CAPITULO IX

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En algún momento, la habitación quedó en completo silencio. De vez en cuando, este se rompía por sus quejidos involuntario. Aunque no lloraba, se sentía destrozado, su respiración era cortada y ruidosa; sus movimientos lentos, casi en cámara lenta. Temblaba como una gelatina y sus mocos y lágrimas le impedían tomar aire normalmente.

Quizás se había vuelto a quedar dormido, o quizás había algo que lo hizo sentir de pronto más alerta a su situación, y empezó a vestirse su ropa, aún acostado, deslizando sus prendas hacia arriba y después levantando un poquito el torso. Sentía las piernas adoloridas, y sus dedos estaban tontos, intentando fajar su playera para que nadie lo viese en esa situación, y cuando fue en busca de sus vaqueros, escuchó el sonido de su celular golpear el suelo, pero su cuerpo no le permitió encorvarse para ir a buscarlo.

Sin embargo, buscó a su alrededor algo que le diera noticias de su estado. Lo primero fue un reloj digital; vio la hora: las dos y cuarto de la madrugada.

Aún había música abajo.

—Amor, ya nos vamos... —Miró a su lado. Ahí estaba Tom.

El olor a cigarrillo de su ropa le hizo sentir arcadas, pero también se sentía feliz de que Tom estuviera ahí. Ni siquiera se dio cuenta de cuándo entró, pero había sido como una salvación, aunque los ojos de Tom miraron su cuerpo con la ropa mal puesta, y se imaginó escenarios poco agradables.

—Ey, ¿todo bien?... ¿por qué tu pantalón está...

—Sí, Tom... —Escuchar el sonido de su propia voz le hizo sentir que de verdad estaba vivo. No había sido un sueño ni efecto de alucinación. Estaba en esa habitación por una razón específica.

Se sintió diminuto y las lágrimas se le salieron de los ojos más rápido de lo que ni él mismo podía creer. Tom le apretó del hombro, tranquilizándolo, y apartó su cabello sudoroso de su frente. Había un olor extraño, entre sudor y alcohol. Aunque había visto a Bill en estados preocupantes, nunca en uno así.

—¿Qué pasó? —Susurró. —...Bill, ¿por qué lloras?

Bill miró a Tom a los ojos, sintiéndose impotente y enojado. No sabía cómo sobrellevar algo así; su cabeza daba vueltas, pero a pesar de las preguntas que él solito se hacía, lo único de lo que no tenía dudas, era de que lo habían lastimado.

—Tom... humg... me adulteraron mi bebida... —Tom le acarició el rostro, viendo en él que sí, se veía raro; sus ojos hinchados, sus palabras pausadas. Su cuerpo tembloroso.

—¿Estás drogado?

—Eso creo... —Asintió. —Llama a la policía, Tom...

Fue casi una súplica, y Tom no supo de dónde venía.

—¿Te sientes muy mal? —Bill sacudió la cabeza.

—Javyer y... guug... humm.. Javyer y un amigo suyo me han violado...

Hubo silencio. El estado de Bill era raro, jamás lo había visto así, y creería que, de haber sufrido una violación, no estaría así de serio, sino todo lo contrario. A pesar de que lloraba y estaba visiblemente en otro lugar, en su cabeza, parecía mucho más un estado de drogadicción que de vulnerabilidad por una violación.

—¿Qué estás...

—Llama a la policía, por favor... Javy me violó...

—Vale... —Le quitó el móvil de las manos y buscó el número de los padres de Bill, quien se levantaba de la cama y abrazaba su torso con fuerza, después de haberse puesto sus pantalones sin poder siquiera abotonarlos. —¿Llamo a tu madre?

SALTAR LAS TRINCHERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora