CAPITULO XI

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—¿No vas a comer, Bill? —El aludido miró a su hermana, que le daba besitos en el hombro a Fran, el hermano de Tom, quien últimamente pasaba el tiempo en casa y, aunque a todos les parecía incomodo que se estuviera liando con su única hija y hermana, los dejaban estar.

Había pasado un largo tiempo y no sabía mucho de Tom. Tampoco quería hablar con Fran de nada, no quería hablar realmente con nadie.

—Hum... no tengo hambre... —Susurró. Harry se rió, agitando las piernas, mirando a su herman.

—¿Me regalas tu hamburguesa, Billy?

—Sipi... agárrala. —El niño saltó emocionado y la tomó del plato de su hermano, quien deslizó la silla hacia atrás y se levantó de la mesa. —Voy a salir con mis amigos... regreso por la noche.

—Me llamas si necesitas que pase por ti. —Habló Janny. Sus tres hermanos se rieron de ella.

—La princesa va a salvar a la zorra en la noche. —Se burló Javyer, y Boris y Andrew se burlaron también.

—Parecen estúpidos. —Se quejó su padre, quien después miró a Bill. —Janny no va a ir por ti. Quién sabe qué clase de amigos tienes que le puedan hacer algo.

Bill se mordió las paredes bucales, tratando de contenerse de decir cualquier cosa. Hizo el ademán de caminar lejos de la mesa, cuando Javyer volvió a hablar, burlándose como era ya costumbre.

—De seguro son maricones y prostitutos como Bill, papá. Les gusta meterse dildos enormes y pensar que es un hombre de cincuenta quienes los están cogiendo. —Se carcajeó, pero casi enseguida fulminó a Bill con la mirada. —Uff, miren ya cómo se puso de duro.

Esta vez sólo Andrew se rió con él.

Bill sintió vergüenza y rabia. Fulminó también a Javyer con la mirada y luego la puso sobre su papá, quien tenía los ojos clavados en los de Bill, tratando de entender si todo lo que su hijo decía sobre él, era real.

—Son pensamientos muy específicos, ¿no, papá? —Ahora fue Bill quien se burló. —cuida a tu hijo, que quizás él piensa en follarse a un hombre mayor... o peor... a alguien apenas mayor de edad.

Salió de casa, sin esperar a escuchar nada, y sus pies lo llevaron a casa de Georg sin darse realmente cuenta. Cuando llegó escuchó la música retumbar y sintió alegría casi al instante. Hacía mucho que no salía, pero había una necesidad fuerte en su sistema nerviosos que le obligaba a buscar a amigos específicos, por razones también específicas.

Entró sin llamar al timbre y ahí sus amigos lo recibieron con emoción. Bill se sentó sobre las piernas de Georg y le besó la mejilla un par de veces, de forma escandalosa. Después deslizó el culo hasta el sofá y dejó las pantorrillas sobre los muslos de su amigo, quien se bebía una cuba y después le sonreía.

Apenas iba a preguntarle cómo estaba, pero Bill se adelantó:

—Dame coca, por favor... —Suplicó. Georg lo miró, sonriendo.

—Te estás haciendo un adicto. —Ambos se rieron. Bill suspiró fuerte, casi gruñendo; en su mirada había cierto dolor que se había colocado ahí casi permanentemente, y era notorio para cualquiera que pudiera mirarlo.

—Tengo muchas cosas aquí —Se golpeó la cabeza con el puño. —que ya no quiero recordar...

Georg le apretó la rodilla, de manera amistosa. Después bajó hasta su ingle, apretando su muslo con delicadeza.

—Billy... deberías decirle a tus papás que tu hermano te está lastimando. —Bill guardó silencio, y apretó la mano de Georg entre ambas suyas, llevándola a su barriga para acariciársela ansiosamente con más comodidad.

SALTAR LAS TRINCHERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora