Verla era para mí como un terremoto que lo derrumbaba todo, porque Zoe tenía muchas heridas y me hacía sentir que desnudar las mías estaba bien:
—Abrázame por favor, lee un libro para mí, acariciame el cabello y hazme olvidar porque no sé como controlar este dolor y esta rabia que llevo dentro —le pedí con la voz temblorosa y los ojos anegados en lágrimas y a Zoe se le olvidó lo mal que le había tratado esa misma tarde, no le importó y corrió a sostenerme porque yo estaba completamente desmoronado
—No lo controles, déjalo salir —y ese fue el botón que disparó todos mis soyosos sin freno, porque esas eran las palabras que mi hermano me decía cuando las cosas iban mal ¿cuantas veces se las había dicho a ella? Él había sido su pilar fuerte y yo estaba haciendo de ella mi refugio; me sentí un asco por eso, porque Zoe nunca iba dejar de amar a Nathan y yo estaba comenzando a amarla, ya no había vuelta atrás...
No sé en qué momento terminamos acurrucados en esa esquina en la que se encontraba ella antes, a mí eso no me importaba, solo deseaba dejar de pensar, respirar profundo y sentir su olor a canela que me ayudaba a no recordar que llevaba en el bolsillo aquella USB donde habían pruebas claras de que mi padre era un asesino.
—Zoe...
—Dime —contestó mientras dejaba un beso suave sobre mi cabello
—Mi madre murió Zoe, ya no está, ella... ya no me queda nadie
—Estoy yo —dijo acariciando mi cara con la llema de sus dedos ¿Cómo explicarle que por mucho que quisiera no podía quedarme a su lado para siempre?
Le tomé la mano y la entrelacé junto a la mía, como hacían las parejas, y ese acto me retorsio por dentro ¿cuantas veces se habían dado la mano ella y Nathan? Pero seguí adelante, y me aferré a ella, estábamos fundidos como una sola escultura, como si no fuésemos más que una estatua colocada delante de un estante, dos estatuas llenas de sentimientos, porque en ese momento entre los dos teníamos ligados la ira, el dolor, el amor, la pasión y el deseo dentro nuestro.
—Noa —me llamó de repente y me separé de ella para mirarla a los ojos
—Dime drogadicta —le dije para recordar ese reencuentro que ella imaginaba como la primera vez que nos vimos
—Nada, solo pretendía mirarte a los ojos, tan claros, tan azules, tan reveladores —no pude evitar sonreír, porque eso lograba Zoe, disipar los garabatos de mi mente, borrarlos y dibujar tiernas flores en su lugar —¿Sabes? El día en que me llamaste drogadicta yo reprimí el impulso de llamarte ángel, porque fue la descripción instantánea que me vino a la mente de ti, y te has convertido en eso, en mi ángel, amo cuando me llamas ratona drogadicta, me hace sentir algo tan nuestro...
Dejé un beso en su mejilla y susurré bajito ese apodo que solo le perteneceía a Zoe.
Y volví a fundirme en su cuerpo, entre sus brazos, abrazados... como si fuésemos un nudo difícil de desenredar, como si fuésemos..., y estuvimos así hasta la mañana siguiente.
Su voz suave y cariñosa me despertó y ese tono tan sutil me recordó a mi madre, haciendo grandes esfuerzos por levantarme de la cama, y pensar que ya nunca más podré escucharla me deja vacío por dentro.
—Buenos días ángel, nos hemos quedado dormidos en el piso
—Sí, pero dormí abrazado a ti y eso lo vale todo —dije mirándola y me di cuenta de lo mucho que la quería por lo mágica que me parecía aún así, despeinada y llena de lagañas —Zoe... ya tengo que irme —sentía que no podía soltarla porque me creía incapaz de enfrentarme a los monstruos o más bien al monstruo que me esperaba en el hospital junto al cadáver de mi madre del cuya muerte él era culpable, pero se lo debía a Nathan, a mi mamá, a Zoe, les debía encerrar al tipo que destrozó nuestra vidas.
Ella asintió con la expresión un poco triste y yo pensé que iba a explotar de ternura cuando la vi hacer un puchero y besé su frente para despedirme.
Me encaminé a la puerta de salida pensando en todo, dejando que las aves volvieran a hacer nidos en mi cabeza, y era tan difícil lidiar con los pensamientos de culpa, rabia y dolor que me atravesaban.
—Noa... —llamó Zoe interrumpiendo mi batalla interna y me volteé para prestarle atención
—¿Si drogadicta? —ella sonrío y yo olvidé que mis soldados estaban alzando las armas antes
Su semblante se volvió oscuro y dijo:
—Cada vez que te vas tengo la sensación de que no voy a volver a verte —no esperé que dijera eso
Me tomó desprevenido pero me acerqué a ella, tomé sus manos para reconfortarla y le aseguré:
—Yo siempre, siempre voy a volver, no podría dejarte sola porque tal vez te pueda dar una sobredosis y tengo que estar ahí para socorrerte —entonces Zoe soltó una carcajada que se oyó fuerte
Era la primera vez que la oía reír así, pero Nathan me contaba de la estruendosa risa de su novia y como le llenaba el alma y me sentí una porquería cuando noté que a mí también me reconfortaba, así que me marché antes de que se me ocurriera la idea de dejarlo todo pasar y quedarme haciéndola reír toda la vida.
ESTÁS LEYENDO
Las heridas de Zoe
RomanceElla era una chica llena de heridas, llena de sonrisas rotas corriendo tras sus deseos para encontrar las ganas de vivir. Él era el antídoto, la cura para los rasguños que se habían marcado en la piel de Zoe.