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Capítulo 9: La niebla

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Capítulo 9: La niebla.

La luz de la linterna de Edmund se convierte en mi faro en la oscuridad, y no puedo evitar que una sonrisa se dibuje en mi rostro al verlo. Nos acercamos juntos a una pila de libros encadenados, como prisioneros de su propio conocimiento. En la cima de esta montaña literaria, un enorme libro abierto se erige como un rey entre súbditos, sus páginas plagadas de nombres, algunos marcados con una cruz roja que grita finalidad.

—¿Qué es esto? —mi voz es apenas un susurro, temerosa de perturbar el silencio sagrado del lugar.

Lucy, con su curiosidad innata, se une a mi asombro. —¿Y todos estos nombres?

Nuestras voces rebotan en las paredes, creando un coro de ecos que parece susurrar respuestas que no podemos entender.

Edmund, con la linterna en mano, ilumina los nombres tachados y se pregunta en voz alta. —¿Por qué los habrán tachado?

Su hermana, siempre perceptiva, ofrece una teoría que hiela mi sangre. —Creo que es una especie de... pago

Caspian, con la certeza que le confiere su posición, susurra una verdad que ninguno de nosotros quiere aceptar. —Venden esclavos

La campana suena de nuevo.

¡Dong!.

Un presagio de peligro que resuena en mis huesos. Levanto la vista y veo figuras humanas lanzándose desde lo alto, suspendidas de cuerdas, sus gritos desgarradores cortando el aire.

—¡Cuidado! —Caspian grita, su voz llena de urgencia. Apunta con su ballesta y dispara, derribando a uno de los atacantes en pleno vuelo.

Con manos temblorosas, tomo una flecha de mi carcaj y la coloco en el arco. Estiro la cuerda, apunto con determinación y suelto. La flecha vuela, certera, y aunque solo logra rasgar el pantalón de mi objetivo, me reprendo por mi torpeza. Que tonta.

De repente, una sombra se abalanza sobre mí. Instintivamente, me agacho justo a tiempo para evitar el golpe que hubiera sido mi perdición. Con un movimiento fluido, me levanto y lanzo una patada al pecho de mi atacante. El impacto lo envía hacia atrás, cayendo al suelo con un golpe sordo.

El aire se llena de tensión y adrenalina, y aunque el miedo amenaza con paralizarme, sé que debo mantenerme fuerte.

El grito desgarrador de Eustace rompe la batalla, como si fuera una señal acordada, todos detienen su lucha. La puerta se cierra con un estruendo que resuena en mis oídos, y allí está él, mi compañero, con un cuchillo amenazadoramente posado en su cuello. El hombre que lo sostiene proyecta una sombra ominosa sobre él y avanza con una lentitud que parece burlarse de nuestra impotencia.

—Si no desean que otra vez lo haga gritar como una niña, será mejor que suelten sus armas —su voz es venenosa, cargada de una malicia que hace que mi piel se erice.

Eustace, con una valentía que no sabía que poseía, protesta. —¡No soy niña!

La orden del hombre es clara y autoritaria. —¡Háganlo!. —A mi alrededor, veo a mis amigos dejar caer sus armas con resignación. Con un suspiro que lleva consigo mi esperanza, dejo mi arco en el suelo. ——Pongan las cadenas —ordena.

Dos hombres se acercan a mí, uno me sujeta con una fuerza que me sorprende, mientras el otro cierra las cadenas alrededor de mis muñecas. El metal frío contra mi piel es un cruel recordatorio de nuestra situación.

—Ellos tres irán al mercado —dice, señalando a Eustace, a Lucy y a mí. Su dedo se mueve luego hacia Edmund y Caspian. —, y esos dos al calabozo

Caspian, con la dignidad que solo un rey puede tener incluso en la derrota, exclama. —¡Escúchame, traidor cobarde, yo soy tu rey! —Su grito es un rugido de desafío que resuena en el silencio que nos rodea.

Los hombres arrastran a los dos chicos con una brutalidad que me hace estremecer. Edmund lucha, su espíritu indomable no se doblega fácilmente, pero recibe un golpe en la cara que lo hace tambalear. Contengo un grito, sintiendo una mezcla de ira y miedo.

—Eso lo vas a pagar —le promete Edmund al hombre con una determinación que me llena de admiración.

Un hombre de cabello largo y aspecto más viejo aparece, su presencia parece comandar la atención de todos. —En realidad alguien más de seguro pagará —dice con una sonrisa cruel, insinuando un destino aún más oscuro para nosotros.

Nos arrastran lejos, cada paso alejándonos más de la libertad y llevándonos hacia un futuro incierto. Gritamos y pataleamos, pero nuestras protestas son tan inútiles como nuestras cadenas.

La voz de Edmund llega a mí, distante pero llena de urgencia. —¡Lucy, Alison! —A pesar de la distancia, su llamado me da fuerzas.

Los tres somos arrastrados fuera de los confines del centro de la ciudad, nos dejan encadenados a una pared de piedra fría y despiadada. A nuestro alrededor, un mar de almas desafortunadas comparte nuestro destino, cada una sentada en el suelo polvoriento, hombro con hombro, en una solidaridad forzada por las cadenas.

Mis ojos se encuentran con los de una niña castaña, cuyos gritos desgarradores siguen la figura del que creo que es su padre, que corre desesperadamente detrás de una carroza desgastada y casi destrozada.

En ese vehículo hay bastante gente, entre ellos, una mujer que extiende su mano con una tristeza que parece pesar más que las cadenas que nos atan, hacia el que imagino es su esposo.

Pronto, a los de la carroza, los obligan a subir a un bote que parece tan frágil como nuestras esperanzas. Miro hacia arriba y veo cómo las nubes comienzan a tejer un manto oscuro sobre ellos, presagiando una tormenta de desesperación. Desde el horizonte, una niebla de un verde enfermizo se arrastra hacia el bote, avanzando con la inevitabilidad de un destino cruel. La niebla los envuelve, y los gritos de la gente del bote se elevan en un coro de terror. Me aferro a la esperanza, pero cuando la niebla se disipa, el bote y sus pasajeros han desaparecido, tragados por un misterio que mi mente se niega a comprender.

Narnia: La Travesía del Viajero del Alba |Edmund|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora