Capítulo 8-2

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Cerré el libro que tenía entre mis manos, un ejemplar de uno de mis escritores favoritos, Mathias Malzieu. Abandoné aquel mullido sofá donde Lucien y yo solíamos pasar largos minutos leyendo mis escritos que él escuchaba con paciencia. Regresé el libro a su lugar en el librero de caoba de siete niveles. Uno de los tres que había en mi pequeño estudio, una pequeña sala sin puerta, a un lado del vestíbulo, que Lucien me había cedido dentro de la casita en Sierraviva, que había dejado de ser suya para ser nuestra.

Seis meses se habían escurrido como la arena en mis manos desde el día en que Lucien y yo iniciamos nuestro «noviazgo».

Los miércoles, viernes y sábados se convirtieron en mis días favoritos. Noches en las que mi habitación se volvía un santuario imperturbable y yo me entregaba al mismo ritual: cenar, desmaquillarme, ponerme mi pijama e ir a la cama, donde me esperaba el portal hacia mi segunda vida.

Invirtiendo apenas una sexta parte de mi salario me fue suficiente para adquirir toda clase de prendas, objetos y características físicas que me permitían sentirme perfecta frente al espejo.

Con la coraza que me brindaba la belleza de mi cuerpo virtual era capaz de hablar con elocuencia, gracia y carisma.

Por fin obtuve lo que había buscado durante toda una vida: constante atención, aprobación y una vida social. ¿Algo inmaduro? Sinceramente no me importaba, ¿Un deseo narcisista? Puede ser.

Con Lucien encontré equilibrio, comprensión y armonía. No volvimos a indagar en nuestras identidades reales.

Para mí, Bernardo se había convertido en un amigo inusual, un chico desconocido que por alguna razón decidió brindarme su tiempo para retratar nuestros sueños inalcanzables.

Miré por el ventanal que había en medio de dos libreros, la vista de los bosques que rodeaban Sierraviva era tan apacible. Yo misma había escogido colocar ese ventanal, Lucien me permitía hacer tantas modificaciones como quisiera.

Pero por más gozosa que fuera mi estancia en la casa, debía irme para reunirme con mi «amado» para festejar su cumpleaños.

Había planeado darle un regalo sorpresa en Brook Hills, un entorno que simulaba ser una ciudad de la costa californiana en el año 2017. Mi intuición y comentarios sueltos me indicaban que a Lucien (y por ende a Bernardo), le agradaría la temática retro.

Por lo tanto, cambié mi atuendo de mediados del siglo veinte por algo que recordara a la década de los dos mil diez. El sencillo outfit se componía de un vestido corto con patrones florales, una chaqueta denim y tenis blancos.

Cuando estuve en la puerta de la casita de Sierraviva tomé mi pod y me teletransporté.

Aparecí en un muelle que servía como punto de inicio para los usuarios.

En Brook Hills la ciudad se encontraba en una extensa franja entre una ensenada y verdes colinas.

Predominaban las casas de madera con techos en dos aguas. Sobre el muelle se encontraban estacionados yates y lanchas. Entre las personas eran comunes las ropas de colores vivos, los jeans rotos, las camisas de franela y las mujeres con las puntas decoloradas.

—¿Desirée? —preguntó la voz de Lucien a mis espaldas.

Cuando giré la cabeza casi no pude reconocerlo. Estaba demasiado acostumbrada a su aspecto de hombre de mediados del siglo veinte.

Conservaba todas sus características corporales, pero ahora llevaba el cabello corto a los lados y el resto un poco largo. Llevaba jeans, una camisa blanca y una chaqueta negra.

—¡Feliz cumpleaños, mi vida! —exclamé.

Nos abrazamos y nos besamos con total naturalidad.

—Llevaba todo el día esperando reunirme contigo. ¿Empezamos? —preguntó, ofreciéndome su mano.

Piel oníricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora