7: Jennifer Lawrence

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A lo mejor todo fue gracias a Jennifer Lawrence. La historia juzgaría los hechos en los años del porvenir.

***

También para Ryomen era extraño convivir en lo mundano, ver al chico lavando platos o haciendo la cama. No es que nunca lo hubiese contemplado en esos actos, es que él nunca había sido una presencia sólida dentro de ese ecosistema de frivolidades. Solía ser una consciencia inmaterial que flotaba en la órbita, incapaz de sacar los cubiertos, de poner la ropa en el cesto, de cerrar la ventana del baño cuando Yuji la dejaba entreabierta... Hoy se sentía pesado, sólido —de nuevo parte del mundo.

Y esa noche se sentía también de muy buen humor.

Volvió a buscar en los clósets, esta vez con mayor paciencia, hasta encontrar una bolsa con ropa de otra talla. Alzó ante él una sudadera con capucha y decidió que a Yuji le vendría bien; era bastante más holgada que las otras prendas que había hallado. La dejó en la cama del chico, mientras éste gritaba desde la cocina:

—¿Quieres comer?

Ryomen contestó que no. Estaba harto de la comida enlatada y, de todas formas, podía sobrevivir a ciertas carencias. Su enorme reserva de energía maldita lo ayudaba a saltarse comidas y horas de sueño sin verse perjudicado. Lo único a lo que no podía renunciar era a un baño con agua hirviendo y a ponerse ropa limpia. Esa noche no fue la excepción. Se metió en la tina y se quedó allí un buen rato, hasta que el agua empezó a ponerse sólo tibia.

Le gustaban la limpieza y el orden. ¿Sangre y ceniza? Sí, claro, en el campo de batalla le encantaban. Pero el palacio y los jardines siempre habían estado inmaculados. En su mente imaginó un nuevo palacio, uno con espacio para Yuji. Mandaría plantar rosales si el chico se lo pedía. Lo construiría sobre el cielo si él así lo quería.

Se preguntó si terminaría mimándolo y convirtiéndolo en un haragán. De inmediato descartó la idea. No, aquello no estaba en la naturaleza de Yuji, de Yuna.

Salió de la tina y se vistió.

Halló al chico en su cuarto, sentado sobre la cama y embobado en la televisión. Casi ni parpadeaba. Era una imagen engañosa: uno podría creer que el muchacho no tenía ni medio gramo de capacidad de reacción, pero bastaba verlo en una pelea para darse cuenta de la realidad. También fue el caso de Yuna, pobrecilla mujer lisiada... Y la pobrecilla había matado más hombres y mujeres que muchos brujos de su época.

—Oi, ¿es una de esas películas que tanto te gustan? —preguntó Ryomen.

—¡Shh! Ya empezó.

Ryomen le torció el gesto, detalle que al mocoso le pasó desapercibido, pues se hallaba demasiado concentrado en la pantalla. Era una película de Jennifer Lawrence.

"¿Lo perdono o lo castigo por su insolencia?", pensó. Notó que se había puesto la sudadera que apartó para él y decidió que podía castigarlo mientras lo perdonaba.

Ryomen se sentó en la orilla de la cama y miró la película, aunque ésta no le interesaba en realidad, así como no le interesaban las latas de comida, la casa, el jardín... Su verdadero interés era Yuji. De allí al final de los tiempos el centro de su vida sería él. Y Ryomen precisaba que el sentimiento fuese recíproco.

Estuvieron hombro con hombro por un rato. Yuji abrazó una almohada y se recargó contra él. Para el final de la película, Ryomen tenía un brazo tras sus hombros y apoyaba el mentón sobre su pelo.

Se sentía tentado a echarle en cara que ése era su lugar, que era suyo y más le valía aceptarlo de una vez. "¿Estás cómodo? No te oigo quejarte", comenzaría él. "Éste es el lugar al que perteneces." Y no lo dejaría librarse con la excusa de que estaba demasiado atento a la película, de que no se dio cuenta del momento en el que terminó acurrucado contra él.

Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora