CAPITULO XVII

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Parecía que la normalidad había regresado, fuera buena o mala, pero definitivamente tranquilizante. Ojalá fuera tan fácil hacerlo como decirlo, pero al menos llevaba un mes entero sin despertar con sudor frío en la espalda y el corazón acelerado. Ya no bebía tres tazas de té para conciliar el sueño que aún así, nunca llegaba, ni tenía que encender el viejo televisor para escucharse acompañado en una habitación de renta que, de a poco, se convertía en un hogar.

Él y sus pensamientos.

Su hogar.

La decisión de vivir solo no fue fácil, pero su hermana estaba haciendo su familia con Fran, y cuando un bebé llegó a sus vidas, pareció que este le puso las alas y las fuerzas suficientes para decidir irse. Y aunque vivía a pocas casas de Janny, a veces todavía podía sentirse muy solo. A veces tanto, que físicamente dolía. Pero no quería molestar todos los días de su vida a su hermana, que ya había hecho suficiente salvándolo del infierno que dejaron en aquella ciudad que, ojalá, nunca volviera a pisar.

Las estaciones que empezaban y terminaban le dieron la oportunidad de dejar la medicación, lo que significaba que había salido a superficie de algo que lo atormentó toda su vida, pero se decía rápido. Bill apenas se sentía diferente, aunque mirarse al espejo no asustaba, ni de cerca, de la misma manera que solía hacerlo.

Tenía facciones de su padre, y otras que seguro eran de su madre. Y todo eso conllevaba una carga de cosas, mismas de las que ya se había deshecho en terapia. Y sí, ya se sentía menos muerto.

Nunca pensó que ser adulto iba a dejar tantas cosas inconclusas; pero tampoco había creído que podía vivir con un trauma de tantos años, y allí estaba. Después de todo, era cierto cuando decían que, incluso si no quieres levantarte, vas a terminar haciéndolo porque la vida es simplemente un ciclo de supervivencia, y Bill, pese a todo, estaba sobreviviendo y, algunos días de su vida, viviendo.

—Te quiero tanto, angelito... —Le besó las manitas, a su sobrino que lo miraba con ojos grandotes, reconociéndolo. Bill sonrió.

—A Fran le encantó la mantita que le compraste a Timmy. No la quiere ni usar. —Bill miró a Janny, con una sonrisa de lado. Su trabajo, y también su soledad, le habían dejado dinero suficiente para llenar a Timmy de cosas que quizás no necesitaba, pero hacían muy feliz a su familia.

—La vi y hasta quise tener un bebé para mí. —Ambos se rieron. —Si lo veo solo un segundo, me lo robo y me lo llevo de viaje...

—Consíguete un novio o un amigo, deja a mi bebé en paz.

Ambos volvieron a reír, pero Bill sintió que estaba muy solo otra vez.

Había sido decisión propia no involucrar a muchos en su vida hasta no sentir que estaba mejor. Pero parecía que nunca lo estaba, que necesitaba un cambio de aires y lo confirmó cuando decidió tomarse tiempo para conocerse y viajar por su país, a aquellas ciudades que no conocía, pero más importante, donde nadie le conocía a él, y encontró que el tiempo iba a velocidades distintas, que el control que llevaba la gente con su propia vida, era a un ritmo más lento.

Haber notado que era diferente, pero sobre todo, invisible para una gran mayoría de gente, le hizo sentirse aliviado de que en sus ojos no se viera el dolor y el miedo que había pasado con su familia desde que tuvo memoria.

Le dio ánimo de saber que uno sí podía empezar de cero.

Otra navidad que se convirtió en año nuevo, en un febrero ventoso y un abril cálido. Bill regresó a casa sabiendo que su hogar lo llevaba dentro, y que este no se compartía con objetos ni lugares. Visitó a su hermana y encontró el olor de comida recién hecha, a su hermana riéndose en la sala con Fran, y a Tom jugando con Timmy, que ya se sentaba solito, que ya balbuceaba y tenía una melenita marrón, peinadita con gomina.

SALTAR LAS TRINCHERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora