, me dejo llevar por el sueño, permitiendo que las olas de la inconsciencia me arrastren hacia la paz de la noche. Y en ese lugar entre la vigilia y el sueño, encuentro un consuelo silencioso, una esperanza que susurra que, pase lo que pase, todo estará bien. Que yo puedo con esto.

Narnia: La Travesía del Viajero del Alba |Edmund|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora