Por enésima vez, Yuji se descubrió sonriendo sin poder controlarlo. Recordaba el gesto de Sukuna mientras cuchareaba la sopa de miso y le resultaba imposible no sonreír. Nunca se había considerado buen cocinero. La necesidad lo había obligado a preparar buena parte de sus comidas durante su adolescencia, así que, por pura práctica, su habilidad para cocinar había llegado a un nivel aceptable. O cuando menos eso creía. Sin embargo, no importaba cuánto lo pensara o repensara, nada de eso justificaba el agrado con el que Sukuna se llevó cada cucharada a los labios.
Verlo comer con gusto lo había hecho estúpidamente feliz. La expresión de Sukuna lo había tocado en una fibra del cuerpo cuya existencia desconocía hasta ese momento. Incluso llegó a pensar que se encontraba, no frente al Rey de las Maldiciones, sino frente a otro ser humano —uno que se veía satisfecho y contento.
Piensas que soy el espíritu maldito que te poseyó, ¿no es así? El monstruo del que hablan las leyendas.
Si no eres Sukuna, ¿entonces quién eres?
Oh, soy Ryomen Sukuna. Soy yo.
Y Ryomen Sukuna le había dado las gracias por la cena.
Quizá lo único que hacía falta para derrotarlo era una sopa de miso, pensó Yuji. Se le escapó una risita. Le cocinaría cada noche y con eso lo retendría ahí por los siglos de los siglos, amén, fin de la historia. Y quizá, de vez en cuando, muchas veces no y algunas otras sí..., Sukuna le acariciaría el rostro o le diría "gracias" y él se sentiría irracionalmente feliz, lleno de pared a pared con un calor que no quemaba, y del sitio donde tuvo las marcas bajo los ojos le brotaría un cosquilleo y Sukuna pondría su pulgar allí y acercarían lo rostros y...
Y no dominaría nunca esa técnica ritual si no se concentraba.
Sacudió la cabeza y se palmeó las mejillas. Estaba en el jardín, intentando practicar la técnica de Sukuna. Sus esfuerzos hasta el momento podían calificarse de fracasos totales. La caja de Pocky que intentaba cortar no tenía ninguna marca y la única vez que se movió fue a causa de un viento leve que sólo vino a burlarse de él. Estaba en ceros.
Sukuna se había asomado por la puerta trasera en una ocasión. "Desde el estómago", le había dicho, antes de volver a desaparecer. Ése fue todo su consejo. De cuando en cuando Yuji sentía algo en el ombligo, era la expectación de que su energía maldita tomaría el ritmo adecuado y exacto... o era un hormigueo que le hacía hervir la piel al recordar la mano de Sukuna en ese lugar. Cuando sentía eso se volvía a acordar de la sopa de miso y terminaba sonriendo como bobo. En ese ciclo infinito de concentrarse y desconcentrarse le dieron las diez de la noche. La falta de resultados no lo desmotivó. Las manecillas del reloj fueron incapaces de destruir su empeño.
Llegó la medianoche.
Yuji siguió sin conseguir nada, excepto la engañosa promesa de que algo ocurriría pronto. Su energía maldita se encausaría de la forma correcta, un corte aparecería en el cartón, un insight se apoderaría de él. A lo mejor era ingenuo. La vida le había dado mil razones para esperar lo peor, pero helo allí, anticipando que algo bueno llegaría. ¿Por qué no escarmentaba? ¿Por qué el goce de Sukuna lo había puesto tan de buen humor? ¿Era porque estaban conectados?
"No", se respondió a sí mismo. Era porque Sukuna se había notado contento y satisfecho con la más mundana de las nimiedades: comida.
Yuji lo había contemplado carcajeándose de deleite aquella noche en Shibuya —peleando, matando o destruyendo. Y podría pensarse que sólo esos actos le daban placer, pero la sopa de miso refutaba esa teoría. Había otras cosas que complacían a Sukuna.
Ésa fue la primera vez que Yuji consideró la opción de hacerlo feliz. Hasta ese entonces había barajado la posibilidad de molerlo a golpes, encerrarlo en una prisión como el Gokumonkyo, encontrar su debilidad y explotarla..., mas no había pensado que hacerlo feliz y complacerlo fuese una estrategia viable. ¿Estaba mal de la cabeza por considerar que sí? ¿En verdad podía salvar el mundo y a sus amigos un platillo a la vez?
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Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)
FanficLuego de tragar todos los dedos de Sukuna, Yuji es incapaz de contenerlo y el Rey de las Maldiciones encarna en un cuerpo propio. Movido por un capricho, Sukuna lo deja vivir, pero pronto descubre que no podría matarlo aunque fuese el único deseo de...