El despertador sonó como todas las mañanas, mis ojos se abrieron viendo fijamente el techo como buscando una respuesta en él. Me levanto y mis pies tocan el suelo frío. Me quedo sentado en la orilla de la cama pensando cuándo todo esto se acabará. Todos los días son iguales, en el fondo de mi corazón un deseo de no ir a trabajar más me carcome.
Una creciente desesperación se mueve bajo mi piel y me digo: “Dios mío, ya tengo 40 años, ¿qué he hecho con mi vida?”. Un frío silencio me arropa. Es entonces cuando me levanto y voy al baño. Mientras me cepillo, pienso que ojalá no haya mucho trabajo hoy y que este día pase rápido. Salgo del baño, voy a la cocina y ahí está ella, mi esposa Sofía, la única razón por la cual le encuentro sentido a mi vida, además de mis hijos que son los tesoros que tengo.
Sin embargo, últimamente nuestra relación ha estado un poco tormentosa por un secreto que ella está guardando, aunque me afirma que no, siento que algo me oculta.—Hola Sofía, le digo con una sonrisa gentil.
Ella me responde:
—Hola mi amor, buenos días. Aquí tienes tu desayuno.
Yo me siento y la contemplo de arriba abajo, pensando en que aún la amo como aquel día que le pedí que fuera mi novia. Sin embargo, siento que algo está cambiando, no sé si soy yo, o lo que ha venido pasando. Pruebo un bocado de mi pastelito de jamón y queso, bebo una taza de café y le pregunto:
—¿Vas al trabajo hoy?. Ella baja la mirada y responde:
—Sí. Yo, con una mirada fija en ella, le digo:
—¿Cómo ayer no fuiste porque te sentías mal y te quedaste aquí en la casa?. Ella, con mirada esquiva, me responde:
—Sí, pero eso fue ayer, hoy me siento de maravilla.
Justo en ese momento llegan mis dos hijos, ya listos para asumir el reto que el día les ponga. Desayunamos en familia, y nos preparamos para irnos en nuestra camioneta, la cual es una pick up del año 78. Paso la llave, pero no enciende. Sigo intentando unos 15 minutos y nada, la camioneta no quiere prender.Mi hijo Alex y yo la revisamos e intentamos por 20 minutos más, pero nada. Rubén, por su parte, nos dijo que se nos iba a hacer tarde y que era mejor ir en transporte público, pero mi esposa respondió:
—No. Vamos a llegar mucho más tarde.
Alex dijo:
—Papá, déjalo así, yo tengo aquí para poder irnos en taxi, después la revisamos con más calma. No te desesperes.
Mientras tanto, yo en mi mente pensaba:
—Dios mío, ahora la camioneta se va a echar a perder. ¿Cómo rayos la voy a arreglar si no tengo el dinero suficiente? Y si es algo del motor, quizás sea la bujía, no sé. También es porque es un modelo viejo. Señor, por favor, ayúdame.
Pero las palabras de mi esposa me hicieron volver en sí:
—Ya, Alexander, vámonos, después la arreglamos.
Fuimos a la parada y agarramos un taxi, gracias a Dios que mi hijo Alex tenía para pagar el taxi, pues yo solo contaba con poco dinero en mi bolsillo. Sin embargo, el taxista manejaba de una manera súper lenta y eso me estresaba mucho. Al final, llegué tarde de todas formas.Llegué al almacén y Luis, el supervisor y amigo, me dijo:
—Oye bro, llegaste 30 minutos tarde.
—Oye, discúlpame Luis. Lo que pasa es que la camioneta se nos averió y el taxista… bueno, todo un embrollo.
Luis me miró pensativo y dijo:
—Te entiendo, amigo, pero tú sabes cómo es la cosa aquí. Tienes que subir a recursos humanos, a lo mejor te quieran dar alguna advertencia, tú sabes.
Yo me molesté y le dije:
—Pero Luis, yo te avisé por teléfono, a lo que él respondió:
—Sí, y yo le pasé la información a Roxana, pero ya tú sabes cómo son los procedimientos aquí en la empresa. Tranquilo, no creo que vayan ha amonestarte, solamente eso es una advertencia rutinaria.
