CAPITULO XV

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La casa se sentía silenciosa, y Javyer esperaba, con el cuerpo temblando sin parar, a que Tom llegase en su rescate. Escuchar la puerta le dio calambres en las manos, y bajó por las escaleras casi de un brinco, apresurado.

Tom fue quien sintió en el pecho un dolor fuerte cuando entró a la habitación y vio una escena completamente ajena a lo que creía, Javyer algún día hubiese sido capaz de cometer. Bill estaba en el suelo, sobre su propia sangre y orines; su rostro hinchado por golpes que eran contundentes; su cuerpo en una posición anormal y la ropa medio puesta.

La sangre a su alrededor era tan negra que aparecía abismal, y el cuerpo inmóvil le hacía ser consciente de que la muerte estaba dentro de la habitación. Misma habitación que compartía con Javyer, quien tenía las manos y la ropa llenas de sangre, de la sangre de su propio hermano. El rostro lo tenía pálido, sin embargo, no parecía del todo asustado.

—...¿Qué hiciste, Javyer?... —Susurró, apenas con un hilo de voz.

Sus ojos lloraron, y Javyer intentó tranquilizarlo a gritos, pidiéndole ayuda para ocultar el cuerpo, para limpiar el desorden, pero Tom no podía dejar de temblar, de llorar desesperado, sin poder quitar los ojos de encima del cuerpo de Bill, tan pequeño que a veces parecía un niño allí tirado.

La habitación se sentía fría, pero su cuerpo se sentía abochornado, como si la sangre estuviera hirviendo dentro de Tom. Cuando veía a Javyer, era como si no lo reconociera; todos estos años se había dedicado únicamente a hacerle sentir que, el amigo que conoció cuando era apenas un niño, ya no existía en absoluto. Había sido sustituido por un monstruo.

—¡¡Deja de llorar y ayúdame, Tom!!

Pero el terror que sentía Tom podía paralizar todo su cuerpo, como si no existiera más. Parecía que el latido de su corazón estaba muerto, que el temblor en todas sus extremidades era sólo parte de un reflejo que ya no escuchaba de razones.

Por eso, cuando Javyer le puso la pistola en la mano, sus dedos se aferraron a ella como si esta pudiera servir de apoyo.

Levantó la mirada, para encontrarse los ojos azules de su amigo, muy cerca de su rostro. Tenía un gesto preocupado, pero mucho más enojado. Lo agitó un par de veces hasta que volvió en sí, y fue capaz de escuchar los gritos que salían de su garganta como graznidos.

—¡¡Que me ayudes, por favor!!

—Sí... —Susurró. Javyer se pasó las manos por el rostro.

—Dispárale en la cabeza... tiene que parecer un suicidio..

—¿Qué dices, Javyer?

—¡Que le dispares! —Tom negó, sintiendo que sudaba y que todo su cuerpo se iba a apagar en cualquier segundo.

—¡No!, no quiero ir a prisión... —Javyer le apretó ambos hombros con las manos, y lo miró a los ojos, tratando de ser convincente.

—Tom... vamos a estar juntos... dijimos que iríamos juntos siempre, ¿no?

—No...

—¡Por favor, dispárale! —Tom volvió a negar con la cabeza. Sus rodillas flaqueaban, sus labios no dejaban de temblar. —¡Imbécil!, ¡IMBÉCIL!

—¿¡Qué haces, Javyer?! —Vio que iba directo a tomar la porra, y Tom aprovechó tenerlo de espaldas para llamar por teléfono a Fran, quien contestó a los tres tonos, suponiendo que era por algo importante, ya que, últimamente, Tom no se tomaba la molestia ni de llamarlo.

—¿Qué pasa, Tom?, ¿estás bi...

—¡Ayúdame, Fran!... ¡Javyer mató a Bill! —Y decirlo con sus propias palabras lo hizo incluso más real, lo que le hizo llorar desesperado, ante los ojos de Javy, quien los abrió, por completo, aterrado.

SALTAR LAS TRINCHERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora