Limpiaron y ordenaron la casa lo mejor que pudieron. El sitio, a pesar de su insípida decoración americana y de la soledad instaurada en él, retenía una chispa de calidez que no había estado allí cuando llegaron. Ryomen fue apagando las luces una a una. En la que fuera su habitación, al encarar la muda oscuridad, sintió que había olvidado algo. De nuevo encendió la luz. No había nada allí que debiera tomar o llevar consigo. El calor les pertenecía a Yuji y a él, lo único que permeaba esas paredes era un residuo que se desvanecería con el tiempo. Y él no lo necesitaba. Podía marcharse. A pesar de eso, dudó con su mano en el apagador. Con un ademán irritado apagó la luz y se retiró.
La sensación de que algo acechaba fuera de su vista se había agudizado y prácticamente no había dormido. Era de madrugada, aún oscuro, y acaso había logrado una hora de sueño decente. No lo podía remediar, así que no se quejó. Era hora de irse.
Ayer, mientras comían, Ryomen había sugerido adelantar un poco su partida, a fin de tener suficiente tiempo para buscar el palacio. Yuji se había mordido el labio, dudando. Ryomen le prometió que si les sobraba tiempo, le mostraría los alrededores. No tenían que darse prisa por volver a Tokio y cerca del palacio solía haber aguas termales. Serían sólo ellos dos. Yuji había accedido y pasaron toda la tarde poniendo la casa en orden.
—¿Sukuna? —gritó Yuji desde la cocina—. No encuentro la libreta. ¿No la has visto?
Ryomen se tocó el bolsillo y murmuró:
—Aquí la tengo. —La había guardado sin darse cuenta, igual a un amuleto que siempre se suele cargar y en el cual ya no se piensa conscientemente.
—Te digo que si no has visto la libreta —preguntó Yuji, asomándose.
—Sí. Aquí está. —Se la mostró, mas no hizo amago de devolvérsela. Al contrario, se la volvió a guardar en el bolsillo. No supo por qué lo hizo. Era parte de esa absurda e incógnita carencia. En realidad entendía que lo único que necesitaba era a Yuji, pero el extraño impulso de apoderarse de lo que le faltaba lo hizo guardar la libreta.
—Las cosas están en el porche. ¿Te falta algo más?
"Sí", pensó Ryomen.
—No. Es todo. Sólo hay que apagar esas luces.
Salieron de la casa a oscuras y cerraron la puerta. En el porche había una mochila de viaje, una mochila escolar y una bolsa bandolera de lona. Yuji se cargó con estas dos últimas, mientras Ryomen se adueñó de la mochila de viaje. Su kimono blanco iba dentro, doblado con cuidado; llevaba puestos unos pantalones y una sudadera con capucha.
Por un rato no dieron absolutamente ningún paso, ni en dirección a tumbas ni rumbo a palacios perdidos en Tohoku. El cielo estaba oscuro, perforado con la luz de decenas de estrellas, y el alba no era ni siquiera una sugerencia en el horizonte. No había luna.
—Me gustaría volver a este sitio algún día —murmuró Yuji.
—Tienes que volver. Dijiste que ibas a pagar todo lo robado.
—Sí, pero, no me refiero a eso. Es... —Yuji no supo explicarse.
Bajaron los escalones del porche y emprendieron el viaje con el ánimo un poco decaído. Ryomen lo tomó de la mano. Con ese simple gesto, la desazón y la melancolía de su corazón se suavizaron. Quizá el efecto fue similar para Yuji, porque enderezó la cabeza y dijo:
—Voy a llevarte a comer sushi servido en tren bala.
—Prefiero que cocines para mí.
—Puedo cocinar y de todas maneras llevarte.
Pasaron la hilera de rosales y, unos pasos más adelante, Yuji se detuvo y miró hacia abajo.
—¿Uh? ¿Qué es esto?
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Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)
FanfictionLuego de tragar todos los dedos de Sukuna, Yuji es incapaz de contenerlo y el Rey de las Maldiciones encarna en un cuerpo propio. Movido por un capricho, Sukuna lo deja vivir, pero pronto descubre que no podría matarlo aunque fuese el único deseo de...