Con mucha molestia, me dirigí a la oficina de Roxana pensando:
—¡Qué fastidioso es a veces los procedimientos que hay en la empresa! A pesar de que llevo muchos años aquí, aún no me acostumbro a toda la patraña que se inventan.
Llego a la oficina y, para mi sorpresa, ella no está, sino que está su asistente Juan.Buenos días, Juan -le digo-. Él, muy alegre, se levanta de su asiento y me saluda con un abrazo.
—Hola, Alexander, te llamé con el pensamiento.
Yo he extrañado, le respondo.
—Y eso, ¿qué pasó?, él, por su parte, muy pensativo, me dice.
—Lo que pasa es que quería conversar contigo sobre aquella chica que me gustaba, ¿te acuerdas?.
—Ah, sí, le digo, pero al mismo tiempo le respondo: —Bueno, cuando tú quieras hablamos de eso. Yo vine aquí porque llegué tarde y Roxana me mandó a llamar.
Juan pone su mano en mi hombro y me dice:
—Tranquilo, ella no pensaba llamarte. Solo que como hoy hay auditoría, pues tienen que mantener cierta postura, ¿tú me entiendes?.
Yo, por mi parte, suspiro y digo:
—Esta empresa y sus auditorías… Bueno, entonces la voy a esperar aquí para que no tenga ningún problema,
mientras él se sienta a mi lado y me dice:
—Mientras esperas, ¿puedo contarte sobre la chica?. Y yo le dije:
—Bueno, está bien, dale.
—Ay, Alexander, no sé qué hacer, me tiene loco. No dejo de pensar en ella y cuanto más trato de no hacerlo, es cuando más en mis pensamientos se aferran. Lo peor es que ya le dije que me gusta y a pesar de que me ha dicho que no quiere nada conmigo porque tiene pareja, también me ha confesado que tiene problemas con su novio y que están pensando en dejarse. A veces me siento atrapado, no sé si ser astuto, sagaz y tratar de quedarme con ella aprovechándome de su dolor, pero al mismo tiempo pienso en eso, pienso en el dolor que está atravesando y quizás debería dejarla tranquila.
Él habla mientras yo analizo todo lo que me está diciendo y le respondo:
—Bueno, Juan, yo considero que deberías hacer a un lado esos pensamientos que te hacen creer que te estás aprovechando de ella. Mira, lo de este modo, ella está pasando por una relación tormentosa, ¿es lo que me estás diciendo, no? Entonces, sé para ella ese refugio que necesita y sácala de ese tormento.
—¿Tú crees?, Alexander, que no estaré haciéndole un mal.
Yo coloco mi mano en su hombro y le digo:
—Escucha amigo, ¿quieres a esa chica, verdad? Entonces ve por ella, es simplemente un ser humano, no es un monstruo ni tampoco alguien a quien debas temerle. Lo peor que te puede pasar es que te vuelva a rechazar. Y si te sigue rechazando, pues trata de seguir insistiendo, pero no siendo intenso, sino replantea tu estrategia. Y si ves que nada de eso funciona, pues entonces déjala ir. Lo importante es que lo intentes y no te quedes con el pensamiento de qué hubiera pasado si. Ahora, lo que debes siempre hacer es ser directo en lo que quieres Con ella, dile sin temor lo que piensas y deja que todo fluya. Si es para ti, pues se dará, y si no, pues créeme, algo pasará y se apartará de tu lado. Pero lo peor que puedes hacer es quedarte pensando en qué hubiera pasado si hubiese hecho esto o no.
Justo en ese momento llegó Roxana con la auditora. Manteniendo la compostura, se sentó en su escritorio y me leyó las reglas del trabajador con respecto al horario. Yo sabía muy bien que lo hacía porque estaba el auditor ahí, así que simplemente me mantuve callado mientras que ella me daba la advertencia de que no volviera a llegar tarde.
Finalmente, me fui hasta el almacén y continué mi trabajo. Ya pasada toda la jornada laboral, la cual fue bastante cansada, regresé a mi casa. Pero esta vez en el transporte público. Durante todo el trayecto, me mantuve pensativo en todas las cosas que había hecho en mi vida. Por un momento, me sentí frustrado, pues había intentado de todo para poder ser independiente económicamente, pero nada me había resultado.
