Había podido disfrutar de un largo baño. Le dieron buena ropa y le sirvieron abundante comida. Era un momento extraño para él. Nunca había estado rodeado de tanto lujo. A pesar del buen trato, los guardias lo acompañaban y observaban en todo momento. Se sentía como una carga que debían llevar de un punto a otro del templo. No podía evitar pensar, durante todo ese proceso, si sus hermanos gozarían de su misma fortuna.
Los guardias lo llevaron hasta una escalera de caracol que parecía subir por alguna de las torres. Era asfixiante, no solo por el estrecho tamaño, sino por el calor que desprendían sus paredes. Se imaginó que el sol estaría golpeando fuertemente sobre los ladrillos de la fachada. Escalón a escalón, la subida parecía interminable, como si ascendieran al mismo cielo.
Al llegar al final, se asomó por una de las grandes cristaleras y quedó asombrado con las vistas. Toda Dunaria parecía una maqueta. Las personas que alcanzaba a ver no eran más grandes que hormigas y Arena Mojada apenas era un pequeño rincón de todo aquel cuadro. Puso su atención en el horizonte, tratando de ver el mar. Por más alta que fuera aquella torre, jamás se podría ver el mar desde allí.
Los guardias le indicaron una habitación. Al entrar, se reencontró con sus dos hermanos. Rai corrió a abrazarlo, mientras Rejo se acercó más calmado y rodeó a ambos con sus largos brazos. Fue un momento breve, pero Zayo trató de guardarlo para siempre.
Al separarse, echó un vistazo rápido a la habitación. No era demasiado grande. Dos camas literas ocupaban la mayor parte del espacio. También había un escritorio y una silla frente a un gran ventanal.
—¿Os han tratado bien? —preguntó Zayo.
—Desde que apareció aquella chica, sí —afirmó Rai. Zayo observó sus brazos y su cara, que se encontraban llenos de magulladuras. Rai debió de notar la preocupación en Zayo al ver aquello y enseguida se pronunció—. No estoy hecho para ser prisionero, debo ser muy molesto y el tipo de la taberna se acordó de mi cara.
Zayo abrazó a su hermano pequeño. Su mirada se perdió en el ventanal. En ese momento recordó a Nama. Lo que les había ocurrido era tan grave que casi se había olvidado de ella. El abrazo con Rai se volvió algo más largo mientras trataba de encontrar la forma de darle la noticia. Finalmente, se separó de él y lo intentó.
—Rai... Nama se ha ido —Rai asintió con la cabeza mientras se mordía el labio inferior. Rejo se sentó en la cama inferior de una de las literas, mirando al suelo.
El silencio se adueñó del cuarto. En su mente fue como el último adiós, pero eso lo había pensado antes, por lo que supuso que sería algo con lo que tendría que aprender a vivir. Cada vez que ella pasara por su mente, le dedicaría otro último adiós.
—Rejo... Quería pedirte perdón —dijo Rai en voz baja, con tono de vergüenza—. Creía que sería capaz, de verdad lo creía.
—Rai, ya está. No tienes que pedirme perdón, sé que querías protegerla tanto como yo —el gesto de Rejo mostró algo de calidez, aunque fuera solo por unos instantes—. ¿Qué creéis que quieren de nosotros? —cambió de tema Rejo.
—Ya tienen el colgante, ¿qué más quieren? —dijo Rai.
—No quieren algo material, quieren algo de nosotros —Rejo parecía tratar de hilar todo en ese instante—. No nos han tratado como a unos simples ladrones.
—¿Quizás busquen información de Arena Mojada? —dijo Zayo, sabiendo que aquello no tenía sentido.
—Habrían sobornado a Heros y ese bastardo les habría contado todo lo que le pidieran —seguía deduciendo Rejo.
—¿Creéis que nos van a matar? —preguntó Rai.
—No lo creo —contestó velozmente Rejo.
—¡Malditos Cimarro! —exclamó Rai mientras estampaba su puño con fuerza en la mesa—. Si me encontrara a ese vejestorio a solas...

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Ojo de Serpiente
FantasiaEntre antiguos secretos y un reino al borde del colapso, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar para salvar lo que amas? En Dunaria, un grupo de jóvenes ladrones roba para poder sobrevivir. A pesar de su habilidad y cuidado, acabarán por meterse...