4 ZAYO

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Zayo se disponía a salir de la casa. Al salir, un sol abrasador le derretía la cabeza, por lo que decidió usar la capucha para protegerse un poco de los rayos del sol. Cruzó la calle y vio a sus hermanos Kayo y Jinai pidiendo monedas a todo aquel que se les cruzaba.

—Aquí no conseguiréis nada. Si queréis sacar un buen botín, debéis cruzar a los barrios más cercanos al castillo —les dijo Zayo.

—¿Pero y si alguien nos hace algo? Estaríamos muy lejos de casa —dijo Kayo.

—Es más fácil que os atraquen aquí que allí; como mucho os dirán que os marchéis —les dijo su hermano mayor—. Además, nos vendría bien vuestra ayuda para fijar un nuevo objetivo de robo. Si veis a alguien con alguna joya que os llame la atención, me lo hacéis saber.

—Está bien —dijo Jinai.

Los dos chicos eran muy parecidos, morenos con el pelo oscuro y rizado. Solían ir siempre juntos como si fueran los mejores amigos, aunque en casa no paraban de discutir entre ellos. Siempre se defendían el uno al otro si la pelea era con Sairo o Taira.

Zayo siguió su camino. Tras haber caminado bastante, acabó metiéndose en un estrecho callejón. Se paró frente a una puerta y dio dos golpes. Una voz salió de esta.

—¿Sí? —dijo la ruda voz.

—Soy Zayo, déjame ver a ese gordinflón.

El silencio se hizo durante unos segundos, hasta que empezaron a escucharse ruidos de cadenas, una tras otra. Zayo sabía que este ruido provenía de los más de seis pestillos que se escondían tras esa puerta. De golpe, la puerta se abrió y un tipo grande, de piel morena y ojos oscuros, se quedó mirando al chico.

—¿Qué pasa, grandote? ¿Un mal día? —dijo Zayo en tono de confianza.

—Pasa —la respuesta fue seca.

Zayo entró y se encontró con otro tipo igual de grande que el que le abrió la puerta. Entre ellos y detrás de una mesa, se encontraba un tipo gordinflón, de barba negra, nulo pelo y cara de pocos amigos. Este se trataba de Heros, el cual movía todo el dinero, comida y agua de Arena Mojada.

—Siéntate, Zayo —el chico siguió la orden y se sentó—. ¿Y bien, qué tienes para ofrecerme?

—Mira lo que te he traído —Zayo abrió su pequeña bolsa y le mostró la muñequera.

—Mmm... —Heros empezó a reírse—. Este chico trabaja bien desde pequeño, trabaja bien.

Zayo le siguió la risa, pero de repente Heros dejó de golpe.

—¿Qué pides a cambio?

—Dos panes y dos recipientes de agua —le dijo con seriedad el muchacho.

—Imposible —le respondió con firmeza—. Sabes lo cara que está el agua potable. Ese trato por solo la muñequera es una locura.

—Está bien, pues di tú.

—Te puedo dar los dos panes.

Esto fue un duro golpe para Zayo, ya que lo que más le importaba era el agua.

—No me puedo ir de aquí sin los dos recipientes de agua.

—Lo siento, chico, pero esa muñequera hoy en día no vale ni para medio recipiente.

Heros notó en Zayo una necesidad y, como buen negociante, lo aprovechó.

—Está bien, te doy medio pan y los dos recipientes, pero tú me debes la muñequera y algo de gran valor para pagar el agua —el señor extendió la mano para cerrar el trato.

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