48 horas.

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Notas: Severus se está ahogando en un vaso de agua y volviendo un poco loco, los niños inesperados pueden lograr eso, principalmente si dicho bebe está bastante traumatizado y no puede parar de llorar. Así que esto es exactamente lo que dice el título, 48 horas de disociación, llanto y locura antes de llegar a la aceptación.

También corregí varios errores en el capítulo uno así que siéntanse libres de regresar si no entendieron algo.

ADVERTENCIA : Alucinaciones fuertes, ataques de pánico y menciones no gráficas de violencia infantil, por supuesto NO de Severus hacía Darcy.

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Severus se levantó adolorido y se sentó en la cocina, mirando hacia la nada, completamente en shock, mientras el bebé no dejaba de llorar. "Tienes que revisar al niño, puede estar herido o hambriento. No hay dinero para llevarlo a San Mungo ni a un hospital. Tienes que levantarte y revisar a... a... tu hijo", se repetía una y otra vez, pero seguía congelado, mirando al vacío desde el suelo.

Durante un momento, la desesperación lo consumió. Gritó y lloró, abrazando al bebé en el frío suelo de la cocina, ignorando el llanto desesperado de su propio hijo. No supo cuánto tiempo permaneció así. En algún momento de la noche, el ruido de un automóvil a toda velocidad y las luces de los faros que se colaron por las ventanas lo sacaron de su estado de histeria, lo suficiente como para levantarse y moverse.

Caminó hacia la sala, secándose las lágrimas con un brazo y con el otro depositó al bebé en el sillón. Lo revisó con cuidado, tratando de controlarse. Nunca había visto un bebé tan pequeño y no estaba seguro si su tamaño era normal. El cordón umbilical todavía estaba fresco, lo que le hizo pensar que no llevaba mucho tiempo de nacido.

El niño solo tenía un pañal de tela sucio y una delgada camisa de lino. Lo limpió con su varita; sabía que probablemente no era lo mejor para un bebé, pero no se sentía capaz de pensar en cómo bañarlo en ese momento. Exhaló un suspiro de alivio al ver que no tenía rozaduras; no habría sabido cómo lidiar con algo así.

A pesar de estar limpio, el bebé seguía llorando. "Quizás tiene hambre", pensó Severus. Sospechaba que en Rumanía, de donde provenía el bebé, tal vez no lo habrían alimentado mucho si planeaban deshacerse de él. Quizás Doina lo había hecho a escondidas; ella era terca, y si quería que el bebé viviera, haría lo necesario.

Lamentablemente, en su casa no había nada para alimentarlo, ni siquiera para él mismo. Sin su reserva de galeones, no podía acudir al mundo mágico, y no confiaba en que la red flu fuera segura para el bebé de todos modos.

Estaba atrapado. Sin empleo, sin amigos a los que recurrir, salvo sus compañeros mortífagos que esperaban marcarlo. Si ellos se enteraban de la existencia de un bebé mestizo, eso podría poner en peligro tanto al niño como a él. Solo pensar en ello lo hacía querer llorar de nuevo.

Suspiró, tratando de no dejarse vencer por la situación, aunque sabía que hacía tiempo que lo había superado. Lo primero era conseguir dinero para alimentar al bebé. Recorrió la casa buscando monedas sueltas o algo que pudiera empeñar si fuera necesario.

No era la primera vez que rebuscaba por la casa en busca de fondos escondidos por su madre para comprar algo de comida. Pero esta vez era más difícil: el bebé lloraba sin parar, sus manos temblaban y apenas podía contener las ganas de arrojar todo, incluso al niño, y salir corriendo.

Hubo un momento en que creyó que tendría que salir a mendigar en las calles, esperando que alguien en un lugar tan desolado como Cokeworth estuviera dispuesto a ayudarlo.

Flores en el asfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora