Capítulo 10

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La oficina estaba en silencio, ocasionalmente los ojos tranquilos de Guatemala observaban la manecilla del reloj moverse suavemente indicando el paso del tiempo. Suspiró con enfado al ver como la otra parte tardaba tanto en llegar, no le gustaba esperar, más si se encuentra de mal humor, como hoy, aún no comprende cómo es que la migraña lo atacó tan fuerte ésta mañana, la resaca parecía sacada de un cuento de terror.

Ni siquiera recordaba en qué momento se fué a la cama, en un momento entró a su casa y después todo se volvió borroso, cuando despertó estaba en el sofá, sentado y el dolor punzante en la cabeza lo hizo quejarse silenciosamente,  además parece que durmió de la peor manera posible y por poco su cuello no la cuenta, le dolía también. 

¿Por qué tuvo que iniciar así el día?

Sus dedos se movían sobre la tabla de su escritorio, bastante impaciente encendió su celular y verificó si la otra parte había suspendido la reunión y él no se había dado cuenta.

Pero poco duró observando la pantalla de inicio cuando unos suaves toques en la puerta se escucharon perfectamente en la oficina.

Guatemala: Adelante.―

― El señor México está aquí, jefe.

La chica con la cabeza inclinada respetuosamente habló mientras se hacía a un lado dándole permiso al país que estaba detrás de ella, vestido formalmente.

Guatemala: Gracias, trae café.

― Enseguida.

México le devolvió el permiso a la joven y después miró a Guatemala quien estaba detrás de su escritorio, sentado en casi la penumbra mientras lo observaba tranquilamente. 

México: Perdoná el retraso.― Se frotó el cuello y se acercó tomando asiento en la silla al otro lado del escritorio. ― ¿Aún estoy a tiempo?

Las pestañas de Guatemala se elevaron y sus ojos enfocaron de nuevo el reloj en la pared, exactamente diez minutos de retraso. Tarareó un sonido afirmativo y sacó del cajón de su escritorio una carpeta negra.

Guatemala: ¿Cómo va todo?

Preguntó, si México no fuese lo suficientemente perspicaz ni siquiera hubiese notado el trasfondo de la pregunta, pero no era ningún idiota.

Apoyó su codo en el brazo de la silla y se empujó con sus pies de un lado a otro, jugueteando casi de manera floja, tratando de no hacer que este ambiente lúgubre no resaltase tanto.

México: Todo bien, logré calmar un poco las cosas, pero tengo un grupo en una bodega.― Suspiró.― ¿Te encargarás?

Guatemala: Uh-hum.―

México: ¿Regresándolos? ― Cuestionó.― Son como diez o quince, nada más. 

Guate elevó su mirada hasta México,  el hombre tenía una sonrisa tensa en sus labios y sus cejas estaban fruncidas, casi tan tenso como la cuerda de un arco a punto de disparar.

El chapín parpadeó y miró por la ventana, el sol apenas iluminaba parte de su escritorio, pero detrás donde él estaba sentado la luz no alcanzaba a llegar, por lo tanto parecía que estaba escondido entre las sombras volviéndose más enigmático.

Diez o quince, realmente no eran tantas, el transporte de regreso no sería inconveniente. Lo pensó un poco más a fondo, ¿no había perdido mucha gente hace unos días? Sería terrible que ahora fuese él quien termine con otra docena de inocentes.

El suceso de hace unos días demostró perfectamente lo que ya sabía: no estaba a salvo hasta que la deuda sea saldada.

Así que sería mejor causar menos inconvenientes, después de todo Honduras y Salvador junto a los demás tampoco estaban de brazos cruzados, además tampoco es como si puedan hacer más, eran solo los subordinados en el mapa.

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