Capítulo 11: Intenciones venenosas

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Guillermo deambulaba por los alrededores de la escuela, cojeando, como si estuviera encadenado al lugar. Tenía el ceño fruncido y una expresión de asco que repelía a todos los que pasaban cerca. Su estómago rugía a cada paso; eso le molestaba y, de algún modo, alimentaba aún más su enojo.

Levantaba la mirada cada tanto y veía letreros de Se renta habitación por todas partes.

—Pinche edificio más ojete —dijo con veneno en la voz.

Buscó defectos en cada sitio que pasaba, y no dudaba en escupirles.

—Seguro la pendeja de Rosa está en uno de esos agujeros de mierda.

Su mente se desbordó en escenas violentas. Imaginó a Maldonado sometido en el suelo, mientras él lo golpeaba hasta el cansancio. Imaginó a Gerardo, amarrado, recibiendo golpes con un palo día tras día. Incluso revivió el momento en que empujó a Claudia, pero esta vez, en su fantasía, la estaba pateando en el suelo con fervor.

Guillermo ya no era consciente de dónde estaba o a dónde iba; solo vagaba, a veces acelerando su paso por la intensidad de su imaginación. De vez en cuando, lanzaba golpes al aire, como si las imágenes en su mente tomaran formas tangibles. Entre dientes, murmuraba insultos y maldiciones a todos los que creía culpables por su situación.

Un hombre alto y corpulento, dueño de un puesto de comida, observaba a Guillermo pasar repetidas ocasiones cerca de su local.

—Oiga, Genaro —dijo uno de los clientes, un hombre mayor, canoso y de piel morena.

Genaro le preguntó al anciano con las cejas.

—Ese de ahí —señaló a Guillermo con la barbilla mientras fumaba un cigarro—. ¿No estará buscando droga o chingar a alguien?

—Con esa pierna —respondió Genaro y cruzó los brazos—. Sería muy estúpido intentar robar.

Genaro lo miró unos instantes con los ojos entrecerrados.

—Creo que lo conozco.

Guillermo volvió a pasar cerca de ellos, esta vez con paso apresurado, soltando golpes al aire sutilmente. Sus movimientos alertaron al anciano canoso, que se apresuró a bloquearle el paso.

—¿Se crees muy chingón? Pinche perro —dijo el anciano, tembloroso y amenazante—. ¿Quiere que lo pique?

Genaro observaba la escena, riéndose y moviendo la cabeza de un lado a otro. Guillermo, sin decir nada, busco algo con la mirada, pero actuó impulsivamente y lazó un golpe al anciano. Este lo esquivó con facilidad y le devolvió un puñetazo directo a la cara, que lo derribó al suelo.

El anciano, sin perder tiempo, sacó un cuchillo de cocina con segueta y se lo metió en la boca.

—¡¿TE QUIERES MORIR, PENDEJO?! —gritó, desquiciado.

Guillermo estaba asustado, respirando rápido, sintiendo el corazón desbocado en su pecho.

—Ya, ya, tranquilo, Carlos —Intervino Genaro, apartando al anciano—. Vete a sentar y te regalo una cerveza, ándale.

Carlos, aunque todavía furioso, cedió a la propuesta y retrocedió lentamente, sin despegar la mirada de Guillermo, incluso cuando llegó a una mesa y se sentó.

—¿Qué anda haciendo por acá? —preguntó Genaro mientras le ayudaba a levantarse. Guillermo le apartó la mano y lo miró, asustado.

Genaro lo miró con detenimiento, seguro de haberlo visto antes.

¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué sigo aquí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora