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"Tengo la teoría de que cuando uno llora, nunca llora por lo que llora, sino por todas las cosas que no lloró en su debido momento"

– Mario Benedetti

La luz del baño es tenue y fría, un reflejo perfecto del ambiente que me envuelve en este momento. Abro los ojos lentamente, parpadeando mientras la cerámica helada del suelo se aferra a mi piel desnuda, como si me recordara lo frágil que soy. El eco de mi respiración es lo único que escucho al principio, pero pronto los sonidos exteriores se filtran en mi conciencia, difuminados, distantes, y la confusión comienza a desvanecerse. Veo a Paula, a mi lado, con una expresión dividida entre sorpresa y preocupación, sus ojos reflejando una pregunta muda que ya conozco.

—Al... —susurra, su voz suave y cargada de alarma. Sus labios tiemblan ligeramente al articular cada palabra—. ¿Estás bien?

Parpadeo nuevamente, intentando centrarme. Poco a poco, la imagen borrosa frente a mí se vuelve más nítida: Lucas está detrás de mí, sus brazos me rodean, sosteniéndome con firmeza, asegurándose de que no vuelva a caer. Su expresión es seria, pero hay algo en su mirada, una mezcla de inquietud y cuidado, que me ofrece una sensación de consuelo inesperada.

—¿Qué ha pasado? —pregunta. Su tono es calmado, pero la tensión que lo acompaña es palpable, como si en cualquier momento todo pudiera desmoronarse.

Intento responder, pero las palabras se quedan atrapadas en mi garganta. Mis músculos parecen haberse rendido, pesados y agotados, como si la energía que una vez fluía dentro de mí se hubiera evaporado. Intento incorporarme, moverme al menos un poco, pero el mundo a mi alrededor gira sin control y vuelvo a caer. Lucas, con un movimiento rápido y seguro, me recoge antes de que toque el suelo de nuevo.

—Tranquilo. No te esfuerces —su voz es un ancla en medio del caos que me rodea. Aunque firme, hay una suavidad en ella que me invita a dejar de luchar. Su mirada se encuentra con la mía, y en ese momento, algo en mí se relaja. Estoy a salvo, al menos por ahora, aunque el entorno sigue oprimiéndome como un manto pesado.

—¿Te sientes mareado? —Paula se inclina un poco más hacia mí, sus ojos llenos de preocupación se vuelven casi tangibles.

—Solo... un poco —murmuro, sintiendo la vergüenza quemando mi piel. La situación pesa sobre mí, la realidad de haber sido encontrado así me consume.

Lucas no aparta la vista de mí, su mano aún posada en mi hombro, como si intentara transferirme algo de su fuerza. Es un recordatorio de que estoy aquí, presente, aunque mi mente quiera arrastrarme al caos que tanto temo.

—Voy a llevarte a la habitación —anuncia, sin realmente pedirme permiso. Asiento, porque la verdad es que no tengo fuerzas para discutir, y aunque la idea de moverme parece imposible, confío en que él lo hará bien. Lucas se inclina y, con una suavidad que contrasta con la situación, me levanta en brazos. Me sorprende la facilidad con la que lo hace, la seguridad en sus movimientos. Me sostiene como si no pesara nada, como si llevarme así fuera lo más natural del mundo. Hay algo reconfortante en su abrazo, una familiaridad que me hace olvidar, aunque sea por un segundo, lo mal que me siento.

Al entrar en la habitación, Lucas me deja suavemente sobre la cama. El colchón bajo mi cuerpo es un alivio bienvenido, pero la vergüenza sigue anclada en mi pecho, impidiéndome encontrar un verdadero consuelo. Lucas permanece de pie a mi lado, como un guardián silencioso, observando cada uno de mis movimientos, vigilando que no me desmaye nuevamente. El clic suave de la puerta al cerrarse nos separa del resto del mundo, y por un momento, el silencio se convierte en mi único refugio.

Pasan los minutos en un silencio que se siente interminable, mientras intento calmar el caos que bulle dentro de mí. La sed me invade, como una necesidad primitiva, pero no soy capaz de moverme. No solo es el agotamiento físico, sino la confusión que me atrapa, la lucha interna entre querer escapar de todo esto y enfrentar la realidad que me atormenta.

Volver a bucear [Primer borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora