Habían pasado ya varios días desde que los guardias Cimarro lo apresaron; no sabía realmente cuántos, pues era difícil mantener la noción del tiempo en aquella celda.
Desde su piso, lograba ver tres celdas más. Intentó comunicarse gritando, pero nadie le contestó, por lo que intuyó que no había nadie. Los únicos sonidos que escuchaba eran los de las ratas, el crepitar del fuego en las antorchas y el leve sonido intermitente de una gota de agua cayendo. El aire se sentía pesado debido a la mala ventilación.
Un guardia le arrojó dos veces un diminuto pedazo de pan mohoso. Zayo sabía que no les daban de comer todos los días, por lo que debía de llevar al menos cuatro días allí. Solo una vez le dieron agua: el guardia derramó un fino hilo de la rebosante jarra directamente al suelo; el agua se coló rápidamente entre los ladrillos de arenisca, y Zayo tuvo que lamer el suelo para poder hidratarse.
La comida y el agua nunca fueron abundantes en su vida; aun así, nunca se había sentido tan débil como en aquella prisión. Solía quedarse apoyado en la pared, con las piernas estiradas y la mirada fija en los oscuros barrotes de acero.
Sentía que nunca saldría de esas tenues mazmorras y que aquella en concreto sería su tumba, hasta que apareció una luz, una llama que al principio lo cegó, como cuando se mira el sol de la mañana. Tras unos segundos de confusión, su vista se aclaró y apreció el rostro de la persona que portaba la antorcha.
Era una imponente guardia con una expresión feroz y decidida. Su tez oscura estaba marcada por una cicatriz prominente que corría desde su mejilla izquierda hasta la mandíbula. Su largo cabello negro estaba intrincadamente trenzado, con algunas trenzas adornadas con anillos dorados. La armadura era oscura, con telas amarillas colgando de los hombros y la cintura. En su pecho se encontraba el sol con rostro, lo que la delataba como una guardia Cimarro.
—Se te reclama en el gran salón —dijo la guardia mientras abría la celda.
Zayo no le contestó. En otro momento le habría dicho la primera cosa que se le pasara por la cabeza, pero no tenía fuerzas para separar sus secos labios.
La guardia lo agarró del brazo y lo puso en pie. La mujer era alta y fornida, casi tanto como él. Lo llevó casi a rastras hasta el salón. Zayo se alegró de dejar atrás las ratas y sus odiosos sonidos, pero en su cabeza aún resonaba el ruido de la gota cayendo.
Al entrar al salón, Zayo entendió por qué era conocido como "el Grande". Era una majestuosa sala dentro del Templo de Cristal. El espacio era amplio y de techos altos, con grandes arcos y ventanales que dejaban entrar la luz, creando un ambiente cálido y dorado. En el centro de la sala había una larga mesa cubierta con manteles elegantes y decoraciones elaboradas. La mesa estaba rodeada de sillas, la mayoría de las cuales se encontraban vacías, excepto la más cercana a la puerta, ocupada por un señor de espaldas, y dos al fondo, ocupadas por unos desmejorados Rejo y Raikin. Entre ellos había una silla vacía que rápidamente dedujo que sería la suya.
El suelo era de mármol pulido con patrones geométricos, reflejando la luz de las velas y contribuyendo al esplendor general de la sala. Prácticamente podía verse reflejado en el suelo del salón.
Al llegar al asiento, la guardia le colocó grilletes en las manos y se posicionó junto a otros guardias ya presentes en la sala, todos vestidos como ella.
Cuando Zayo reunió fuerzas para abrir del todo los ojos, vio que el hombre del otro lado de la mesa era el mismo al que robaron el amuleto en forma de sol. Era el mismo al que amenazó, con el cabello y la barba canosos y repeinados hacia atrás, aunque ahora infundía aún más respeto y elegancia.
Se levantó de su asiento. Llevaba una túnica negra con toques dorados, coronada por el colgante en forma de sol. Lentamente, con la cabeza alta, se acercó a los tres hermanos. Los guardias se acercaron a ellos y retiraron las sillas de los jóvenes hacia atrás para luego volver a sus posiciones originales. Al acercarse, Zayo reconoció también a los guardias que esperaban fuera del templo.

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Ojo de Serpiente
FantasíaEntre antiguos secretos y un reino al borde del colapso, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar para salvar lo que amas? En Dunaria, un grupo de jóvenes ladrones roba para poder sobrevivir. A pesar de su habilidad y cuidado, acabarán por meterse...