A Yuji le sorprendió que Sukuna le permitiera marcharse, aunque no tanto como le sorprendió ese abrazo o su propia reacción ante él —había sentido que el tacto de Sukuna rellenaba esa ausencia sin nombre en su alma.
Lo embargó la pena. Ésta amenazó con dar paso a la nostalgia, al anhelo, y él apresuró el paso. Entró a la casa por la misma ventana rota, los vidrios crujiendo bajo sus pies. Dio unos pasos en la oscuridad e inconscientemente se dirigió rumbo a la luz de la cocina. No sabía a dónde ir ni qué hacer.
Se detuvo junto al refrigerador. Miró. Cerró los ojos. Volvió a mirar. Había un teléfono fijo del otro lado. Era rojo, igual que sus tenis.
Levantó el teléfono, convencido de que la línea estaría muerta. Se lo llevó al oído esperando oír un gran y ominoso silencio. Escuchó, en su lugar, el tono que lo invitaba a marcar cualquier número.
Podría llamar a Kugisaki o a Fushiguro. Sabía sus números de memoria. Ella no le contestaría en el primer intento, por ser un número desconocido, pero a la larga se hartaría de la insistencia y respondería enfadada. Con la misma insistencia furiosa, Kugisaki lo había obligado a memorizar sus números. Cuando por fin él los aprendió al derecho y al revés, ella lo elogió (o lo que pasaba por un elogio en sus términos) diciendo que era bastante más listo de lo que aparentaba. "Creí que te tomaría meses memorizarlos", había dicho ella.
Quiso escuchar la voz de Kugisaki. La había visto unos días atrás y ya la echaba de menos.
Marcó los primeros dos dígitos y se detuvo. ¿Qué le diría a sus amigos, al profe Gojo? "Sukuna y yo estamos en un predicamento. Vengan y mátennos, por favor, que no lo podemos hacer nosotros mismos."
Ninguno de sus amigos lo ejecutaría. Lo dejarían vivir y, por consiguiente, dejarían vivir a Sukuna. Tampoco matarían a Sukuna si se daban cuenta de la conexión entre ambos —y las posibilidades de que Fushiguro o el profe Gojo lo descifraran eran demasiado altas para su gusto.
Dudó largo rato con el teléfono pegado a la oreja, igual a una sanguijuela enorme y fría. No podía soltarlo y no podía terminar de marcar el número.
¿Y si el profe Gojo o cualquiera de sus amigos pagaban las consecuencias? Los imaginó llegando, tratando de arreglar el problema, dando tiempo a Sukuna de lastimarlos...
Gojo Satoru no había salido indemne del Gokumonkyo. Él mismo lo admitía sin pena. Parte de su habilidad se había perdido para siempre. Seguía siendo endemoniadamente fuerte y tenaz, y ni por un segundo perdió el sentido del humor. Sin embargo, no se encontraba al mismo nivel que antes y eso se notaba. ¿Podría derrotar a Sukuna?
Yuji colgó el teléfono.
No pondría esa carga sobre los hombros de la gente que amaba. Lidiar con Sukuna era algo que le correspondía a él. Decidió que no los llamaría ni regresaría con ellos. No acercaría ese peligro a sus amigos o maestros. Los protegería, al menos, manteniéndose lejos de ellos.
Por supuesto que no quería fracasar. Pero odiaría más lastimar a otros.
La mano con la que colgó el teléfono le hormigueó. Todo el cuerpo empezó a hormiguearle. Sus rodillas amenazaron con ceder y Yuji se fue deslizando hacia el suelo y hacia la inconsciencia.
Supuso que pelear contra su propio cuerpo duplicado era algo más agotador de lo que anticipó.
***
Ryomen enseñó los dientes, indignado. El labio le tembló de coraje y sus encías quedaron al descubierto. El muchacho no sólo se había apartado, sino que se había atrevido a darle la espalda. Príncipes y nobles habían muerto por ofensas más leves.
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Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)
FanfictionLuego de tragar todos los dedos de Sukuna, Yuji es incapaz de contenerlo y el Rey de las Maldiciones encarna en un cuerpo propio. Movido por un capricho, Sukuna lo deja vivir, pero pronto descubre que no podría matarlo aunque fuese el único deseo de...