18 ROME

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Duros golpes sobre la antigua madera de la puerta lo hicieron abrir los ojos. La tenue luz mañanera de Rocaventia entraba ya por la ventana. El ambiente se sentía húmedo. Recordó que desde la torre alta se podía ver el mar y las islas Pesetto.

Se quitó las sábanas de encima. Con los ojos aún pegados, se dirigió hacia la puerta. Estaba a punto de abrirla cuando se dio cuenta de que su cuerpo estaba desnudo. Se acercó al armario y sacó una fina bata de seda color verde. Se la puso por encima y volvió hacia la puerta, restregándose los ojos para quitarse las legañas.

Al abrir la puerta, se encontró con un rostro familiar. Se trataba de Silis, su consejera, una de las pocas personas de la corte de Viridia que había viajado al territorio de Maristhar junto con ella y Midu. Silis era una semihumana mayor que había servido a sus padres antes que a ella.

Silis miró hacia el interior de la habitación, más específicamente hacia el lecho. Allí observó la espalda de un joven, o quizá una joven, ya que por el tipo de cuerpo y cabello era difícil distinguir, aún durmiendo. Rome miró hacia la cama y, sin darle más importancia, volvió a fijar su intensa mirada en Silis.

—Buenos días, Silis. ¿Qué os trae por aquí? —la voz de Rome sonaba ronca y con un tono de sátira.

—Disculpadme la interrupción, mi señora, pero me pedisteis que os avisara si detectaba algún comportamiento... —no sabía bien qué palabra usar.

—Sospechoso en los Maristhar —completó Rome—. Sí, pese a mi estado actual, lo recuerdo bien. ¿Qué es aquello tan sospechoso que visteis, Silis?

—Por lo visto, el rey Vladar ha mandado reunir a todo su consejo con urgencia.

—Puede que quiera saber qué ha ocurrido en su ausencia —Rome buscaba excusas para permanecer más tiempo en la cama.

—Podría ser, pero he estado haciendo amigos por la fortaleza —dijo Silis con una sonrisa traviesa.

—Vos y vuestros dones para los secretos —la reina hizo un gesto para que el mozo se levantara de la cama, quien parecía despertar algo desorientado.

—¿Dónde estoy? —dijo el muchacho mientras se vestía e intentaba despejarse.

—En una pesadilla, corre —Rome lo azotaba en el trasero para que saliera de la habitación, y cuando lo hizo, cerró la puerta.

Agarró una jarra y dos copas cercanas a la ventana, sirviéndolas de vino. Silis podía notar entonces el fuerte olor de la habitación, que permanecía sin ventilar. Rome tomó las copas y le ofreció una a Silis.

—No, gracias. No acostumbro a beber por las mañanas.

—Deberíais probarlo, hace el día más ameno —dijo Rome, dando un largo trago a su copa—. Contadme de vuestros nuevos amigos.

—Sabéis que tratar con los más acomodados es un tanto...

—Irritante —interrumpió Rome.

—Iba a decir difícil o complejo, pero irritante es más acertado —Rome dejó escapar una risa—. Sin embargo, si le das un poco de queso fresco a una rata, la tendrás comiendo de tu mano.

—Interesante —añadió la reina—. ¿Y a qué rata le has dado de comer?

—Los servicios de comida son largos y aburridos. Algunos se entretienen pensando en otras cosas o silbando, pero la mayoría lo hacen hablando —la sonrisa traviesa volvió al rostro de Silis, mientras la reina daba otro largo sorbo a la copa, esperando la resolución de aquella conversación—. Por lo visto, el rey piensa tratar sobre vuestro papel durante la estancia en sus dominios.

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