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Mis pies se mueven solos, y en algún momento me doy cuenta de que estoy siguiendo el camino hacia la estación de tren. No sé cuánto tiempo pasa. Podrían ser minutos, podrían ser horas, pero cuando levanto la vista, estoy frente a la estación. No sé por qué, pero hay algo en este lugar que parece encajar con lo que necesito. Es como si la estación fuera el punto exacto donde todo desaparece: la gente se va y regresa sin siquiera detenerse a mirar, todos moviéndose con la precisión de un reloj. Perfectamente sincronizados, perfectamente invisibles.

Mientras camino hacia la plataforma, siento una especie de alivio en la soledad del lugar. Las luces amarillas parpadean, y el frío de la noche se cuela por cada espacio vacío. Si pudiera, si tuviera el valor, me dejaría caer aquí mismo, entre los vagones y las vías, y simplemente desaparecería. Es como si la idea de marcharme en un tren sin rumbo se volviera casi real; un escape fácil, sin la necesidad de enfrentar las miradas, las acusaciones, las preguntas... Nadie en la estación me mira. Nadie me ve. Soy una sombra más, y no hay juicio en esa oscuridad.

En la orilla de la plataforma, me acerco más de lo necesario, respirando el aire frío y metálico que parece envolverlo todo. Por un segundo, cierro los ojos, y me dejo llevar por el susurro de los trenes y el vacío que parece llamarme. Un paso más, uno solo...

-¿Al?

La voz de Lucas es baja, casi como si temiera que fuera a romperme. Me volteo lentamente, y él me mira con una mezcla de preocupación y... ¿algo más? No estoy seguro, pero lo veo ahí, sus ojos fijos en mí, como si estuviera tratando de alcanzarme desde algún lugar lejano.

-¿Qué haces aquí? -me pregunta, y siento que hay algo más en su tono. Algo que no se atreve a decir.

-No... no lo sé. -Las palabras salen de mi boca sin fuerza, y me doy cuenta de que es verdad. No tengo ni idea de qué hago aquí.

Lucas me observa por un momento, y luego sin decir nada, pasa un brazo por mis hombros, acercándome a él. El contacto es cálido y, por alguna razón, no lo rechazo. Solo dejo que me guíe hacia afuera, su presencia envolviéndome como un escudo.

-Vamos a casa -dice en voz baja-. Ven conmigo.

Lucas no me suelta mientras seguimos avanzando, y aunque el camino parece interminable, casi reconozco algunos rincones de la ciudad, puntos de referencia difusos en la distancia. Pero estoy demasiado exhausto como para descifrarlos. El sonido de su teléfono vibrando me sobresalta, y Lucas, sin soltarme, lo saca y responde rápidamente.

-Lara, soy yo -dice, con una tranquilidad tan firme que el eco de sus palabras queda suspendido en el aire-. Lo tengo aquí. Sí, sí... está conmigo.

Una pausa, y el sonido amortiguado de la voz de Lara escapa del altavoz; noto que su tono va en aumento, de ese enfado mezclado con preocupación que siempre parece tener cuando se trata de mí.

Lucas aprieta el teléfono con una mano, y su otra no se despega de mi hombro. Él asiente, casi para sí mismo, su mirada perdiéndose un momento mientras toma una decisión.

-Voy a llevarlo a mi casa. Te paso la dirección, Lara... Díselo a Liam también. Podeis venir si quereis, pero por ahora necesita descansar.

"Liam". El nombre me golpea como una ráfaga lejana de viento frío, aunque no atino a reaccionar. Me limito a seguir caminando al lado de Lucas, sintiendo que su mano firme es el único vínculo que me ancla, la única barrera que me mantiene de algún modo presente en el momento.

Lucas termina de hablar, me da un apretón en el hombro, y vuelve a guiarme. Mientras avanzamos hacia su casa, noto en su silencio algo más profundo, una especie de preocupación que parece no atreverse a desbordarse, como si todo su esfuerzo estuviera puesto en mantener la compostura para mí.

Volver a bucear [Primer borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora