CAPITULO XVI

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Bill ya no era tan joven como la primera vez que se encontró perdido en un mundo en el que no encajaba, y en una familia donde no era invisible, pero porque la atención se la daban a punta de golpes y humillaciones. Sin embargo, su mente estaba tan lastimada que, no importaba cuánto tiempo había pasado de aquél suceso o de esa vida en general, todos, absolutamente todos los días de su vida, pensaba en ello.

Vicente había formado parte de su vida diaria; desde el día uno estuvo presente, siendo paciente en todo momento en que Bill se sentía tan deprimido que, salir de la cama, era un deporte extremo. Y Bill se lo agradecía mucho, porque, en toda su vida, nunca había encontrado un alma tan buena que lograra hacerle sentir válido e importante, y que esa sensación no muriera con el paso de los años.

El traumatismo en su cabeza había dejado secuelas en su equilibrio, por lo que, el uso del bastón había sido necesario de forma permanente. Su caminar era extraño, y acostumbrarse a verse a sí mismo con tal accesorio y movilidad, había creado una inseguridad tan grande, que ir a la universidad se trasformó en una odisea, y salir de casa, en un reto que no siempre ganaba.

Sin embargo, Janny y Fran estaban al tanto de la salud y el estado emocional de Bill, todos los días de su vida. Hacía años que todo esto había sucedido, de hecho, era casi emocionante que Bill estuviera en prácticas para su examen profesional de la universidad. Estaba siendo tan bueno en su carrera, pero lo difícil era que nunca salió con sus compañeros; nunca hizo grandes amigos. Y para Janny era triste ver que toda su vida la había pasado estando alejado del resto; le era difícil saber que, en un principio, ella fue parte de la violencia que sufrió desde niño.

—Te traje un jugo de naranja, los vi de camino aquí y pensé en ti. —Bill sonrió, tomando el jugo y dándole un traguito, ante los ojos marrones de Vicente, quien lo miraba, serio, esperando escuchar su voz.

—Muchas gracias... —Vicente sonrió también, apretando su rodilla.

—¿Cómo te sientes hoy? —Bill suspiró, mirándolo. Sobre su cama estaba su ordenador y algunos papeles que estaba usando para prepararse para su examen.

—Cansado... pero me han dado fecha para mañana. —El rostro de Vicente se alumbró, y una sonrisa grande se dibujó en su rostro.

Todo para lograr pasar su examen profesional con notas perfectas y su pequeñita familia, conformada únicamente por su hermana y Fran. De no ser por ellos, se habría echado atrás en casi todas las decisiones que, hoy, lo estaban haciendo sentir mucho más tranquilo con su propia vida.

Cuando Janny lo abrazó, ella no pudo evitar llorar al sentir su cuerpo pequeño y débil contra el suyo. Le susurró al oído lo orgullosa que estaba de él, lo mucho que lo amaba y lo mucho que quería pasar el resto de su vida a su lado, viéndolo crecer, viéndolo cumplir todas las metas que se proponía y ser parte de todas las alegrías que se encontrara en el camino.

Bill no sentía que estuviera en un lugar estable, quizás, todo lo contrario. Sentía que sus pesadillas no lo dejaban dormir; que el nombre de su hermano estaba en su cabeza diariamente, y aunque, gracias a los golpes en la cabeza, no era capaz de recordar mucho de lo que pasó esa noche, sí que recuerda perfectamente cómo su padre le dijo a la cara que no le creía. Y el dolor, la vergüenza y la tristeza, embriagaban su vida diaria.

—¡¡No me lo puedo creer!!

Bill levantó la mirada, y antes de reconocer lo que estaba sucediendo, el corazón se le hizo arrugas y presión cuando pudo ver que Francis abrazaba con fuerza a un muchacho que, sin lugar a dudas, era Tom.

Escuchó un sollozo que no supo de quién de los dos provenía, pero sus ojos no dejaban de ver al muchacho, de cabello largo, ondulado, de cuerpo delgado, muy delgado y con tatuajes en los brazos.

SALTAR LAS TRINCHERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora