Capítulo 4

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Durante el mes siguiente, Desirée y yo comenzamos a reunirnos por las noches en Dromen. Poco a poco fuimos dejando reglas no escritas, por ejemplo, vernos cada miércoles, viernes y sábado a las diez de la noche (hora de México). La ayudé a desenvolverse en Costa Paraíso, le presentaba mis contactos y ella me abría la puerta hacia nuevos círculos.

Solía visitarme mientras «trabajaba» en el Hospital de Costa Paraíso, aunque lo único que hacia allí era conversar con la doctora Morandi y el doctor Cinquetti sobre política o arte. Luego salíamos a caminar hablando sobre cualquier tema, siempre concluyendo con una visita a Sierraviva donde ella aportaba sus ideas para la construcción del pueblo.

No volvió a preguntar por mi información personal, con saber nuestras edades y nacionalidades era suficiente.

Decidí confiar en Desirée. Estaba sólo y me sentaba bien tener una amiga, aunque estuviera a miles de kilómetros de distancia.

Eso sí, todo lo que ocurría en la Hypnet, se quedaba allí. Por lo tanto, nadie notó un cambio en mí en el mundo real, ni siquiera mis «amigos».

Había terminado un agotador día de clases. Héctor y Alexa me pidieron que los esperara en el pasillo mientras iban a rogarle a la doctora un día extra para entregar una tarea atrasada.

A esa hora salían otros grupos, incluido el grupo de Lily, que iba un semestre abajo. Volteé la cara al ver que se acercaba, no quería hablarle. Imaginé que ella sentía lo mismo porque trató de pasar sin llamar mi atención. Pero tampoco quería verme como un resentido.

—Hola, Lily —La saludé cuando pasó frente a mí, fingiendo no sentir nada.

Apenas volteó, su corta melena oscura se movió como una cortina ante el viento, dejando ver esos ojos que brillaban como la obsidiana.

—Hola, Bernardo —Me saludó con la misma falta de emoción y siguió con su camino.

Este tipo de cosas me afectaban muchísimo. A veces me paraba frente al espejo buscando en mi cuerpo la razón del rechazo que la gente. ¿Era mi estatura? ¿Mis ojeras? ¿Mi palidez? No lo sabía.

Mis amigos llegaron, salimos del campus y tomamos el tranvía. Durante el camino me actualizaron con los chismes de la facultad, es decir, sucesos que me daban igual sobre gente que me daba igual.

—¿Ubicas a Camarena? —me preguntó Alexa.

—¿El dientón de nuestro grupo que habla como gangoso?

—Ese mero. ¡Se hizo novio de Cayetana García!

—¿De quién? —pregunté, sin mirarla a los ojos, estaba más concentrado viendo a través de la ventanilla del tranvía. Pinche ciudad fea cubierta con smog amarillento, torres grises y pantallas gigantes.

—Cayetana García, la Doctora Eritrocito —explicó.

—¿Esa influencer guapísima que hace videos sobre medicina?

—¡Ella misma! —exclamó—. ¡¿Qué le vio a Camarena?!

—Me imagino que algo que nosotros no le hemos visto —bromeó Héctor, quien intentaba dormirse en su asiento.

—¡Cállate pinchi marrano! —Le espetó Alexa y le dio una palmada en el antebrazo—. Si Cayetana anda con Camarena, ¿qué estás esperando tú? —me preguntó.

—No necesito una novia guapa.

—Quizá no una novia guapa, pero sí una novia —repuso Alexa.

—Sí, bro, te hace falta novia —agregó Héctor—. Andar tanto tiempo soltero te va a hacer daño.

Piel oníricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora