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Capítulo 23: La estrella azul

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Capítulo 23: La estrella azul.

La mesa estaba repleta de platos y recipientes de todas formas y tamaños, cada uno desbordante de comidas que despedían aromas capaces de despertar el apetito más dormido. Frutas exóticas brillaban bajo la luz de las velas, carnes asadas aún chisporroteaban prometiendo sabores intensos, y panes recién horneados emanaban un calor reconfortante.

Las bancas largas, talladas en la misma piedra que la mesa, invitaban a sentarse y compartir el banquete. Y como si la escena no fuera ya lo suficientemente encantadora, velas y flores silvestres adornaban el espacio, sus pétalos de colores vivos contrastando con el gris de la roca, y sus llamas danzando al ritmo de una brisa suave que parecía traer consigo el murmullo de historias antiguas.

Todo en ese lugar hablaba de una magia antigua y poderosa, un santuario escondido en el corazón de la isla que ahora nos acogía, invitándonos a olvidar por un momento las preocupaciones y peligros de nuestra aventura.

El final de la mesa nos esperaba una visión que heló la sangre en nuestras venas. En la esquina, figuras humanas estaban atrapadas entre las raíces de los árboles, tan inmóviles y pálidas que por un momento dudé si eran estatuas o seres de carne y hueso. La luz de la linterna de Edmund se posó sobre sus rostros, revelando una expresión de eterno descanso que me hizo retroceder, con un escalofrío recorriendo mi espina dorsal.

Los demás, alertados por nuestro sobresalto, adoptaron posturas defensivas, preparados para cualquier amenaza. Edmund, con cautela, se acercó a las figuras mientras Lucy, con una ternura que contrastaba con la tensión del momento, apartaba el cabello de uno de los hombres. Sus rostros eran los de los Lords perdidos, aquellos cuyo destino había sido un misterio hasta ahora.

Caspian, con una mezcla de esperanza y temor, se acercó a uno de ellos y confirmó nuestras sospechas más profundas. —Está respirando —anunció, y un susurro de asombro recorrió el grupo.

Observé a los hombres, sus cabellos blancos y largos, sus barbas y bigotes que hablaban de un tiempo detenido. Estaban vivos, pero atrapados en un hechizo que los mantenía en un limbo entre la vida y la muerte.

—Alguien los embrujó —dice Edmund.

Mi voz, apenas un susurro, planteó la pregunta que todos temíamos. —¿La comida?

Las miradas de Edmund, Lucy y Caspian se clavaron en mí, un reflejo de la alarma que sentían.

—¡Es la comida! —exclamó Caspian, su voz era un eco de urgencia. Todos se alejaron de la mesa.

La atención se desvió hacia el cuchillo de piedra sobre la mesa, un objeto que parecía pertenecer a otro mundo, a otra historia. —Esta es la mesa de Aslan —dijo alguien, y el reconocimiento de ese nombre trajo consigo un peso de significado.

Las espadas de los Lords fueron retiradas de su prisión de raíces y colocadas sobre la mesa. Seis espadas yacían ahora ante nosotros, pero aún faltaba una. Al contacto con la piedra, las espadas comenzaron a brillar, un resplandor que parecía contener el aliento de la magia misma.

—¡Miren eso! —Lucy señaló hacia el cielo.

Una luz azul descendía desde las alturas, un espectáculo que capturó nuestra atención y detuvo el tiempo. Al otro lado de la mesa, la luz comenzó a tomar forma, y ante nuestros ojos asombrados, se materializó una mujer de piel pálida, cabello blanco como la nieve y un vestido del mismo color inmaculado. Su aura azul la envolvía, y su belleza era tanta, que parecía un ángel descendido del firmamento.

—Viajeros de Narnia, bienvenidos

La voz de la mujer resonó en el claro, su tono era tan puro como la luz de la luna. A su alrededor, los viajeros de Narnia se inclinaron en una reverencia instintiva, aunque yo, me mantuve erguida, desconcertada por la presencia de esta criatura celestial.

—De pie, ¿no tienen hambre? —preguntó, y aunque su hospitalidad era tentadora, la cautela se enredaba en mi estómago.

Edmund, con la curiosidad que lo caracterizaba, fue directo al grano.

—¿Quién eres? —Su pregunta cortó el aire con la precisión de una flecha.

—Soy Lilliandil, hija de Ramandu, yo los voy a guiar —respondió ella, y su identidad pareció elevar la atmósfera del lugar a algo aún más místico.

Caspian, siempre soñador, se acercó a ella con una sonrisa encantada.

—¿Eres una estrella? —preguntó, y al recibir una afirmación, no pudo evitar expresar su admiración por su belleza.

La oferta de Lilliandil de cambiar de forma si era una distracción fue rápidamente rechazada por Caspian y Edmund, y no pude evitar sentir una punzada de... ¿celos?, no, no era el momento para tales trivialidades.

La comida nos esperaba, pero la presencia de los Lords dormidos al final de la mesa planteaba preguntas que no podíamos ignorar.

—Estos pobres estaban al borde de la locura cuando llegaron —explicó Lilliandil, y su relato de cómo habían caído en un sueño eterno por violar la paz de la mesa de Aslan envolvió el lugar en una sombra de inquietud.

Lucy, con la compasión que la definía, expresó su preocupación por el destino de los Lords, y yo, aunque distraída por la interacción entre Edmund y Lilliandil, sabía que no había tiempo para la duda o el miedo.

—Despertarán cuando esto termine, vengan, queda poco tiempo —nos instó Lilliandil, y los cuatro, dejando atrás a los demás con su festín para seguirla.

El sendero nos llevó al borde de un precipicio, donde la Isla Negra se perfilaba en el horizonte, un presagio oscuro rodeado de humo negro y luces verdes.

—Dentro de poco, el mal se habrá hecho incontenible —advirtió Lilliandil, y su advertencia pesaba como una losa en mi corazón.

Caspian recordó las palabras del mago, sobre romper el hechizo con las siete espadas, pero con una espada aún perdida, la desesperación se cernía sobre nosotros. Lilliandil señaló hacia la Isla Negra, y supe que nuestro próximo desafío nos esperaba allí.

La despedida de Lilliandil fue tan mágica como su llegada, transformándose en una esfera de luz que ascendió al cielo, dejándonos con la promesa de un reencuentro, entonces volvimos al barco.

Sí, tenía miedo, pero también determinación. Más de un mes había pasado desde mi llegada a este mundo, y cada día me había enseñado el valor de la valentía. Aquí me sentía libre, comprendida, amada; aquí encontré un hogar y una familia. Y si algo había aprendido en el mundo normal, era que nunca se le da la espalda a la familia, no a la de sangre, sino a la que se construye con el tiempo y las vivencias compartidas.

Narnia: La Travesía del Viajero del Alba |Edmund|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora