Ya varias veces he mencionado a Jimmy y al no aclarar las circunstancias que me unieron y separaron de él no hago más que tejer una cortina que temo pueda hacerlo ver como la víctima de esta historia, cuando es todo lo contrario.
A ese... hombre, si así se le puede llamar, lo conocí mientras estudiaba en la facultad de medicina. Él cursaba la carrera de enfermería.
Se acercó a mí en el autobús después de las clases.
Me encontraba feliz porque el asiento de a lado estaba libre y porque en aquel trayecto no había tenido que lidiar con la música del conductor, algún migrante pidiendo dinero o el mal olor de otro pasajero.
A la par de estar estresada por los próximos exámenes, divagaba entre ideas para próximos cuentos.
—¿Está libre?
Preguntó aquel muchacho, cuya camisa y pantalón blanco indicaban que estudiaba enfermería.
—¿Qué? —espeté.
—Que si está libre el asiento.
Jimmy no era nada feo. Tenía unos tiernos y enormes ojos castaños, una cara rectangular de aire rebelde y unos rizos envidiables que se debían más a la fortuna genética que a una buena rutina de cuidados.
Lo vi allí de pie, con su cuerpo alargado y la cabeza levemente encorvada, como si el cerebro le pesara (aunque carecía de éste). Me sonrió al no ver una respuesta, como diciéndome «anda, amiga, déjame sentar».
—Ahhh. Siéntese.
Me recorrí al asiento que daba a la ventanilla. Jimmy se sentó y se puso su mochila en el regazo.
—¿De medicina, verdad? —preguntó.
—Sí, de medicina —contesté, mediando entre la amabilidad para no verme grosera, pero con la frialdad suficiente para indicarle que me interesaban más mis pensamientos que sus palabras.
—¡Uy! Usted es de las inteligentes.
—En todas las carreras hay gente inteligente.
Comenzó a reírse. Cuando se reía mostraba todos los dientes y su rostro reunía la dosis perfecta de juventud, ternura y masculinidad.
Poco faltó para que yo riera.
—¿De qué semestre es? Yo soy de segundo.
—Adivine —propuse, sabiendo que no me quedaba más opción que hablar con este hombre.
—Segundo.
—Bingo.
Volvió a reírse, me resistí a su risa contagiosa. Es que tenía una sonrisa fanfarrona que daban ganas de quitársela a golpes.
—¿Va para el oriente?
—El autobús va para allá.
—Eso es un sí.
Siguió un silencio que duró dos cuadras y que me hizo sentir apenada, quizá estaba siendo demasiado pesada con alguien que sólo trataba de contagiarme su buen humor.
—¿Usted es de por allá? —dije, señalando a lo lejos la colina en la que se ubicaba mi barrio.
—¿Qué no me había visto antes?
Negué con la cabeza.
—Pensaba que sí, ya la había visto antes en el autobús, por eso le pedí que me dejara sentarme. Pensé que usted me ubicaba.
—Discúlpeme, no lo recuerdo —contesté siendo tan gentil como podía.
—¿Usted es hermana de Joaquín Muñoz?
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Piel onírica
Любовные романыDesirée y Lucien son la pareja ideal, llevan una vida perfecta en Costa Paraíso, un pueblo mediterráneo en 1964. Pero nada de esto es real, el año es 2051 y Costa Paraíso es un entorno virtual. Desirée es en realidad una joven marginada de Colombia...