Capítulo 1-2

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De la crónica de Bernardo Díaz


Todavía recuerdo el día que esto inició, cómo no hacerlo si fue un día muy cagado. Por presión de Alexa y Héctor había aceptado acompañarlos a una fiesta en la casa de la jefa de grupo.

No tenía ninguna motivación para ir a esa pinche fiesta, pues todas las noches de los viernes las dedicaba a pasar el tiempo en Dromen. Me ponía a diseñar nuevos entornos en mi laptop, luego me iba a dormir y me conectaba a la hypnet para entrar en mis creaciones. ¡Nada como evadirme dentro del mundo onírico!

Llevaba haciéndolo desde mi último año de bachillerato, una vez que tuve en mi poder mi Fronesis Link que me costó varios meses de explotación laboral en una horrible tienda departamental.

Ya en la fiesta no tardé en encontrarme con Alexa y Héctor. Nos quedamos en una mesa en una esquina del jardín, mis amigos con una cerveza cada uno y yo con un vaso de agua.

Los demás ni nos pelaban, si acaso una que otra chica que pasaba a saludar a Alexa.

Apenas había pasado una hora y ya estaba pensando en irme a casa. Para mi mala suerte tres de mis compañeros, que se llevaba bien con Héctor, llegaron a nuestra mesa.

Me quedé fuera de la plática, lo típico. Mis compañeros bailaban, hablaban, casi todos con un móvil en la mano y una bebida alcohólica en la otra.

«Pinche bola de borrachos» pensé.

En el fondo me daba pena ser el único menso bebiendo agua. Por eso me acordé de Lily. La extrañaba bastante.

Era de las pocas chicas en la facultad de medicina que no tomaba hasta vomitar, ni fumaba marihuana, ni se drogaba con fármacos para mantenerse despierta hasta la madrugada.

Nos hicimos amigos muy rápido, pasábamos las tardes tratando de estudiar en la biblioteca y a veces la acompañaba en la cafetería para que no comiera sola pues era foránea. Era la única persona fuera de mi familia que me mostraba un aprecio real. Siempre respeté nuestra amistad y no traté de ir más allá. Se interesaba en mí, me escuchaba y como cereza sobre el pastel, era tan bajita que a su lado no me sentía reducido por mi estatura.

Pero en los planes de Dios no estaba encontrar la felicidad en Lily. Se corrió el chisme de que Lily y yo andábamos quedando. Ella no se sintió cómoda con esto. Traté de entenderla, pero entonces descubrí que realmente la deseaba y que sólo me negaba a aceptarlo para no alejarla.

La quería, soñaba con ser su novio.

Poco a poco se fue distanciando de mí y en un semestre todo lo que teníamos se lo llevó el viento, sí, así de dramático como se lee.

—¡Ey, Bernardo! Ya quita esa jeta. Vamos a jugar verdad o reto —Me dijo Héctor, obligándome a regresar a la realidad.

—Okey —respondí, expresando toda mi antipatía en esa llana respuesta.

Ese jueguito ridículo terminó por hacer que abandonara mi amargura por un rato.

Los retos se incrementaron y Alexa fue retada a decirle un piropo bastante ridículo al hombre más guapo de la generación.

Mi turno llegó.

—Aviéntate un bailecito seductor —propuso una de las amigas de Héctor.

—¡Ay, sí! ¡Qué no te de pena! —exclamó Alexa, riéndose con tal fuerza que sus cabellos azules se sacudían como olas.

No sé si estaba bastante aburrido o si simplemente quería que dejaran de fastidiarme, pero lo hice. Como estábamos en una esquina del patio, pensé que nadie me vería.

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