Yuji comenzó a observarlo, de verdad observarlo. Al principio no dijo nada y se reservó sus comentarios y dudas —que eran bastantes.
Todo empezó con el té. Sukuna encontró al fondo de la alacena una caja de tés que no le disgustaron; se bebió dos ese día y dos el siguiente. Incluso dejó una taza para él, casi como si se le hubiera olvidado por ahí. Yuji la olió, esperando que estuviera envenenada.
Una vez lo vio dormir. El raro espectáculo duró un par de horas. Sukuna no roncó, no se movió demasiado ni despertó bostezando. Llegó a pensar que a lo mejor no estaba dormido, sino fingiendo dormir para... ¿Para qué fingiría algo así? ¿Tenderle una trampa? Yuji no sabía. Y creyó que a esas alturas del partido estaba bien no saber. Sólo estaba observando, recolectando información para... Bueno, a lo mejor era hipócrita de su parte, pero debía admitir que, quien deseaba tender una trampa, era él.
Una vez lo vio cocinar. O cuando menos calentar la comida.
Yuji escuchó el fuego y el chillar de la comida. Olfateó el aire, anticipando encontrarlo lleno de humo. Se apresuró hasta la cocina, donde encontró a Sukuna meciendo un sartén sobre las flamas que salían de su propia mano.
No supo qué decir. ¿Le reconocía el ingenio de darle utilidad práctica a sus rituales? Era extraño contemplarlo en tareas mundanas. Y contemplarlo en tareas mundanas que involucraban un ritual era bizarro, por decir lo menos.
—¿Qué? —soltó Sukuna cuando el silencio de Yuji se prolongó demasiado.
—Allí hay un microondas y una estufa.
—Sigues diciendo ese tipo de cosas, muchacho. "Ahí está la lavadora", "ahí está el microondas."
Yuji parpadeó. "No sabe usarlos", pensó.
Se acercó con algo de desconfianza y le mostró cómo usar la estufa. Esperó que en cualquier momento lo despreciara o decidiera ignorarlo. Ya que eso no pasó, se arriesgó a explicarle cómo usar el microondas.
—No metas la lata. Tienes que vaciarla primero en un plato... Y no quemes la casa, ¿de acuerdo?
—Si el lugar entero se incendiara, sólo hay una cosa que valdría la pena rescatar.
Sukuna a veces hacía ese tipo de comentarios cargados. Sus palabras habían sido ambiguas, pero con la mirada le dejó claro que lo único de valor en ese sitio era él, Itadori Yuji. Esos comentarios lo contrariaban horriblemente, al punto de no saber qué hacer. Le daban ganas de cerrar los ojos y los oídos para siempre, renunciar a esa misión de investigación y reconocimiento, y arrojar todo al diablo. Si seguía adelante era por su sentido del deber.
Lo más cobarde que se permitía era salir al jardín de atrás, donde pasaba el rato a solas, tratando de arreglar los daños. No todos los rosales estaban muertos ni irreparablemente dañados. Y los que habían sido sacados de raíz... Bueno, se empeñó en volverlos a enterrar. ¿Qué rayos sabía él de plantas, después de todo? Quizás los rosales eran mucho más resistentes de lo que pensaba. Mientras trabajaba en el jardín, su pensamiento solía divagar hacia los lirios araña que veía en sus sueños, en su dominio. Una parte de las plantas había florecido. Todos los lirios eran rojos y le recordaban a los ojos de Sukuna.
Oh, los ojos de Sukuna... A fuerza de tanto estudiarlo y observarlo, Yuji había notado ciertas miradas que, como esas frases, estaban cargadas de algo que le sacudía el suelo. En la oscuridad, a veces los ojos de Sukuna brillaban con algo parecido al hambre y al anhelo. Yuji no entendía el origen de ese deseo. Ya tenía un cuerpo propio, ¿o no? ¿Por qué miraba el suyo como si lo quisiera? A lo mejor pretendía volver a fundirse con él y recuperar la libertad de esa manera, ¿podría ser?
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Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)
FanfictionLuego de tragar todos los dedos de Sukuna, Yuji es incapaz de contenerlo y el Rey de las Maldiciones encarna en un cuerpo propio. Movido por un capricho, Sukuna lo deja vivir, pero pronto descubre que no podría matarlo aunque fuese el único deseo de...