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"Suffering is stronger than everything else. It is invisible, but visible at the same time."

"El sufrimiento es más fuerte que todo lo demás. Es invisible, pero visible al mismo tiempo."

- Emily Dickinson

He estado dos días tirado en esta cama de invitados, en casa de un casi completo desconocido. Extrañamente, me resulta más reconfortante que mi propia habitación. Tal vez el hecho de que Lucas parece ser el hijo oculto de un rico influye en la calidad de los colchones. Pero, en el fondo, lo que más ayuda es simplemente no estar en casa.

Cuando llegué el miércoles por la madrugada, no presté atención a nada más que a la necesidad de escapar. Pasé el resto del miércoles durmiendo, y al despertar ayer por la tarde-noche, no tenía ganas de deambular por ahí. No sé qué piensa Lucas de mí, y tampoco entiendo por qué no me ha despertado. He notado su presencia en la habitación; he visto las bandejas que ha dejado, una tras otra, cada vez que abría los ojos. Supongo que las deja y se las lleva al ver que no las toco.

He estado toda la mañana dando vueltas en la cama, leyendo y releyendo los mensajes que me han llegado. Solo he podido contestar a uno: a Liam. La noche del martes me escribió disculpándose por lo de la comida. Siempre es él quien se disculpa primero, aunque la culpa sea mía. Soy consciente de que no es justo. Podría excusarme de mil formas por no haberle contestado hasta tres días después, pero no voy a mentirle ni a decirle la verdad. Ocultarlo será suficiente. Al menos quiero que alguien no escuche solo mentiras de mí.

Los otros mensajes son de Clara, preguntando por qué no he ido a clase, si estoy bien, y diciendo que me está pasando los apuntes por correo, deseándome que me recupere. También hay un mensaje de Susana, de orquesta, preguntando si me encuentro bien y recordándome que en dos semanas hay un ensayo conjunto con el coro, que no falte. Y por último, varios mensajes de Lucas. Sí, Lucas, la misma persona que probablemente está en la habitación contigua a la mía. Sus mensajes parecen un registro de salidas: cada vez que salía de casa, me enviaba un mensaje diciendo a dónde iba, cuándo volvería, cómo apagar la alarma y dónde había comida. No había preguntas, no exigía respuestas, ni siquiera preguntaba cuándo tenía intención de irme.

Eso es todo. Solo tres personas en dos días. Por más que miro, no llega nada más, ni siquiera de mi madre. No sé qué esperaba realmente.

Mi estómago gruñe de repente. Dos días sin comer hacen su efecto. Es posible que haya bajado un par de kilos, pero la idea de comer algo sin saber qué es me frena. Me levanto y camino dispuesto a buscar el baño, esperando encontrar una báscula. Pero al abrir la puerta, me encuentro con Lucas al otro lado del pasillo, sosteniendo otra bandeja de comida.

—Hola —dice, y entonces sonríe, una de esas sonrisas genuinas, de esas que no sabías que necesitabas—. ¿Te gustaría comer algo? —pregunta, y su tono es tan suave que me cuesta ignorarlo.

Me quedo en silencio, atrapado entre la necesidad de rechazarlo y la tentación de aceptar. Y entonces lo veo, sintiendo que su mirada es diferente a las de siempre, más cansada, más pesada, más atenta. La bandeja humea, y aunque la idea de comer me asusta, no puedo apartar la mirada de ella.

—¿Quieres comer algo? —pregunta otra vez.

—Gracias, pero me duele la barriga —respondo. No es mentira; de hecho, me duele, pero el único motivo es que no he comido nada.

—Ya veo, eso es un problema —dice, dirigiéndose hacia la cocina—. Tengo pastillas para el estómago, pero tienes que comer algo primero. No se pueden tomar sin haber digerido algo antes.

Volver a bucear [Primer borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora