Apenas terminé el primer semestre de la facultad supe que no volvería a las aulas en un largo tiempo. Mi padre regresó a la casa con un brazo inmóvil lleno de feas cicatrices que le impediría ser contratado en nuevas obras.
Yo, por mi parte, pasé una semana buscando empleos, algunos quedaban demasiado lejos, otros estaban muy mal pagados y unos más implicaban riesgos que no estaba dispuesta a asumir (no duraría ni una noche como camarera en un bar).
Mi única opción fue la sección de farmacia del supermercado. Para la Nochebuena ya estaba trabajando, pero lejos de tener un empleo, me sentía sometida a una especie de esclavitud moderna. Desde mi primer día odié la farmacia.
En nada me ayudaba la tristeza y el resentimiento dejados por Jimmy.
Después de nuestra discusión en la universidad no volvió a dirigirme la palabra. Revisé a diario sus redes sociales durante un mes con la esperanza de que mostrara desánimo o arrepentimiento, nada de eso pasó. Simplemente quitó el par de fotos en las que aparecía con él y me eliminó de su lista de amigos.
A la rabia le siguió mi arrepentimiento y una especie de sumisión. Empecé a justificarlo, para luego cuestionarme a mí misma.
«Quizá fui muy exigente con él».
«Debí ser más paciente».
«Tuvo buenos detalles conmigo, ¿por qué enfocarme en lo malo?».
Sí, fui muy tonta, pero estaba pasando por un periodo de fragilidad que nubló mi mente. Durante esas semanas lloré bastante, a diario si soy honesta.
Buscaba consuelo en Kim, quien podía pasarse hasta una hora escuchando mis quejas sobre el trabajo. A veces abrazaba a mi padre, pero no me gustaba mostrarle mi dolor, el pobre ya tenía suficiente con estar discapacitado y desempleado.
Estaba sola, como pocas veces en mi vida.
Más de un mes después del accidente, a mediados de enero de 2050 (tres meses antes de conocer a Bernardo) caí en mi punto más bajo... quiero decir, en uno de mis varios «puntos más bajos». Dejé de comer, iba al trabajo con pereza, estaba irritable a todas horas y casi no hablaba.
Durante una noche de llanto se me ocurrió revisar fotos del año pasado en mi celular, topándome con las fotos de Jimmy que no tuve el atrevimiento de borrar. Comencé a debatirme conforme recordaba sus buenos detalles y sus peores tratos. Yo, en mi ingenuidad, volví a defenderlo. «Nunca me hizo nada malo, no me grito, no me manipulo ni me insulto. Además, jamás pude comprobar que me fuera infiel».
Después de pensarlo durante tres días, decidí darle una segunda oportunidad.
Recordé que todas las tardes de los sábados iba a la cancha del barrio a pasar el tiempo con sus amigos. Allí le propondría un nuevo inicio.
Siempre he tenido una imaginación despierta, formé varias escenas en mi mente: Jimmy yéndome a visitar a la farmacia del supermercado; nosotros juntos en el autobús; él abrazándome el día en que lograra reingresar a la uni y un largo etcétera.
Llegada la fecha de mi plan escogí un vestido blanco con puntos rojos y sin mangas, el cual usé durante nuestra segunda cita. Me sujeté el cabello y retoqué mi maquillaje.
Fui a la repostería del barrio y pedí una rebanada de pastel de chocolate, el favorito de Jimmy.
Empecé a recordar un montón de escenas cursis de novelas y películas románticas.
Esta sería la escena donde la pareja admite sus fallas, prometen mejorar y darse una segunda oportunidad. Sabía que Jimmy era lento y torpe, por lo tanto, yo debía dar el primer piso.
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Piel onírica
RomanceDesirée y Lucien son la pareja ideal, llevan una vida perfecta en Costa Paraíso, un pueblo mediterráneo en 1964. Pero nada de esto es real, el año es 2051 y Costa Paraíso es un entorno virtual. Desirée es en realidad una joven marginada de Colombia...