Siempre me decía a mí mismo que todo algún día cambiaría, pero seguía aquí, todavía en este trabajo y aún no había obtenido los resultados que yo deseaba. Me pregunté: ¿En qué momento renuncié a mis sueños y abracé esta realidad?
El sol se despedía con un resplandor dorado cuando llegué a casa. El crujido de la grava bajo mis botas era el preludio de una tarde que prometía ser larga.
—Papá, ¿vamos a arreglarla hoy? La voz de Alex, llena de esperanza, me sacó de mis pensamientos. Asentí con una sonrisa, aunque una parte de mí dudaba de lo que podríamos lograr.
La camioneta pick up del 78 estaba allí, imponente y desafiante, con su capó abierto como si bostezara después de una larga siesta.
—Vamos a necesitar todas las herramientas, dije, y Alex corrió al garaje con entusiasmo. Rubén, mi hijo menor, se unió a nosotros con su habitual curiosidad. —¿Podré ayudar, papá?, preguntó con sus ojos brillantes.
Juntos, nos sumergimos en el corazón de la bestia mecánica. Las manos de Alex eran ágiles, las mías experimentadas, y las de Rubén, aunque inexpertas, estaban llenas de determinación. Pasamos horas entre tuercas y aceite, cada uno aportando lo mejor de sí.
—Creo que este cable va aquí, decía Alex, mientras Rubén pasaba las herramientas como si conociera su propósito por instinto.
Pero a medida que la noche caía, la realidad se hacía más pesada que el motor que intentábamos revivir. La camioneta se negaba a cooperar, y cada intento fallido de encenderla era un golpe a mi ya mermada confianza.
—No entiendo qué falla, murmuré, sintiendo la frustración crecer dentro de mí.
Fue entonces cuando Alex puso su mano en mi hombro.
—Papá, hicimos nuestro mejor esfuerzo. Eso es lo importante, ¿no?
Rubén asintió, su sonrisa era un faro en la oscuridad.
—Además, siempre podemos intentarlo mañana, agregó con una seguridad que desmentía sus años.
Miré a mis hijos, su optimismo era un regalo que no tenía precio.
—Tienen razón, dije, y aunque la camioneta seguía en silencio, algo dentro de mí se encendió. —Mañana es otro día, y no hay motor que pueda resistirse a nosotros. Los tres reímos, y supe que, reparada o no, esa camioneta era el escenario de algo mucho más valioso: el lazo inquebrantable entre un padre y sus hijos.La casa estaba en silencio, un silencio que pesaba más que la oscuridad de la noche. Sofía estaba sentada en la sala, su figura recortada contra la luz tenue de la lámpara.
—Sofía, necesitamos hablar, dije con una voz que intentaba ocultar mi ansiedad.
Ella levantó la vista, sus ojos buscaban los míos, pero algo los desviaba.
—¿Qué sucede, mi amor? preguntó, con una calma que no llegaba a sus manos, que temblaban ligeramente.
Respiré hondo, sabiendo que el momento de la verdad había llegado.
—He notado que algo te preocupa, algo que no quieres compartir conmigo. ¿Qué es lo que ocultas?
Sofía se mordió el labio, una barrera invisible parecía erigirse entre nosotros.
—No es nada, Alexander, son solo preocupaciones del trabajo, dijo, pero su voz se quebró, delatando la mentira.
—No, Sofía. Esto es más que preocupaciones del trabajo. Te conozco. Hay algo más, insistí, mi corazón latiendo con fuerza ante la posibilidad de perder la conexión que siempre habíamos tenido.
Hubo un largo silencio, uno que parecía extenderse y contraerse con cada segundo que pasaba. Finalmente, Sofía suspiró, y las palabras comenzaron a fluir como lágrimas que no podían contenerse.
—Estoy… estoy enferma, Alexander.
El mundo se detuvo en ese instante, y la conversación terminó ahí, con esa confesión que cambió todo.
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Enamórate de mi
RomanceUna historia basada en hechos reales que nos narra los acontecimientos de 7 protagonistas, los cuales se verán consumidos por la emoción más poderosa del ser humano, el amor. cabe destacar que los nombre y edades de nuestros protagonistas han sido c...