CAPITULO VIII

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—Ven aquí, grandullón... —Le besó la frente, las mejillas y después lo apretó en sus brazos. Ya se sentía un poco más que ebrio, y cuando lo apretaba y jaloneaba hacia sí, sentía que todo el suelo se le desenfocaba y le daba la sensación de caer de boca al suelo.

—Dios... —Se quejó Tom, apretándole de las muñecas para mantenerse firme. Sintió otro par de besos en la mejilla que lle hicieron reír.

—Ven... ven... ya estás borrachito, Tom. —Ambos se rieron y se dejaron caer en el sofá.

La música estaba un poco fuerte y algunas personas bailaban y bebían dentro, y muchas más lo hacían en el jardín. La sala estaba vacía de no ser por ellos y otra pareja que platicaban muy juntitos uno del otro. Tom le dio otro sorbo a su cerveza y suspiró, cerrando los ojos, sintiendo los deditos flacos acariciarle el cabello.

—¿Dormimos hoy en tu casa? —Le susurró. Tom sonrió.

—Hummgg... pero dejemos de beber ahora, ¿o quién va a manejar? —Otra vez, ambos se rieron.

—Me lo paso muy bien, Tom... aquí, contigo...

Escuchaba apenas su voz como un susurro; aguda, pero insistente. Por un momento se le cruzó en la cabeza que alguien le había adulterado la bebida, o quizás se había cruzado diferentes alcoholes, porque se sentía lejano, como si estuviera disociando. La música retumbaba en su interior y al abrir los ojos, era como si no recordara, por un leve segundo, en dónde estaba. Y las caricias y besos en su piel, sólo ayudaban a que se sintiera más ensimismado.

Sintió la mano delgada acariciarle la pierna, y por instinto las separó un poco, dejando espacio entre ellas, hasta sentir que le apretaba la entrepierna, con delicadeza, y una risilla de burla. Sintió los dedos entrar en el dobladillo de su pantalón y luego intentar también entrar en su ropa interior. Luego, un susurro:

—Déjame te hago el amor como antes, Tom... —La voz ronca y el deseo, le hizo abrir los ojos de golpe, sintiendo la lengua mojarle el cuello.

—¡Javyer, quítate! —Dio un bote hacia atrás, mirando los ojos azules de su mejor amigo, confundidos y avergonzados. Su gesto cambió rápidamente al soberbio de siempre.

—No me digas que no quieres... —Se deslizó, hasta estar de vuelta, muy cerquita de Tom, a quien le acarició las mejillas con ambas manos. —Te echo mucho de menos...

Tom se quedó en silencio, mirándolo.

No podía creerlo, pero al mismo tiempo, lo intuía por cómo se había portado con Bill antes.

—Tengo novio, y es tu hermano, ¿no te acuerdas?

—¡Que no es mi hermano! —Dio un golpe en el sofá, haciendo a Tom saltar, asustado. Tragó saliva, con nervio, y después le tomó las manos a Javy.

—Oye... vamos a casa, ¿sí?...

Javyer iba enojado todo el regreso. Había manejado porque estaba menos tomado que Tom, y a pesar de que sentía cada litro de sangre en su interior hirviendo, subió a su recámara detrás de Tom y ambos se metieron a duchar. Se pudieron sus pijamas y después cenaron cualquier cosa antes de volver a la habitación, donde Tom se cepilló el cabello y recostó la cabeza en la almohada, echando un quejido cansado.

Javy se quedó mirándolo antes de apagar las luces, y siguió teniendo esa rabia que no podía controlar.

—¿Por qué ya no quieres ser novio mío? —Tom apenas abrió los ojos. Parecía que estaba a poco de quedar dormido. —¿Eh, Tom?

—Humgg... hablamos mañana... estoy ebrio...

—¡No, ahora! —Le gritó. Tom arrugó el rostro en un gesto cansino. —¡Ahora!

SALTAR LAS TRINCHERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora