Para las 7 a.m. Yuji estaba de pie y entrenando en el patio trasero. Lo animaba la promesa de que el Rey de las Maldiciones limitaría su energía maldita durante el resto de ese día. Lo animaba, así mismo, el haber cumplido con la hazaña de no ponerse duro y caliente en cuanto vio a Sukuna esa mañana. Si la verdad debía ser dicha, apenas captó un vistazo de él a través de la ventana. Pero igual era un logro y el camino al éxito está pavimentado por un millar de diminutas victorias. O al menos eso decían.
En todo caso, se sentía suficientemente despejado de la cabeza y del cuerpo para entrenar. Durante un par de horas no vio progreso alguno. Luego empezó a sentir más claramente el flujo de su energía maldita. Aunque no apareció ningún corte en la caja de Pocky, ésta se movió un centímetro. Y no fue el viento. Fue su energía maldita. Cambió la caja vacía por una lata vacía y siguió practicando hasta que logró empujarla. No pudo moverla el asombroso centímetro entero, ni siquiera un modesto medio centímetro, pero sí un par de milímetros. Y eso en la etiqueta, ¿era un raspón? Tuvo esperanza.
Entonces Sukuna salió al porche. Se sentó en los escalones, recargado en el poste blanco, y cruzó una pierna sobre la otra. Traía los pantalones negros que se le pegaban al cuerpo como una segunda piel.
La concentración de Yuji se fue al diablo. Se ofuscó, se alegró, se avergonzó. El alma se le retorció de dicha y el estómago se le llenó de nudos calientes y mariposas y alambre de púas y burbujas tornasol.
—Tu energía maldita está por todos lados, muchacho. Tienes que concentrarla en una línea recta. Y entre más pequeña, mejor.
—Ya lo sé —gruñó Yuji. En realidad no lo sabía, pero le calaba que Sukuna le hablara con tanta naturalidad, como si no pasara nada raro entre ellos. Tenía afianzadas en la memoria todas las veces que se había corrido por culpa de él y le indignaba que Sukuna luciera tan decoroso, tan fresco y tan entero, mientras él se sentía como una madeja de carne viva.
Trató de darle a la lata con su energía maldita y falló. Es decir, no sólo no dio en el blanco, sino que fue incapaz de conjurar la cantidad y el tono correcto de energía. Acto seguido, volvió a hacer un ademán completamente inservible en el aire.
Nubarrones grises y lánguidos se arrastraban sobre sus cabezas. Igual que el cielo, el humor de Yuji se nubló.
—Usualmente tienes mucha mejor concentración —murmuró Sukuna. Hablaba más para sí mismo que para él—. ¿Es por la atadura? Tal vez te avergüenza lo que dirán tus amigos y tus maestros cuando se enteren.
Yuji respingó y lo miró con ganas de matarlo o de morirse. Un frío pegajoso le brotó por los poros de la cara.
—No puedes decirles —sentenció.
—No me interesa decirles —contestó Sukuna y le restó importancia con un gesto de su mano—... a menos que liberarte de ese secreto te ayude a concentrarte. Entonces les contaría sin dudar.
—No te atreverías...
—Oh, los llamaría de inmediato.
—¡Ni siquiera sabes usar el teléfono!
—No parece difícil. —De nuevo hizo un ademán condescendiente. Su mano subió y bajó en el aire, sus uñas púrpuras asemejaron polillas deambulando por la penumbra de ese día nublado—. Decide qué necesitas para concentrarte, que les llame para contarles o...
—Que te quedes callado —lo interrumpió Yuji. No le gritó, pero le habló con una autoridad salida quién sabe de dónde.
Sukuna le dedicó un gesto incrédulo que se fue transformando en feral. ¿Cómo se atrevía a callarlo?, exclamaban sus ojos. Esos mismos dedos que se habían movido con languidez se dispararon en un gesto súbito.
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Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)
FanfictionLuego de tragar todos los dedos de Sukuna, Yuji es incapaz de contenerlo y el Rey de las Maldiciones encarna en un cuerpo propio. Movido por un capricho, Sukuna lo deja vivir, pero pronto descubre que no podría matarlo aunque fuese el único deseo de...