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La conversación comienza como casi siempre que tengo que enfrentarme a mi madre: en un salón que parece más pequeño de lo que es, con el aire cargado de cosas no dichas, de todo lo que se supone que tengo que aguantar. Ella está ahí, mirándome como si no pudiera creer lo que ve. La última vez que hablamos... bueno, ni siquiera me acuerdo.

-¿De verdad crees que puedes desaparecer y no responder como si nada? ¿Es que ni siquiera te importa tu familia? -dice, mirándome con esos ojos que tan bien conozco, esos que me juzgan desde hace... desde siempre, probablemente.

Quiero responder, pero siento cómo se me atoran las palabras. Al final logro decir algo, aunque la voz me sale apagada.

-Mamá, tampoco tú... tú tampoco me has hablado.

Ella no tarda en responder, directa, cortante.

-No tengo por qué estar detrás de ti para saber si estás bien.

Siento cómo Lara se pone tensa a mi lado, y no puedo evitar girarme hacia ella, aunque ya se me escapan sus primeras palabras.

-¿Qué esperabas, mamá? ¿Qué creías que iba a pasar si lo ignorabas desde antes de que empezara la universidad? No puedes culparlo por nada.

Sarah, siempre rápida, le lanza una mirada de advertencia.

-Lara, cállate. No sabes de lo que hablas.

-¿Que no sé? Claro que lo sé, mamá. No puedes pretender que no es tu culpa. Toda la distancia que pusiste...

Quiero detenerlas, decirles que está bien, que no vale la pena, pero mis palabras parecen ahogarse en mi propia garganta. Hay algo de este momento que me deja en silencio, como si se tratara de una obra en la que solo soy un espectador, viendo cómo mi hermana se enfrenta a mi madre. Sarah, sin embargo, parece haber alcanzado su límite.

-No sabes nada, Lara, no tienes ni idea de por qué tomé esas decisiones, así que es mejor que te calles.

Pero Lara no se calla. Me mira de reojo y, por un segundo, veo la culpa en sus ojos.

-¿Ah, sí? ¿De verdad crees que, con veinte años que tenía, no me daba cuenta de lo que pasaba? No puedes ocultar por qué comenzaste a llamarlo 'Alex' en vez de 'Alexander'.

Siento cómo mi respiración se acelera. El corazón me late con fuerza en el pecho, cada pulsación resuena como un tambor ensordecedor. Las palabras de Lara quedan resonando en mi mente, una y otra vez, como un eco que se niega a apagarse. Me giro hacia ella, sin entender realmente, o tal vez sin querer entender.

-¿De qué estás hablando? -pregunto, aunque mi voz apenas se oye. Mis labios casi tiemblan al decirlo-. ¿Por qué empecé a ser Alex y no Alexander?

Lara desvía la mirada un segundo, como si no quisiera enfrentarse a lo que está a punto de decir.

-Nada, Alex. No tienes que preocuparte por eso.

Y ahí, en esa pausa, veo algo en los ojos de mi madre que nunca había visto antes. Es un brillo oscuro, algo casi cruel. Algo que hace que mi estómago se encoja y mis manos suden. Empiezo a sentir que el aire me falta, como si las paredes se acercaran cada vez más.

-No, Lara -dice, dirigiendo la mirada hacia mí, sin ningún intento de suavizar sus palabras-. Ya es mayorcito, y es hora de que lo sepa.

Cada palabra que pronuncia me golpea como directo al estómago. Mi corazón late cada vez más rápido, un ritmo frenético que me hace sentir como si me fuera a desmayar. El sonido de su voz se mezcla con el latido ensordecedor en mis oídos, y empiezo a tener esa familiar sensación de estar hinundado.

Volver a bucear [Primer borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora