Capítulo 6: Rosa

16 3 1
                                    

Guillermo despertó gritando, sudando, y se llevó la mano al pecho, justo al lado del corazón. Estaba temblando, el aire le faltaba, y sus ojos saltones miraban en todas direcciones.

Temblando y con los músculos debilitados, logró levantarse y notó que ya había luz de día. Buscó torpemente un reloj y, en el proceso, tiró plumas, hojas y el teléfono de la recepción.

El personal empezaba a entrar y se quedó mirando a Guillermo con extrañeza y espanto.

—¡Seguridad! —gritó una joven de cabello corto—. ¡Se metió un vagabundo!

—Es Guillermo... o eso creo —dijo una de las recepcionistas que iba llegando. Tenía el cabello negro recogido en una coleta y estaba bien maquillada—. Salte de ahí, que ahorita llega Sofi y tenemos que trabajar.

—Ay —dijo la mujer de cabello corto—. Nunca lo había visto, gracias, Claudia.

La mujer se retiró a su cubículo, mientas Claudia esperaba impaciente a que Guillermo se fuera.

—Por cierto —dijo Claudia con una mueca de confusión—, ¿por qué estás aquí?

—A-a-aquí t-traba-j-jo. —tartamudeó Guillermo.

—No, no, me refiero a por qué estás aquí a esta hora, son las ocho.

—T-t-tengo que c-cubrir m-más tiempo.

Guillermo se acercó, y Claudia tuvo una arcada por el olor. —¿¡Hace cuánto no te bañas!?

Guillermo no respondió y se dirigió al interior de la escuela pensando: Solo fue un sueño, solo fue un sueño.

Mientras se adentraba, se encontró con Gerardo y los guardias.

—¡Memo! —gritó Sergio, y le pasó el brazo por los hombros—. ¿Cómo estás...?

Sergio notó el olor y se alejó, abanicándose con la mano y haciendo una mueca expresiva de desagrado.

—Hijo de la... ¡Hueles fuertecito!

La pestilencia no tardó en llegar a los demás y se alejaron de él.

—Huele como a la Edelia cuando come cebolla —dijo Raúl, riendo.

—¡Yo ni huelo, ojete! —respondió.

—Si es cierto —dijo Sergio—. La Edelia huele a lo que come.

—Ya déjenla, ella huele bonito.

—¡WAAAAA! —dijeron los cuatro al mismo tiempo.

—No se le vaya a escapar la nalga.

—Ya cállate, pinche Raúl —dijo Ramiro.

Gerardo estaba con los ánimos bajos y evitaba ver a Guillermo, que tenía la mirada perdida; Sebastián también lo notó y habló:

—¿Todo bien, Memo? —lo demás se alertaron y miraron el rostro de Guillermo.

Guillermo reaccionó sacudiendo la cabeza.

—Todo bien... sí.

Sebastián lo analizaba con la mirada, se veía muy serio y entrecerraba lo ojos.

—¿Qué vas a hacer para Navidad, Memo?

—Voy a estar en casa, esperando a que termine.

Se hizo un silencio incómodo y los cinco se vieron, excepto Sebastián, que permanecía con la mirada en Guillermo.

—Yo también la voy a pasar solo —dijo Sergio—. Ahora la familia anda con sus otras familias, ya saben, los suegros. El Raúl creo que también se la pasará solo, ¿no?

¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué sigo aquí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora