CAPITULO II

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—Hey, Bill, ven aquí. —El aludido apenas estaba quitándose su playera para poder meterse a la alberca, pero detuvo sus movimientos para acercarse a su padre, quien llevaba una cerveza en la mano y levantaba las cejas, esperando a que estuviesen juntos.

Le dio un sorbo a la botella y le cogió el brazo.

—No te metas a la alberca en traje de baño, métete con ropa, por favor.

—Pero... no me gusta que...

—Por favor, William. —Interrumpió. No quería decirle que no deseaba que su familia entera viera su cuerpo molido a golpes; Bill apretó los labios y entonces asintió, bajando la mirada. —Gracias.

Volvió a asentir, y le dio la espalda para irse.

Prefirió sentarse en la orilla de la piscina, meter sus pies desnudos y mirar a su familia y a desconocidos divertirse. La verdad, tampoco le gustaba mucho nadar, así que estar así era suficientemente bueno; le gustaba sentir que era buena compañía para sí mismo. Después de todo, era su único confidente.

Su cuerpo es pequeño y aún duele; quisiera que las cosas no fueran tan insignificantes para su familia. Escucha que todos se divierten sin él, y se pregunta realmente cuánta falta hace, porque parece que todos ya tienen a su acompañante, y él está solito, a pesar de que podría acercarse y pedirle a sus primos jugar, pero tiene mucha vergüenza de hacerlo, mucha falta de confianza en sí mismo.

—¿Es verdad que eres niño? —Levantó su mirada para ver a unos muchachos a su alrededor, riéndose entre dientes al verlo tan serio y pequeño. Los reconoce por ser quienes juegan con sus hermanos, pero no conoce mucho más de ellos. —Tu hermano nos ha dicho que sí que eres, pero no le creemos.

—Hum... —Se quejó, incómodo, y sacó los pies de la piscina para irse a otro lado, siendo detenido del brazo por uno de ellos, de cabello largo y ondulado. —¡Suéltame!

—No seas grosero, queremos ver si eres niño. —Bill forcejeó, buscando con sus ojos a su padre para pedir ayuda. —Eeey, sólo sé bueno y ya...

—¡Déjame en paz!... —Lloriqueó, cuando sintió que intentaban bajarle los pantalones, titubeando mucho al estar en público. Pataleó fuerte, deshaciéndose de su agarre. —¡déjame!

—Dios, qué imbécil eres. —Le dio un empujón, y otro de sus acompañantes le dio otro más fuerte, hacia la alberca. Bill gritó asustado y tragó toda el agua, obligándolo a gritar y berrear al no sentir que podía nadar sin haber perdido su respiración.

Se agarró de la orilla de la piscina y suspiró, buscando a su familia; allí sintió que le cogían de las axilas y lo sacaban del agua. Sus rodillas tocaron el pasto y al mirar arriba, Boris le regresaba la mirada, enojado, apretándole el hombro con fuerza, pero asegurándose de que no fuera a pasarle nada, de que estuviera del todo bien.

—Dios, Bill, ¿por qué te buscas que te hagan cosas? —El menor tragó con pesadez y suspiró, con los labios temblando y sus ojos llorosos.

—Me dijeron que soy niña... —Chilló, acomodándose su cabello largo y azabache detrás de las orejas. Boris se rió.

—Pues sí pareces. Además eres gay, ¿qué más da? —Los labios de Bill se encontraron hacia abajo, tristes, por haber pensado que su hermano iba a defenderle. —oh, no llores, niño...

—Quiero regresar a mi casa... snif...

—Dios, ya es la milésima vez que lloras en el día. Y te enojas porque te dicen niña. Ni siquiera Janny llora tanto. —Bill se limpió los ojos y miró el suelo, dando un brinco de susto cuando su hermano le apretó del hombro otra vez.

SALTAR LAS TRINCHERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora